Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO NOVENTA Y TRES

«Vamos Charlotte, eres fuerte; eres valiente; eres grandiosa. Sólo abre los malditos ojos»

No estoy dormida, pero tampoco estoy despierta. Me mantengo en el limbo del aturdimiento físico y mental. Mi cerebro me ordena algo pero mi cuerpo no obedece, no reacciona.

A la distancia escucho el eco de voces. Creo que son discusiones y hasta gritos pero ni eso me orilla a abrir los ojos.

Mi subconsciente me suplica que vuelva en sí, y me repite incontables veces que soy una chica fuerte, pero es que ni siquiera mi fortaleza colabora conmigo en este preciso instante.

El dolor que aún dentro de mi estado de parálisis, siento, es indescriptible y tal vez sea por ello y por el miedo a lo que pueda pasarme cuando caiga cien por ciento en la realidad, que no respondo.

Mi cerebro vaga en la inmensidad de mi ser, mientras que mi cuerpo sufre el daño del terror, de algunos golpes y de la incertidumbre. Estamos desconectados y supongo que lo prefiero así. Quizá suene a cobardía pero no estoy lista para hacerle frente a mis consecuencias.

Para mi mala fortuna, jadeo alto cuando algo helado cae por mi pelo, mi cara y moja mi ropa. Abro de inmediato los ojos y sin contenerme comienzo a titiritar. Estoy empapada, congelada por completo.

—¿Se despertó? —pregunta alguien.

—Al parecer... —replica otra voz masculina.

Una que a pesar del desconcierto, reconozco. Es el individuo que me golpeó en el automóvil dónde nos metieron a Nicolas y a mí.

—Tírale otro —ordenan—. La quiero bien despabilada.

Con dificultad y aflicción muevo apenas la cabeza. De pie, a mi lado está ese sujeto y en las manos trae una cubeta.

Temblando niego. El frío cala hasta mis huesos. Que no me moje otra vez. Por favor, que no me moje otra vez.

—¿Jefe? —murmura, mirándome de una forma que no me gusta, que me estremece.

—¿Compasión, James? —se ríen y el nombre; el mero nombre hace un clic en mi cerebro, erizándome la piel.

¿Cómo...

¿Cómo pude olvidar su cara?

La asquerosa cara del cerdo malnacido que quiso abusar de mí aquella noche. Del mismo cerdo que quiso meter en drogas a Liam. El nombre del bastardo al que David puso de informante para Grayson.

¿Cómo fui tan estúpida?

—Para nada. La perra necesita un baño pero veo que no quiere más agua —se ríe y otro baldazo de agua helada impacta contra mi cara.

Hace demasiado frío y no paro de temblar. Mis manos siguen atadas y continúo amordazada. Estoy de rodillas, con la espalda apoyada en alguna pared de este horrendo lugar.
Intento mirar a mi alrededor. Más allá de James y los dos hombres que participaron del secuestro. Con desesperación y llanto retenido en los ojos busco a mi chico, a mi Nicolas.

No lo veo. Desde donde me encuentro no puedo ver mucho. Básicamente no veo nada y tampoco tengo noción sobre dónde estoy.

El olor a humedad, a encierro y mugre me hace pensar que tal vez sea una bodega o algún depósito olvidado, puede que en el medio de la nada, o en cualquier punto de Estados Unidos.

No sé qué hora es ni cuánto tiempo estuve semi inconsciente. Sólo sé que nos secuestraron, que hay tres tipos frente a mí, que no logro verle la cara a quién dice ser el jefe, y que una mohosa y agrietada pared de concreto gris me hace temer lo peor.

¿Si ya no puedo salir de acá?

Las intenciones de ellos no son buenas. ¡Claro que no son buenas! Es obvio que todo se fue a la mierda y que esto es obra de una sola persona.

Inevitablemente, más que miedo, comienzo a sentir pánico.

¿Y si le hicieron daño a Nicolas? ¿O a David?

Trato de inhalar profundo. Me cuesta muchísimo; me duelen las costillas.

¿Y si ya no vuelvo a ver a mi familia? ¿Ni a mamá ni a mis hermanos?

—Tráela para acá y desátala —le ordenan a James, que con brusquedad obedece y después de liberar mis muñecas, jala mi pelo para que me levante.

Con amor propio y resistencia evito gemir de dolor; no tengo fuerzas para ponerme de pie así que él lo hace de un empujón. Un empujón que me lleva a tambalear y caer al piso.

Se ríe de mí. Goza de la situación. De mi humillante y penosa situación.

Vuelve a jalonearme del cabello y entonces se me escapan algunas lágrimas de rabia y de impotencia. 

Casi a rastras me obliga a que avance hacia unos escalones. Hay un tipo sentado ahí. No lo conozco, nunca le había visto pero él me sonríe como si me conociera de toda la vida.

Trato de girar la cabeza para dar con Nicolas, pero un nuevo empujón de James me lo impide. Otra vez caigo, sólo que ahora mis manos amortiguan el golpe y mis rodillas lo padecen. Mi pantalón se rompió y la tela está mojada.

—Quítale la mordaza —dice con autoridad, el jefe—. ¿Qué tal estás, Charlotte? ¿Mis chicos te trataron bien?

Lo que tapaba mi boca desaparece y relamo los labios nerviosa. No respondo, sólo le miro.

Estoy segura que él es la persona que más odio en este mundo.
Él es Rafael, y no se asemeja a ninguna fotografía que me ha enseñado David.

No tiene porte de norteamericano, sino más bien latino. Nicolas mencionó que es mexicano y se le nota. Se le nota en su acento, en la forma de vestir y en las botas tejanas que taconean contra el escalón.
Es un tipo grande, robusto, de aspecto desalineado y temible. Trae muchas cadenas y anillos de joyería.
Aparenta lo que realmente es: un mafioso; un verdadero dealer mexicano.

—¡Ey, zorra, te están hablando! —con fuerza me abofetean.

Ahora sí gimo. Gimo del más certero dolor al sentir la cortada en mi pómulo. Me golpeó y algo filoso me lastimó el rostro.

—Estás un poco tímida —dice Rafael, dedicándole a James un gesto reprobatorio que luego se tranforma en una sádica sonrisa—. No te lo tomes personal, sólo son negocios —hace un breve pausa—. Pónla en un sitio más comodo.




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