Otra semana comenzaba con el mismo sonido tedioso y desconfortante, aquel ruido lejos de desaparecer con el pasar de los minutos, aumentaba su intensidad, lo que parecía generar un sumergimiento de mi ser y mi cuerpo en las sabánas. Después de varios minutos de confrontar conmigo mismo, decidí resignarme a la rutina y desunirme de la cama. Empecé a vestirme apresuradamente, debido a la demora en mi despertar estaba retrasado mi ingreso a horario al trabajo, las oficinas daban inicio a su engranaje a partir de las ocho y como todo engranaje necesita piezas para un funcionar productivo, era necesario que todas ellas estuvieran presentes, por lo tanto no solamente estaba mal vista la entrada tardía sino que existe una penalización económica para quien realice tan hermoso acto y dada mi situación monetaria, no podía complacerme con dicho comportamiento. Termine de cambiarme mientras desayunaba una taza con café y media porción de pizza sobrante de la noche anterior.
Estaba listo para partir cuando sufrí un nuevo retardo, aunque este fue más inesperado y curioso, la radio, la cual solía estar prendida, no por que escuché en si lo que se dice, sino por la sensación de compañía que me produce esa multiplicidad de voces, comunicaba y promovía los nuevos centros institucionales de producción de la felicidad. Estos habían llegado recientemente al país, luego de su éxito casi inmediato en Estados Unidos. Mi primera reacción al escuchar esta noticia fue hacer una leve sonrisa, pensando que era una ridiculez, como sería posible producir la felicidad de manera tan homogénea, como si se tratara de algún producto comercial. Sin embargo, este pensamiento se mantuvo en mi cabeza no más de unos pocos segundos, rápidamente volvió a mí el recuerdo de que estaba llegando tarde al trabajo, así que apresuradamente salí de mi departamento y marché hacia la oficina.
Una vez en la calle, comencé a caminar rápidamente, las oficinas no quedaban tan lejos como para tomar un colectivo, tardaría más de hecho en esperar que llegue uno. Las veredas de esta ciudad raramente están en condiciones adecuadas, generalmente se encuentran rotas, sin baldosas, sucias, por lo que el caminar requiere un esfuerzo mayor. Hay que mantener el ritmo rápido mientras se coordinan los pasos para no tropezarse, por suerte, ya estaba acostumbrado a estas cuadras y a este ritmo, por lo que pude llegar a las oficinas a tiempo y sin ningún tropezón.
El día en la oficina fue completamente rutinario, sin ninguna novedad, ningún hecho que valga la pena resaltar. No obstante, dentro de este día mediocre, igual que cualquier otro, hubo algo que cabe mencionar. No un hecho particular, sino un sentimiento que hasta ese momento no me había surgido, por primera vez en mucho tiempo me sentí cansado de vivenciar días sin ningún tipo de espectacularidad, sin algo que me motivé a desear dormir para iniciar lo más rápido posible el día siguiente. Esta sensación continuó con la erupción de una intensa tristeza, la cual parecía estar hace mucho tiempo contenida en mí, pero sin lograr manifestarse. Esto significo la concientización de un deseo que parecía nuevo, pero que en el fondo sabía que no lo era, el anhelo por no sentir más esta tristeza, este vacío que tanto me costaba sobrellevar. Todo esto que les narro ocurrió en mis pensamientos, en mis sensaciones por un poco tiempo, luego, como si nada hubiese pasado, mi cabeza se estabilizo, volví a dejar de sentir la tristeza, el vacío. En algún punto es como si mi cabeza me protegía de sentir cosas, porque no había nada bueno que sentir.
De regreso a casa, me tope con un volantero. Un chico jovencito, no más de 20 años, repartía volantes sin mucha atención a lo que hacía, parecía tener sus pensamientos en otro lado, pero aun así su cuerpo continuaba trabajando. Me ofreció un volante o, mejor dicho, invadió mi espacio personal con un volante y sin pensarlo simplemente lo agarre, quería continuar mi camino. No soy de las personas que leen los volantes que reparten en la calle, pero antes de tirarlo en el primer tacho de basura que me cruce, lo vi por arriba y pude notar el llamativo título que poseía ese volante: “Ser feliz ya no es un problema”, visite nuestros nuevos centros instituciónales de producción de la felicidad. Al leerlo me detuve un momento y sentí cierta sensación de asombro recorriendo mi cuerpo, la cual fue muy esporádica, desapareció, así como surgió. Una vez que mi atención volvió a enfocarse en llegar al departamento para descansar hice un bollo el volante y lo llevé a mi bolsillo, luego continúe caminando hacia mi hogar.
De a poco comenzaba a desaparecer la luz del sol, lo cual daba aparición a otros tipos de luces. Ya en mi hogar, limpie un poco el desorden que lo caracterizaba, el cual se había mantenido durante toda la semana. Para cuando finalice de acomodar un poco la casa ya se había hecho de noche completamente, por lo que sin nada para hacer decidí sentarme en el sillón y ver televisión hasta que el sueño se apodere de mí. Viendo un típico programa de entretenimiento, donde algunas personas se pelean de manera totalmente espectacular con otras personas por motivos que uno nunca llega a entender del todo, llevé mi mano al bolsillo y sentí la textura de un papel abollado. El volante que el joven me dio esta tarde seguía ahí, pareciera que me había olvidado de arrojarlo a algún cesto. Lo puse a mi vista y lo alise para que sea mínimamente legible, me quede viéndolo unos segundos largos mientras pensaba, como es posible que vendan la felicidad tan fácil, como si fuese una golosina. El anuncio prometía la felicidad con tan solo visitar el centro.
Ya eran poco más de las 20:30 y yo continuaba desparramado en el sillón mientras escuchaba a una chica pelearse con otra chica por que le robo el novio, o algo así. Sin embargo, mi cabeza no estaba con la situación que emitía la televisión, sino que continuaba pensando en el volante, en la publicidad, en la promesa de una felicidad garantizada. Volví a tomar el volante y vi que el centro más cercano se encontraba a algunas cuadras. La duda me invadió, valdría le pena ir o simplemente seria victima de otra de las tantas publicidades engañosas, las cuales rellenan de falsas promesas el vacío que todos tenemos. Lo pensé varios minutos hasta que de algún lado de mi ser salió la energía necesaria para tomar una decisión, visitar el centro. Fue como si desde algún lugar muy dentro mío un deseo de ser feliz se manifestó con extremo entusiasmo, a tal punto que incluso después de mucho tiempo sonreí con una sonrisa de entusiasmo, de felicidad y no las típicas sonrisas que uno hace para mantenerse coherente con los demás.