Sultana de mi corazón

VIII

Una de las muchachas se acerca para limpiar mis heridas, esperaba que este tipo de situaciones no se repitiera, de igual manera, sería mejor si le informaba a la Sultana la próxima vez.

- Sólo porque salvaste a los hijos del príncipe Bayezid, además de haber caído en la gracia del príncipe más joven, supongo que por eso no te han castigado –dice ella limpiando con cuidado, cuando termina deja las cosas en la pequeña mesita.

- Si bien lo que hice no fue idóneo, no me arrepiento de lo que le hice, eso les enseñará a no hablar mal de su alteza –digo seria, ella niega con una sonrisa de lado.

- Señorita Aysel, te llama el príncipe –dice la señorita Afife, asiento mientras me pongo de pie. Habían pasado una o dos horas, pero sentía que eran días, incluso siglos.

Me detengo fuera de los aposentos del príncipe, espero a que me den autorización antes de entrar.

- Su alteza –digo haciendo una reverencia, escucho como se acerca hacia mí, mi corazón late errático.

- Escuche de la pelea –dice alzando con suavidad mi rostro, los golpes no me habían dolido, al menos hasta que me limpiaron, tenía un corte en la ceja y otro en el labio, seguro también tenía algunos moretones en el estómago–, también escuche que fue por defenderme –dice serio mirándome a los ojos.

- Así es su alteza, no podía permitir que se expresaran de usted de esa manera –me había atrevido a verlo a los ojos.

- No creí que llegarías a tanto por mí –dice bajo, lucía extrañado pero también, parecía feliz.

- Daría mi vida por usted, su alteza –digo segura, con suavidad pasa sus dedos por mis cortes hasta acunar mi mejilla, suspiro cerrando los ojos mientras recargo mi mejilla en su mano, si esta era mi recompensa, no me molestaría pegarle a alguien más. Siento sus labios contra mi frente.

- Procura que nada te pase de ahora en más –su mirada es suave, no puedo evitar sonreír mientras asiento–, después de todo, debes venir esta noche –no puedo evitar la enorme sonrisa.

- Así será, su alteza –hago una reverencia mientras le sonrío.

- Hasta entonces –asiento antes de salir, la señorita Afife me esperaba afuera.

- La Sultana Hürrem ordeno que se quedase en sus aposentos hasta la noche –dice en tono serio.

- Esta bien, igual me duele un poco el cuerpo y debo curar mis manos –las alzo y le muestro mis nudillos, sin duda, a ninguna de las muchachas les quedarían ganas de hablar mal de su alteza de nuevo.



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En el texto hay: principes, amor, sultanas

Editado: 04.02.2022

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