Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO OCHENTA Y TRES

Cuando por fin todo ha quedado en silencio y sólo escucho el sonido de su acompasada respiración haciéndome cosquillas en la oreja, abro los ojos, inspiro profundamente y aprieto su brazo contra mi abdomen.

Son las cuatro de la madrugada en punto. Hace una hora ya, que terminé de estudiar y de completar la tarea que traje conmigo de la oficina. Tarea que sin la ayuda de Niko, sinceramente me habría dejado sumida en un pozo de profundo estrés; mordiendo el lápiz, la tapa del bolígrafo e incluso mis propias uñas.

Lo mejor llegó después, cuándo me acosté en su cama, él se durmió abrazado a mí y no hubo sexo de por medio.

Algo que por muy tonto que parezca, me hizo sentir relajada, bien, feliz.

Es inexplicablemente maravilloso ver que en Nicolás existe un amante experimentado, un amigo extraordinario y también un gran compañero. Una persona solidaria, capaz de sentarse a mi lado a leer decenas de hojas, prepararme para un examen universitario y organizar mi tarea para el trabajo.

«Ese, es mi chico»

Miro a mi costado en la cama, y mi corazón se vuelve loco. Como si quisiera salirse de mi pecho al verle tan tranquilo, sereno y vulnerable.

Su ceño que siempre está ligeramente arrugado, en éste momento luce relajado. Su boca entre abierta definida en una tenue sonrisa, y su cuerpo cubierto por un short y una remera de algodón, enlazado al mío como una enredadera, evidencia lo cómodo que se encuentra y lo plácido que aparenta ser su sueño.

Muerdo mi labio inferior y con esfuerzo me muevo de lado, para observarle mejor.

«¿Con qué estará soñando?»

Me encantaría meterme en su mente y saber todo lo que piensa.
Saber qué le preocupa para así tranquilizarle. Saber qué le entristece para así borrar su angustia con besos, caricias y palabras mágicas que curen. Quisera saber qué es lo que le hace feliz, para entonces prolongar esos instantes en el tiempo.

Tristemente no nací hada, bruja, ni hechicera porque de lo contrario, sin dudarlo entraría en su cabeza.

O permitiría que él buceara en la mía. Que leyera todos mis pensamientos. Que el día de mañana, sean ellos los que me respalden cuando la mierda salte.

Si Nicolas tuviese esa oportunidad no necesitaría mis explicaciones, bastaría con ver mis ojos para darse cuenta de que todo lo hago por él.

Que desde niña he soñado con hallar a alguien así; como él.
Que crecí con el ejemplo de Mía, en el Diario de la Princesa, enamorada de aquel Conde malvado con increíbles ojos celestes y distinguido porte de rey. Que pasé mi pre adolescencia imaginando que mi vida podía llegar a ser como la de Cenicienta, Ariel, Aurora o Blancanieves.

Que idealizaba a mi príncipe perfecto desde pequeña, y sin esperármelo, en el minuto que menos lo buscaba y bajo las circunstancias más impensadas, me lo topé una noche, en un callejón, entre pandilleros, drogas y abusos.
Ese príncipe llegó a mí. Sin importar cómo, pero llegó. Con sus problemas, sus defectos, sus mil y una fallas... Un día apareció y me cautivó.

Vuelvo a suspirar, estiro la mano y mi dedo suavemente, dibuja líneas rectas en su frente.

Es precioso, no cabe dudas. Es lo que cualquier chica querría tener como novio, y es mío. Hoy es mío.

No lo será por siempre, lo tengo claro. Me bastó leer el mensaje de David para que la puñalada se clave con fuerza en mi pecho.

El hombre que duerme a mi lado no será mío por siempre. Pero me alcanzará con haberlo amado ayer, hoy y mañana. Alcanzará haberlo amado desnuda, con ropa, entre libros y entre risas, para después romperme del todo y al final poder decir que sí amé.
Amé con tanta intensidad, que el dolor sólo me hizo más fuerte.
Que amaré a otros en el futuro, pero que mi primer amor ha destrozado mis esquemas y me ha hecho hacer cosas de las que jamás me voy a arrepentir.

Supongo que seré la perdedora, pero también la vencedora.
No todas las personas en el mundo pueden darse el lujo de amar así; hasta el punto de poner en juego tu propia vida.
En éstos tiempos que corren, creo que ya nadie se arriesga a amar con desenfreno. Ya nadie se anima a arriesgar, porque todos tienen miedo de terminar perdiendo.

Todos temen perder. 

Con esa frase repitiéndose en mi cabeza me acurruco contra él, me cubro con la sábana y la colcha, y me acomodo la remera que el dueño de casa me prestó antes de acostarse.

Evito sonreír, al recordar cómo sus ojos fueron cerrándose y el agotamiento lo llevó al punto en que no conseguía coordinar idea ninguna.
Lo vi bostezar, frotarse los párpados, levantarse de la alfombra, tenderme la mano e invitarme a dormir, aunque fuese un rato.
Fue glorioso sentir sus besos en mi mejilla, en mi frente y en mi cabello cuando me acosté a su lado. Cuando se encargó de taparme, de desearme las buenas noches y de suplicarme que pegara el ojo. No podría explicar la electricidad que recorrió mi interior cuando me abrazó, cuando su nariz se acobijó entre mi hombro y mi cuello, sus brazos se agarraron a mi cintura y su pierna se enredó en la mía.

Si bien me falta mucho por experimentar y si bien el sexo es fabuloso, ésto no se le compara; ésto es sentirme amada en toda la extensión de la palabra.

                                     ***

—Dormilona, despierta —su voz hace eco en mi cabeza y como si mil martillos golpearan mi cráneo, abro los ojos.

Pestañeo y la pesadez de un mal dormir me invade. Estoy cansada, fatigada.

—No quiero levantarme —me quejo, girando, acostándome de lado y abrazándome a la almohada.

—Tampoco quiero, brujita —susurra en mi oído—, pero, yo tengo que ir a trabajar y tú, a rendir un examen.

Con mal genio me despabilo, vuelvo a girar y miro su cara. Su preciosa cara, su pelo mojado y su traje negro. Es todo un galán.

Aunque tiene veintidós, gracias a sus rasgos y su aspecto físico aparenta más edad. Quizá unos cinco o seis años más. Sin contar con el detalle del traje, que le aporta madurez.




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