Sugar Daddy Libro 1

CAPÍTULO NOVENTA Y CINCO

Han pasado dos días; cuarenta y ocho horas; dos mil ochoscientos ochenta minutos, pero para mí es como si hubiera pasado una eternidad desde que de mi vida, se fueron personas que amaba con el alma.

Todavía no he podido llorarlas; no he querido hacerlo.
Mis lágrimas no han vuelto a caer y a ellas las sustituyó un profundo dolor que me quema el pecho, que me acompañará por años y con el cuál tendré que aprender a convivir por el resto de mis días.

Pasó tanto en tan poquito tiempo, que ni siquiera alcanzo a procesarlo todo.
Cuando pienso en que mi madre murió, siento desconsuelo. Un enorme desconsuelo, porque ella sí se despidió de mí y yo no quise darme cuenta. Ignoré el pálpito de que algo no andaba bien y entonces, como el soplo de una brisa la muerte se la llevó. Sin rodeos ni preámbulos. Sin sufrimientos. Sin agonía. Su corazón sencillamente dejó de funcionar. Estaba tan débil, que pasó lo que sus médicos le advirtieron iba a pasar. Al menos eso fue lo que me explicaron, cuando luego de que Ámbar me diera la noticia y yo viera a mis hermanos, fuera a reconocer su cuerpo.

Fría y blanca como la nieve, de ojos cerrados y labios morados, cubierta por una sábana tan blanca como el tono de su piel. Así vi por última vez a mi mamá y así fue como le dije adiós. Sin que ella pudiera oírme, ni abrazarme.

Estoy sufriendo al pensar cuánta falta nos hará. Se fue tan de pronto que siento que me quedaron millones de cosas por decirle, por contarle, por confiarle. Se marchó... Y siento que nos quedó pendiente la vida entera por compartir.

Me costó entender porqué me lo ocultó, incluso he estado sintiendo mucha rabia conmigo misma por no haberme percatado antes, sin embargo, conociéndola, mi único consuelo es que lo hizo para vernos felices, para mostrarse fuerte y rozagante antes de partir. Nos regaló nuestros mejores y también sus ultimos días de vida antes de emprender su viaje de ida, sin retorno.

Maldición.

Cuando en mi mente se repite la frase "emprendió el viaje", me resulta imposible hacer caso omiso de la opresión en mi pecho que no me deja respirar.

Es que...

Alguien que también emprendió viaje y nadie sabe a dónde, ha sido Nicolas.

Mi Nicolas.

Tras largas horas en una estación policial, siendo interrogada sin cesar y al mismo tiempo, lidiando con mi alma rota por el fallecimiento de mi madre, el caso del secuestro y asesinato se cerró.

Se cerró para mí, para Orianna y para David.

Mientras yo abrazaba a mis perdidos, vacíos y tristes hermanos, Orianna estuvo prestando su declaración a un efectivo policial.

Fue un hecho que ha salido en todos los noticieros nacionales. Cómo la policía estatal logró dar con un mafioso escurridizo y peligroso.

Según el informe que redactaron las autoridades y que tuve que firmar, cuatro móviles llegaron al lugar de los hechos y lo que hallaron en el almacén sobre la 123, no tuvo precedentes.

Desmayado, en un delicado estado de hipotermia, pero vivo, fue como trasladaron a David a un centro de salud.
Sin vida ubicaron a James Hollister. Un ladronzuelo que poseía varios antecedentes criminales aparte de su relación con el narcotráfico.
Ultimado de seis disparos, en lo que la policía llamó "ejecución" oficialmente confirmaron fallecido al hijo mayor de los Henderson. Tras la autopsia le entregaron el cuerpo a su hermana, Orianna, pues fue la única familiar que se presentó a reconocerlo.
Informaron el deceso de otro delincuente perseguido por los federales; el lacayo que Nicolas asesinó para defenderme.
Y por último, la muerte que recorrió Estados Unidos: la de Rafael. En lo que determinaron una pelea, su cabeza impactó contra un escalón y eso bastó para que su miserable vida acabase.

Me dieron de esto una copia a mí. Definieron mi homicidio como un acto de defensa propia y me absolvieron de los cargos.

Por otra parte, la prensa se encargó de destrozar la credibilidad, pulcritud, buena fe y profesionalismo de las autoridades de la DEA después del hallazgo.
La tacharon de corrupta, luego de que saliera a la luz parte del caso por narcotráfico en que David y yo nos habíamos involucrado, y su fachada de organismo justo y neutral quedó por los suelos.

Sin embargo, fue la misma prensa y la policía de Washington, quienes emitieron la alerta sobre el asesino que aún continuaba prófugo. Misteriosamente desaparecido.

Sin armas de fuego y con huellas; con sus huellas por doquier en la escena del crimen, Nicolas Henderson fue catalogado como el presunto homicida de su propio hermano y también de Rafael.
Quién aparte, para su mala fortuna se escapó de la bodega rato antes que la policía llegara. 

Tal y como me dijo en París, que haría, se esfumó. No se permitió siquiera la oportunidad de manifestarse frente a las autoridades y demostrar su inocencia, aunque ello significara aceptar los cargos por narcotráfico que de seguro, lo habrían puesto por largos años dentro de la cárcel.

Desapareció sin más, y a pesar de que me dolió no haberme despedido de él, el alivio que sentí cuando supe que estaba vivo, fue indescriptible.

Al final y al cabo, las cosas salieron terriblemente mal para nosotros y todos, absolutamente todos fuimos culpables.

Ahora sólo nos queda empezar a asumir las consecuencias de cada uno de nuestros actos. Desde el primero hasta el último.

********


Mi mirada se empaña pero no lloro. Ámbar aprieta mi mano con fuerza, dándome ánimos para soportar este crudo momento. El del entierro de mi madre. El ver cómo su cajón cubierto de flores es sepultado bajo tierra.

Tomo aire, mi amiga me suelta y me acerco a su lápida.

—Nunca dejes de acompañarnos, de cuidarnos y de amarnos —digo con la voz quebrada e imaginando que me ve. Que sus ojos celestes brillan al observar los míos y que en su cara se dibuja la más tierna de sus sonrisas—. Te amo, mamá.




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