El viaje en avión es aburrido. Me toca sentarme al lado de una mujer que ha abierto su revista de par en par y no para de darme golpecitos. La suerte es que estoy al lado de la ventana, así que puedo distraerme durante un rato mientras miro las nubes.
Por un momento pienso como será vivir en Europa. Como serán allí las casas y que tipo de centros comerciales habrá. La gente lo llamaría irse de vacaciones, pero para mí es la etapa más importante de mi vida laboral. Sea como sea necesito publicar mi primera novela romántica y la mejor forma es viviéndola en primera persona.
No sé en qué momento me he quedado dormida mirando las nubes, pero cuando despierto veo que a mi lado ya no está esa señora. Ahora hay un chico joven, de mi edad (o eso creo). Es rubio y tiene la piel morena, bueno dejémoslo en bronceada. Es delgado, aunque parece estar musculado (sí le he mirado los brazos). Ah, y tiene una peca en el cuello.
-Al fin te has despertado –murmura. –Falta poco para aterrizar y pensaba que tendría que hacerlo yo.
Me sonríe. Y en la mejilla derecha se le forma un hoyuelo y no puedo dejar de mirarlo. ¿Ya me he enamorado?, ¿Es esto lo que se siente? De hecho, me duele un poco el estómago. Creo que voy a vomitar. O no.
-Perdona creo que yo voy a… -no alcanzo a decir la última palabra y ya estoy echando sobre sus zapatos Gucci todo lo que he desayunado esta mañana. No puedo ni mirarlo a los ojos.
Intento pedirle disculpas, pero no veo nada, todo a mi alrededor se va volviendo borroso. Es el fin. Es la primera vez en mi vida que tengo un flechazo y hago que se aleje vomitándolo en los zapatos. No solo eso, eran zapatos caros, tendría que hipotecar mi casa para pagárselos. Me siento mal y quiero que este viaje acabe lo más rápido posible.
-Indira ¿Cómo te encuentras? –una voz cálida y femenina me despierta con cuidado.
Cuando me levanto aparezco encima de una camilla de hospital. Miro a mi alrededor para situarme. Estoy en una sala pequeña y hay una enfermera que está justo a mi lado, mirándome con una sonrisa tímida.
-Hay un chico fuera que está preguntado por ti –lo dice y me guiña el ojo. ¿Un chico está esperándome? –¿Le digo que pase? –me pregunta, pero suena más bien como una afirmación.
Muevo la cabeza en un gesto similar al de afirmación, pero cuando me doy cuenta veo al chico rubio entrando por la puerta. Parece un Dios Griego. ¿Acabo de morir y estoy en el cielo? Dime que sí, porque si es verdad aquí me quedo.