A la semana, había recibido una carta del príncipe, al parecer, la carta que le había escrito había sido entregada. En ella explicaba a grandes rasgos la situación, como se sentía al saber sobre su hijo que venía en camino, le había dicho que deseaba que se lo hubiese dicho.
Mi querida sultana, mi pequeña flor de primavera, espero que tu chispa siga alumbrando esa habitación como alumbra a mi corazón, pensarte se ha vuelto mi actividad favorita, es como si pudiese verte aquí, como si el viento me trajese tu sonrisa.
Mi sultana de ojos brillantes, mi amada Aysel, en tu vientre llevas la prueba de que Allah siempre nos bendice, por ti y por él, es que volveré pronto a tu lado, lograré que se sientan orgullosos.
Con amor, tu ferviente amante, Cihangir.
Había estado tan feliz con aquella carta, no dejaba de leerla, incluso le había escrito de nuevo, rezaba todo el tiempo porque estuviese bien, y entonces una horrible noticia había llegado al palacio, el príncipe Mustafa había sido ejecutado por orden del Sultán, eso la había preocupado, sabía lo mucho que su amado príncipe quería a su hermano, le preocupaba que este suceso afectara su salud, y sólo Allah sabía que ella no se equivocaba.
Las cartas que envió no tuvieron respuesta, la ansiedad la estaba matando, así que cada tanto iba con la sultana Hürrem para ver si había alguna noticia, sin embargo, ella tampoco sabía mucho.
- Aysel, no has comido nada en días, te hará daño –dice Saliha colocando comida frente a mí.
- No puedo, no me entra la comida, sólo necesito saber cómo esta –digo poniéndome de pie, no podía quedarme un segundo más, debía ir con la sultana, algo podría hacer, de eso estaba segura.
Había salido ignorando los gritos de Saliha, de pronto escuche un gran alboroto, al acercarme al lugar, había encontrado a la sultana muy angustiada, el príncipe Bayezid intentaba calmarla, y al final, se habían marchado sin más.
Algo dentro de mí me decía que tenía que ver con mi príncipe, algo me decía que era algo grave, así que en medio de ese pasillo, había comenzado mis oraciones hacia Allah para evitar que fuese lo que estaba pensando.
Pero dicen que nadie escapa a su destino, que Allah tiene todo reservado y nada puede ser cambiado.
Unas horas después de la partida de la sultana y el príncipe, habían vuelto, desde la entrada había visto una carroza, sin importarme la lluvia había corrido hacia ellos, un guardia había impedido me acercará más, así que había luchado y al final había podido ir hacia esa carroza, cuando vi el ataúd, sentí que la vida dejo mi cuerpo. Con paso tembloroso me acerque al lugar, un hombre quito la tapa, estiré mi mano mientras las lágrimas caían. Cuando la tela no fue un impedimento, un grito desgarrador dejo mi garganta.
- Prometiste volver a mí, a nuestro hijo –había dicho mientras caía de rodillas, el dolor era tan fuerte, que en algún punto me desmaye.
Al despertar, la doctora me había dicho que había perdido a mi bebé, sabía que era mi culpa, no me había cuidado, ahora lo había perdido todo, me había negado a comer o tomar medicina, sólo quería llorar.
En medio de la noche, había decidido que no quería vivir sin él y sin mi bebé, así que me había escapado de la enfermería y había ido al cuarto donde pase tantos días maravillosos.
Había tomado una cuerda y la había pasado por una viga de la cama, había colocado el extremo en mi cuello y antes de bajarme del pequeño banco, había sostenido con fuerza aquella carta.
- Perdóname Allah, sólo tú sabes que no puedo –digo bajo–. Espérame mi amado príncipe, por favor Allah, déjame reunirme con él en tu reino, o en otra vida –digo antes de bajarme del banco, la falta de aire comenzaba a nublarme el sentido, y justo antes de que la muerte me arrastrará lo vi, extendía su mano y sonreía, y entonces, no vi nada más que oscuridad.