Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO NOVENTA Y DOS

Mi corazón se vuelve loco; late de prisa. 

En Seattle precisamente ahora es medianoche. Apenas medianoche. Y no sé qué pensar al respecto. Me cuesta creer que fue sencillo pero exitoso y que la apuesta de David, de sonsacarle información a su hijo era la única salida efectiva de este embrollo. 

Realmente... Me cuesta.

Retiro la sábana con lentitud, salgo de la cama y con el celular en la mano, de puntillas camino hasta el ventanal. Tratando de hacer el menor ruido posible corro la lámina de vidrio, pero el metal de la banda produce un chirrido y Nicolas gira en la cama.

Contengo la respiración un instante, me quedo quieta. Al parecer sólo cambió de posició.

Salgo al balcón. Me estremezco y hasta pego un brinco cuando la brisa fresca roza mis piernas.

¡Que hace frío, joder!

Me aseguro de dejar cerrada la ventana y me acerco al barandal de hierro estilo antiguo.

Sin titubear marco el número de David.

Se supone que si todo salió tan bien como explicaba su mensaje ahora mismo debería estar sonriendo, no obstante es que no estoy ni cerca siquiera de esbozar una tenue sonrisa. Soy tan pesimista que me cuesta dar crédito del éxito.

Era una operación inmensa; me lo dijo Nicolas. La carga conllevaba una organización impecable. No es razonable y tampoco tiene coherencia la magnitud del transporte de Rafael, las coimas y corrupción, con la simpleza con que desbarataron un cargamento tan meticulosamente trazado. 

No soy una cerebrito, pero es que no me cuadran las cosas.

Pego el teléfono a mi oreja, esperando porque David me conteste y de su propia boca me explique que incautaron las pastillas o que agarraron a Rafael.

Espero, espero, espero... Y la línea me manda al buzón de voz.

Corto e intento otra vez.

Estoy empezando a ponerme nerviosa de nuevo. Tengo temor pero ante todo dudas; muchas dudas.

¿Contarle a David habrá sido un error?

Sacudo la cabeza con frenesí. No puedo pensarlo, tomé la mejor decisión. Para eso vine a Francia, y para eso me metió en este juego de mierda.

Por segunda ocasión la llamada se deriva al buzón de voz, así que le escribo un mensaje.

TO DAVID: CONTÉSTAME POR FAVOR. NECESITO SABER QUE ESTA PASANDO ALLÁ.

Lo envío y aguardo. Aguardo cinco, diez, quince minutos. Miro el tráfico colmando las calles de Montmartre y entonces el celular vibra entre mi dedos.

Rápido y con torpeza abro el whatsapp que acabo de recibir. Es un audio.

DAVID: —Charlotte cariño, todo está bien. A tu regreso prometo contarte detalladamente lo que ha pasado. Mientras tanto... Disfruten mucho.

Su voz denota cansancio, incluso amargura. Es extraño, no parece siquiera animado. 

ME: —Se te oye raro —le respondo bajito—. Pero me tranquiliza escucharte. Confío en ti. Nos vemos pronto.

Borro el historial del chat e inhalo hondo. La maldita opresión en el pecho no me deja respirar con normalidad; la paranoia toca campanas en mi cerebro y rechino los dientes para callarlas. 

Busco el numéro de Ámbar. Quiero conversar con ella pero no está en línea. Orianna tampoco.

Demonios, necesito hablar con alguien.

Continúo buscando hasta llegar a mi mejor opción. Presiono el ícono de llamar y espero que me conteste.

—Qué... Lotte —dice adormilado.

—Es para saber que tal están —me aclaro la garganta—. Ni siquiera pude llamarlos ayer y...

—¿Si dejamos esto para luego? —se queja mi hermano, interrumpiéndome—. ¡Es pasada la medianoche!

Dios; lo había olvidado por completo.

—Te vi en línea pero no me di cuenta de la hora que es allá.

—¡Pues estaba durmiendo! —sigue quejándose—. Y antes de que lo preguntes todos dormimos, estamos bien y esperamos que vuelvas pronto.

Sonrío sin más remedio. No ha sido una graan charla pero, ha servido para relajarme. 

—Te avisaré antes de subir al avión. Recuerda decirle a mamá que llamé. 

—¡Sí, sí!

—Te quierooo —canturreo, ganándome un okey y la comunicación finalizada.

Apago el celular, me acerco al ventanal y veo a Nicolas que está parado justo del otro lado del vidrio.

—Buenos días —le saludo, entrando al cuarto—. Intentaba dialogar con mi hermano —le enseño mi teléfono—. Pero olvidé el cambio horario. Adormilado y de mal genio, Liam es difícil de tolerar. 

—Despertaste temprano —se frota los párpados.

—En realidad no dormí muy bien —me encojo de hombros, fingiendo desinterés—. Tuve... Pesadillas.

Se acerca a mí, agarra mi mano libre y besa mis nudillos.

—¿Todavía quieres irte a casa, bruja?

Trago saliva, y lo miro. Sus mejillas están sonrojadas, sus ojos también, su cara luce somnolienta y aún así se ve muy apuesto. 

—La verdad es que no quiero irme.

—¿Olvidaremos lo que pasó anoche? —retrocede y tira de mi mano. Se sienta en el borde de la cama y a mí sobre su regazo.

—No —confieso—. No podremos olvidar nada de lo que pasó anoche, pero si podemos seguir hacia adelante —toca mi pelo, con suaves caricias y entrecierro los ojos—. Aunque ese adelante se acabe mañana.

Suspira profundo. Sus brazos rodean mi cintura, su mentón se recarga en mi hombro y su aliento pega en mi cuello—. No quiero separarme de ti —dice.

Relamo mis labios y acaricio sus antebrazos.

De alguna forma necesito escuchar que algo no salió bien anoche. Que hubo un error, una falla o una equivocación.
Esa será mi garantía. Lo que me quitará el amargor de la boca y las dudas que empiezan a embargarme.

—Yo tampoco quiero que te separes de mí —murmuro.

—Eres una chica astuta. Sabías tan bien como yo que nunca íbamos llegar demasiado lejos.

Mi corazón se encoje y las lágrimas amenazan con empañar mi mirada.




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