La luz del sol se colaba por las ventanas como si intentara despertarlo a la fuerza. Axel Martín gruñó, enterrando la cabeza bajo la almohada. Afuera, las calles de Nueva Austral ya comenzaban a moverse, pero él seguía aferrado a su último día de libertad como si fuera oro.
—¡Axel! —gritó la voz de su abuela desde la cocina—. ¡Te vas a quedar sin desayuno si no bajas!
—No tengo hambre vieja, déjame dormir… —murmuró él.
—Ven, o me como yo tu desayuno señor vagancia—agregó su hermana Anastasia desde el pasillo, con ese tono de madre latina disfrazada de hermana mayor.
Axel suspiró y se levantó a regañadientes. Entrelazo sus dedos mientras se estiraba... intentando salir de su habitación, sin querer, el picaporte de su puerta se desprendió.
—¡¿La P*ta madre, Otra vez…?! —dijo, mirando su mano y luego la perilla, como si fuera culpa del metal.
—¿Ya rompiste otra puerta burro? —La voz profunda de Hernán, su cuñado, vino acompañada de una carcajada—. Tienes que aprender a controlar esa fuerza loco de las pajas bravas.
—¡Callate! De todos modos había que cambiar ese picaporte oxidado, te hice un favor —se justificó Axel, mientras bajaba a la cocina con el picaporte escondido en el bolsillo.
En la cocina, el aroma a pan tostado y café barato lo recibió como un abrazo. Su abuela, Luisa, le servía un Té negro mientras Sofía —su sobrina de seis años— intentaba hacer levitar una cuchara. Sin mucho éxito.
—Sofi, no veas tantas series de superhéroes —le dijo Anastasia, revolviendole el cabello—. Vas a terminar decepcionada cuando descubras que no puedes volar ni romper rocas con la mano.
—Mi tío Axel va a volar —dijo Sofía, segura, mirándolo como si fuera su héroe favorito.
—Espero que no, este animal es capaz de quebrarse la columna intentando saltar de un edificio, su idiotez a veces me sorprende—bufó Anastasia, cruzándose de brazos—. Ir a esa Academia es peligroso. ¡No tienes idea de en lo que te estás metiendo, es algo que seguramente no puedas manejar!
—Me entrenan, me vuelvo fuerte, salgo a golpear cosas feas... ¿no es así? ya no soy un niño, puedo responsabilizarme de mi vida—respondió Axel, sentándose y tomando una tostada.
—Qué visión tan madura para un prepuberto de tu especie —dijo Hernán con sarcasmo, bebiendo de su taza—. Mira, si necesitas ayuda para no destruir la escuela apenas llegues, te puedo dar unos consejos de autocontrol, intenta no usar tu mano tan a menudo para hacer ese tipo de cosas—Decía su tío mientras soltaba una carcajada.
—¿Tú me das consejos? ¡Si lanzaste la moto de tu esposa por la ventana cuando despertaste tus poderes! Creo que deberías intentar pedirle consejos a tus superiores antes que darme consejos a mi, pero como favor especial, te dare un consejo, no te pongas remeras ajustadas —dijo axel con una mueca burlona en su cara
—Oye, que quieres decir con eso, pequeño pendejo —dijo Hernán con un poco molesto mientras rompía su taza sin querer.
Luisa sonrió con ternura mientras observaba la escena. Era la única que no decía nada, pero su mirada cálida —y algo triste— hablaba por sí sola.
—¡Pero que hacen pedazos de idiotas! ¡Otra vez Rompiste una taza Hernán! Expreso Anastasia con su pose de jarrón característica.
—¿Vas a venir conmigo hasta la entrada de la Academia? —le preguntó Axel a su hermana mayor.
—Claro —respondió Anastasia—. No me perdería por nada ver cómo comienza esta locura tuya.
Mientras todos volvían a sus tareas y Axel terminaba su desayuno, la cuchara que Sofía intentaba mover… flotó unos centímetros antes de caer.
—¡Lo hice! ¡¿Viste, mamá?!
Axel soltó una risa y miró su propia mano. Sentía que algo se movía dentro de él, como una corriente escondida. Algo que aún no entendía... pero que, pronto —muy pronto—, iba a cambiarlo todo.
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Editado: 20.05.2025