Sugar Daddy Libro 1

EPÍLOGO

NUEVE MESES DESPUÉS

 

Los tibios rayos del me dan de lleno, mientras riego la maceta de tulipanes que tanto me ha costado hacer crecer. La compré hace unos dos meses, a un vendedor de plantines y flores cuando venía llegando a casa, tras realizar algunas diligencias.

Era la flor favorita de mamá.

Tener tulipanes aquí me ayudan a sentirla cerca, a nuestro lado, acompañándonos siempre.

Sobreponerse no fue fácil, pero confieso desde lo más profundo de mi ser que después de lo ocurrido, su ausencia no me desgarra por dentro como aquellos primeros días, incluso semanas. He ido acostumbrándome a no verla, a no oírla y a no tocarla. Y pese a que la extraño muchísimo su partida ya no me hiere como al principio.

Hace ocho meses que nos mudamos. Mis hermanos y yo nos alejamos de Seattle y de Washington, y vinimos a probar suerte en la mágica Nueva York. Contraté el servicio de un agente de bienes raíces y vendí las propiedades que estaban a mi nombre. La gran casa estilo mediterránea, el lugar dónde crecí, en Fremont y mi automóvil.
Lo vendí todo, para poder empezar de nuevo.

Con el dinero de las casas y el carro, la fuerte suma que dejó David para mí, la renuncia de Henderson Company y algunos pequeños ahorros que tenía, inicié mi nueva economía.
Contra mi propio anhelo nos marchamos lejos, muy lejos de mamá, y en Manhattan, compramos una modesta pero espaciosa casita, con un precioso patio y cuatro habitaciones.
Cambié el Mercedes por un Toyota. Sencillo y muchísimo menos costoso que el primero. 
Y tras unas interminables semanas de duelo, al final, mis hermanos retomaron las clases. En otro colegio, claro.
Uno más acorde a nuestra nueva realidad, les recibió con gratitud y los brazos abiertos apenas llegamos a la ciudad.

Con seguridad y orgullo puedo decir que ellos se han tomado a bien el cambio. De una forma progresiva les he visto ir recuperando la sonrisa. En definitiva han madurado los tres, y de golpe.

Alexandra dejó de ser la niña manipuladora y caprichosa que era. Incluso se comporta como la mamá gallina de todos nosotros, y eso que apenas está por cumplir siete.
Chris ya no es el ogrito gruñón de meses atrás. Luce más animado, alegre y lleno de energía. Luce más niño y menos adulto.
Liam, de los tres es quien más me ha hecho notar el abrupto cambio.
Se puso al hombro el peso compartido de la responsabilidad en un hogar. Deja el alma en los estudios, empezó a practicar fútbol y día a día me ayuda con los quehaceres de la casa.

Indudablemente mis adorables renacuajos son mi mayor orgullo.

La regadera se vacía, la dejo en el suelo y sonriente miro al frente. Allí están, con buena vibra, riendo, encargándose del orden en el patio. Han renacido de sus propias cenizas como el ave Fénix, y estoy muy feliz por eso.

Camino con lentitud hasta el banco de hierro pintado de blanco, que se encuentra bajo el pequeño porche y con esfuerzo me siento. Apoyo las manos en mi gigantesca barriga, y mi sonrisa se ensancha cuándo siento a mi bebé patear. Lo hace con mucha frecuencia últimamente y es porque ya estoy a término. Dentro de unos días, nos vamos a conocer.

Mi mirada se pierde un instante en el cielo azul y como cada tarde, me permito pensar en él.

No he vuelto a saber nada más de Nicolas desde su desaparición. No sé donde está ni cómo está. Intenté probar mi suerte con un investigador pero fue en vano. Para la sociedad, Nicolas Henderson se convirtió en un fantasma. Un fugaz recuerdo escondido entre las sombras y el exilio, y con el cuál absolutamente nadie ha logrado dar. Ni David, ni Orianna y tampoco yo.

La luz del sol me encandila, y mientras jugueteo con el anillo que me regaló, suspiro profundo.

Quizá todavía sigo siendo indulgente después de todo, porque muy en el fondo mantengo la esperanza de volverlo a ver, así transcurran meses o muchos años.

Él no puede pasar la vida entera entre las sombras, menos aún cuando en mi vientre y a punto de conocer el mundo se encuentra su hija; nuestra hija; Madison.

Sería muy injusto el destino si priva a Nico de saber que un futuro muy cercano, será papá de una niña.

—Charlie —esa es Ámbar desde el comedor. Su chillido me sobresalta y soltando una risita me enderezo en el banco.

—¿Qué pasa? —ladeo la cabeza y la veo salir con el teléfono inalámbrico en la mano.

—Te buscan.

Enarco una ceja, acepto el teléfono y lo pego a mi oreja.

—¿Diga?

—¿Qué tal está mi nietecita?

—Está muy bien —contesto con suavidad y dulzura—. No para de moverse.

—Voy a ir a visitarlos el fin de semana, ¿acaso tienes planes?

—Claro que no, David. Puedes venir cuando quieras —me aclaro la garganta para no reír—. Siempre y cuando estés dispuesto a viajar a la otra punta del país, soportando nueve horas de vuelo.

David carcajea y oírle me reconforta. Aunque todavía no logra reponerse de la fatídica pérdida, haberse enterado que será abuelo, ayudó para que su opinión de la vida cambiara ciento por ciento.

"Me muero por conocer a mi nieta"

Es lo que me dice a diario cuando hablamos por teléfono, y personalmente cuando cada dos semanas, el ex empresario cuyo patrimonio y companía vendió para dedicarse expresamente a su duelo, toma un vuelo comercial para llegar a Manhattan, dialogar con mi barriga y beber té conmigo.

Honestamente puedo decir con total emoción y certeza que la llegada de Madison, en cierto punto nos ha dado alegría, paz y esperanza a todos.

A mis hermanos, que manifiestan su enorme entusiasmo por la inminente presencia de Madi.
A David, que lo llenó de dicha, después de toda la mierda que le ha tocado atravesar.
A Orianna, que como tía desquiciada no ha parado de comprarle ropa y juguetes.
Y a Ámbar, que no hay día donde no le hable a mi panza y no reciba una patadita como respuesta.




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