Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO OCHENTA Y CINCO

Respiro profundo y cierro los ojos unos segundos.

Sé que me voy a odiar por ésto después.

Levanto un poco la rodilla y la bata se abre unos centímetros más, obsequiándole una visual perfecta de mi abdomen, mi vientre y parte de mis senos.

No puede ocultar la excitación que le produce verme, se refleja en sus orbes brillantes.
Percibo su lujuria; ese interesante resultado que mezcla adrenalina, deseo sexual, y el sentido del peligro avecinándose.
A que un simple paso en falso sea el detonante para que lo descubran y tengamos serios problemas.

Problemas con mamá; claro.

—¿Qué estás haciendo con mi cordura? —susurra mirando mi piel; cada ápice de desnudez que le ofrezco.

Alzo aún más la rodilla, para rozar su entrepierna enfundada en un pantalón deportivo.

—Dime tú, qué es lo que estoy haciendo con ella —provoco.

—La estás mandando a la mierda —estira la mano y su dedo índice traza una suave y estremecedora línea recta que va desde mi garganta hasta mi pelvis—. Contigo la pierdo por completo.

Suspiro en respuesta a su caricia y me aferro a su buzo deportivo. Tironeo la tela gruesa de color negro, y cuándo su cuerpo se pega al mío, me sujeto de su cadera.

De inmediato su calor corporal me envuelve, su aroma a jabón y perfume embriaga a mi nariz, su aliento mentolado pega directo en mi cara, y sus brazos fuertes rodean mi cintura separándome del ropero.

—Entonces vamos a perder la cordura juntos —digo, con sus labios rozando los míos.

Sonríe a medias y asiente. Con sutileza baja la cabeza y besa mi cuello. Lo hace con lentitud, torturadoramente despacio mientras sus manos se apoderan de mi espalda, apretándome aún más contra su pecho definido.

Sus besos en mi cuello siempre han sido como un afrodisíaco para mí, excitándome y volviéndome loca, sin embargo hoy... Justo ahora, no me pasa eso. No me pasa nada.

Me separo bruscamente de él. Tanto que por un momento lo noto confundido y a punto de objetar algo. No se lo permito. Sostengo su quijada, tomo posesión de su boca e inicio un apasionado beso. Un beso caliente, experto viniendo de sus labios gruesos.

Mis manos pasan de su rostro a su nuca y se apoderan de ella. Rascan con suavidad su cabello y las uñas arañan delicadamente la zona por debajo del lóbulo de la oreja.

Me alejo, recupero el aliento y vuelvo al ataque. Un ataque brutal. Un instante cargado de tensión sexual más que pasión, deseo o lujuria.

—Levanta los brazos —ronroneo, abandonando sus labios, en tanto beso su mejilla, su mentón y su garganta.

—¿Me vas a desnudar? —jadeante, me mira con picardía.

—Estoy en inferioridad de condiciones —empiezo a levantar la tela deportiva de su buzo. Lo único que lleva puesto en la parte de arriba—. Me parece lo más justo, ¿no crees?

—Adelante.

Con su ayuda se lo quito. Se saca los tenis y resta su pantalón. Su pantalón y su bóxer.

Puedo hacer ésto rápido. Soy consciente de ello. Veo el bulto en su entrepierna y sé que podríamos acabar el sexo en unos minutos. No obstante en mi mente se repite cuál es el cometido de esta noche y para conseguirlo, tengo que esforzarme. Tendré que representar mi mejor papel.

Inhalo hondo y muerdo mi labio inferior. Le gusta que lo haga; le calienta.

Me aproximo a Nicolas y toco sus pectorales, sus abdominales, su vientre y el elástico del pantalón. Lo hago varias veces, deleitándome con sus gruñidos bajos.

Me pongo en puntas de pie y saboreo fugazmente su boca y su barbilla. Acaricio sus hombros y sus antebrazos al tiempo que mis besos van por su clavícula y la línea de delgado vello que cubre una escasa parte de su torso.

Haciendo acopio de la poca agilidad que poseo y rogando a Dios no fallar en ésto, comienzo a agacharme sin cortar el sendero de besos que al oírle jadear, sé que lo está volviendo loco.

—Bruja... Bruja, no.

Trago con dificultad cuando quedo de cuclillas frente a él.

—Sh —es lo único que nace de mis cuerdas vocales.

Estoy nerviosa.

Vuelvo a tragar saliva y sin desviar la mirada de su rostro, bajo sus pantalones.

Se deshace de ellos con rapidez, al igual que su ropa interior, que va a parar a algún lugar del piso de mi habitación.

Su mirada me devora, sus hombros suben y bajan con agitación y su cuerpo desnudo se mantiene excitadamente expectante.
Tanto así, que un gruñido escapa de su garganta cuando tomo entre mis manos su pene y lo acaricio.
Con la torpeza propia de la principiante lo hago de forma cortada, lenta, dubitativa. Temiendo estar haciéndolo de lo peor.

—No tengas vergüenza —ronronea, con los ojos cerrados—, porque me encanta.

Eso, como una inyección de osadía me lleva a bombear su miembro con ímpetu. Sin impartir fuerza, pero con firmeza hasta dejarlo erecto, duro.

Humedezco mis labios y... Pongo la punta de su pene en mi boca.

Nicolas maldice, apenas mi lengua envuelve su glande. Lo hago por unos instantes, todavía estoy nerviosa, ni siquiera sé si lo estoy haciendo bien. Sólo me dejo llevar y cuando escucho su respiración agitada, paro.

Con el terror de la novata colándose por mis venas, mis labios abandonan su miembro y sin quitar la mirada de su cara, de sus ojos cerrados y su mandíbula tensa, mi mano es quién se encarga de aumentar el éxtasis, para luego, volver a frenar.

Mis latidos se disparan, pero no me echo atrás. Abro la boca y con lentitud pruebo su glande. Despacio, sin apuros, tratando de sentirme lo más cómoda posible como para que de ésto no resulte mi peor experiencia sexual.

Un gemido gutural danza en mis oídos cuando en mi boca entra por completo su pene erecto; cuándo empiezo a chupar, y a simular con mis labios el movimiento de lentas embestidas.

El sonido molesto que escapa de mi garganta y la sensación de sofoco me desconcentran. Me desconcentran demasiado y me detengo. Me tomo unos segundos para recobrar el aliento y continúo. Es bastante más incómodo de lo que esperaba pero sigo. Lo hago con dificultad, y es gracias a sus palabras cargadas de erotismo que no paro, pese a que las arcadas me tienten a terminar ya.




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