Mis ojos amenazan con cerrarse, pero mi yo interior se rehúsa a enfrentar con cobardía lo que será una penosa masacre.
Aunque no estoy lista para ver a un demente ejecutar personas a sangre fría, me convenzo de hacer frente a mis últimos suspiros. Si esta va a ser mi forma de morir, que al menos sea viendo a los ojos al hombre del que estoy enamorada.
—Nicolas, vas a hacerme los honores —Rafael, pisando fuerte se le acerca. Dos de sus matones lo levantan del piso y baldean su cuerpo con agua helada.
Estremeciéndose se endereza, y veo cómo el agua mezclándose con la sangre de su rostro se escurren por su piel. Sus ojos verdes y amarronados, ahora enrojecidos se abren con desmesura, su pecho sube y baja embravecido y como loco empieza a negar con la cabeza.
Trago saliva con dificultad, al darme cuenta que la idea del dealer es que él apunte y él dispare.
De eso se trata, ¿no? Un "juego" suicida en dónde el azar y la suerte cumplen un rol importante si de evitar recibir un tiro en la sien se refiere.
—¡No! —Nico se sacude, intentando escapar de ellos—. ¡No voy a tocar esa mierda! ¡Mátame, pero déjalos ir! Deja ir a mi familia.
—¿Estás diciéndome que no? —le pregunta en un escabroso tono que intimida—. No estás en posición de exigir, así que apuntas y disparas, o ya verás.
Los dos tipos lo agarran con fuerza, inmovilizándolo, mientras Rafael pone en su mano el revólver.
Nicolas se resiste y eso... Aumenta la tensión.
El ambiente se percibe trágico. Tan trágico que de forma desesperada siento ganas de salir corriendo. De pronto la necesidad de ser valiente me consume. Quiero ser valiente por mí misma.
Con lentitud, miro a mi alrededor buscando algo. Lo que sea. Una mínima esperanza escapar.
Mis ojos se detienen a mitad de recorrido. Lejos de mí, sobre la entrada de un pasillo, está Orianna. Comienza a despertar y cuando se despabila, nuestras miradas chocan.
Se mueve y al realizar un ademán como para levantarse del suelo, veo a James. James suelta a Nicolas y corre hacia ella. Sin contemplación, enreda el largo cabello de Orianna en su mano, tira de él y con el rostro de la muchacha a su merced no para, le propina varios guantazos.
Le dice puta, tortillera y un montón de obscenidades más para acallar sus gritos de furia y dolor.
—Te estoy observando —me advierte el tercer tipo, a mis espaldas y pateándome con la punta de su pie—. Si llegas a hacer algo que no me gusta, te va a ir igual.
Impotente ante la situación y tragándome las ansias por defender a Orianna, me abrazo a mis rodillas.
La mano me arde y mi mejilla me duele. Despacio la toco con mis dedos. No pinta bien, me parece.
Es que el bastardo me cortó cuando me abofeteó. No sé con qué, pero me cortó.
—Vas a agarrar esta porquería, y vas a apuntar, ¿me oíste? —Rafael, ya sin paciencia presiona el cañón del revólver contra la garganta de Nicolas—. Es el precio de tu traición —maliciosamente me mira, también a David y a sus dos hermanos—. ¿Querías salirte del negocio por ellos? Pues ahora vas a volarle la cabeza a uno, sino, te aseguro que los voy a matar a todos.
Nico insulta, ruge, se mueve con frenesí y eso molesta aún más a Rafael, que a paso rápido avanza hacia David. Un David aturdido y exhausto.
Soy espectadora del acercamiento del mafioso, de su gesto tan macabro como rebosante al minuto que se para detrás de Henderson y con fuerza le da un culatazo en la cabeza que lo hace caer de narices contra el suelo.
Un golpe que me obliga a pensar; pensar motivada por la desesperación y no por mi gran capacidad de raciocinio.
Pensar en huir... Como sea y de la forma que sea.
Por mis hermanos... Tengo que salir de aquí.
Abruptamente y sin vérmelo venir, con la sangre agolpada en mis pies y mi respiración entrecortada, observo cómo, resignado, Nicolas agarra el arma que le entregan. Un arma que apunta directo a mi rostro.
Mi corazón se hincha dentro de mi pecho, como si fuera a explotar. No puedo tragar saliva siquiera, ni tampoco quitar la mirada de semejante escena.
Me va a disparar pese a que duda y teme. No hacerlo sería alargar la tortura. Soy consciente de ello, solamente pido para mis adentros que sea rápido.
Sin embargo, cuando creo que todo puede acabar para mí, escucho su claro y contudente NO. Un que me alivia y me preocupa.
—Entonces no vayas a perder detalle ninguno, mijo —Rafael, deja el arma en manos del aprisionado Nicolas y se acerca a James—. Dame el bisturí y ven conmigo —ordena.
Su objetivo ahora es Orianna. Se acercan los dos y se paran frente a ella pero es el jefe, quien ignorando gritos a su alrededor y los pataleos de mi amiga, le desgarra la ropa. Con ayuda del jodido bisturí, abre su blusa a la mitad, la empuja contra el piso y comienza cortar su pantalón.
No puedo contenerme, ya. Le grito tan alto como mis cuerdas vocales lo permiten, pidiéndole por favor que no lo hagan.
Es que sin rendirse y peleando por defender su integridad y su cuerpo, semidesnuda y tendida en el suelo, Orianna se rehúsa a ser ultrajada.
—Fóllala —dice el mafioso con desprecio—. Fóllala hasta que se te ablande la verga y fíjate que su hermanito la vea bien.
El gruñido casi salvaje de Nicolas llama mi atención y cuando volteo la cabeza, por inercia cierro los ojos.
Allí está de nuevo, apuntándome, pero esta vez no duda, sólo jala del gatillo.
Escucho el sonido del arma siendo disparada y por un segundo mis oídos se bloquean y el fuerte latir de mi corazón me envuelve.
Dios...
Todavía respiro.
¡Ay, por Dios!
Lentamente voy abriendo los ojos. Mis manos, mi mandíbula y mis pies tiemblan. Tengo frío pero sé que es a causa del miedo.
No había una bala para mí.
—Lo siento, bruja. Lo sie-siento —se disculpa, tartamudeando—. Por Dios, perdóname.