Tras la puerta trasera del club había un puñado de personas, pero no le prestó atención a ninguna. Para ese momento la llamada de Susan se había cortado, pero no tardó mucho antes de que volviera a aparecer. Durante los últimos dos años había mantenido a su hermana agendada con el nombre de "No Contestes Nunca" y por primera vez en mucho tiempo estaba a punto de incumplir este mandato.
—¿Qué? —murmuró con desgana. Sabía que atender aquella llamada era un error, pero por alguna razón, tal vez por hartazgo, ahí estaba—. Espero que esté pasando algo muy serio , una muerte, tal vez. De preferencia la de Ian. ¿Qué quieres Susan?
El suave suspiro que le llegó desde el otro lado de la línea la hizo sentir aún más molesta. No tenía razón, Susan ni siquiera había hablado aún, pero Sunny ya había perdido la paciencia. Tal vez debería auto evaluarse en serio.
—Mamá dice que tiene dos semanas llamándote.
—Lo sé —replicó de mala gana.
—Pero no le has contestado. —La voz de Susan siempre había sido suave, casi melódica. Perfecta, como ella. Y como siempre, por razones que no podía entender, cada vez que la regañaba con ese tono de «Tu siempre mal y yo siempre bien» Sunny sentía ganas de golpearla en su fea nariz operada.
—Eso también lo sé.
Susan volvió a suspirar.
—¿Eres consciente que estás siendo demasiado inmadura, Sunny? Mamá quiere arreglar las cosas y no debería ser ella quien lo intentara; tú le faltaste el respeto. ¿No crees que sea el momento de asumir que no tienes nada que decir acerca de la relación de mamá?
—¡Ay ya cállate, Susan, en serio! ¿Está a tu lado? ¿Intentas hacer puntos con tu papel de hermana mayor responsable? —exclamó. Su voz no era como la de Susan, además, tendía a alzar la voz cuando se emocionaba.
Por suerte, ninguna de las personas a su alrededor estaban pendientes a sus disputas familiares. Al menos no hasta que la enorme puerta del club se abrió y la figura de Max Taylor apareció en su campo de visión. Sunny se detuvo y lo miró, por un segundo estuvo a punto de preguntarle qué carajo buscaba allí, pero en general eso no le importaba, además Susan continuaba hablando con ese tono que tanto le molestaba.
—Susan, ya. Este ni siquiera es un tema que debería estar discutiendo contigo —replicó dándole la espalda al recién llegado—. Dile que lo lamento ¿Sí? Pero no puedo ir, debo trabajar y...
—Mejor díselo tú.
Antes de que pudiera decir nada más, Vivi estaba al teléfono. Sunny contuvo las ganas de maldecir.
—¿Cómo es eso de que pretendes faltar a tu fiesta SuSu? —inquirió.
Vivi, al igual que Susan, tenía una bonita voz, producto de haber pasado toda su vida haciendo teatro, suponía. Por desgracia, eso también le proporcionaba la capacidad de ser en extremo dramática.
—Tengo que trabajar —replicó con desgana. Susan, esa maldita traicionera ya se las vería con ella.
—No, claro que no tiene que trabajar. ¿Lo estás haciendo para vengarte de mí? Llevo meses sin verte, Susu. Soy tu madre, te extraño.
Sunny aprovechó que nadie la estaba mirando y puso los ojos en blanco.
—¡Vamos, Vivi! Celebren por mí, yo estaré bien.
—Soy tu madre...
—Bien, mamá —resopló—, te prometo que iré para navidad.
—Patrick me contó lo que estás haciendo. ¿Niñera? No necesitas estar de niñera de nadie, eres mi hija no cualquier mediocre. Tienes un departamento, un auto, dinero. ¿Qué más quieres para que dejes de hacerme esto?
Ahí estaba. No se trataba de ella, se trataba de Vivi, de su orgullo. En Boston, Susan hacía su pasantía como economista en una de las empresas más importantes y según los cuchicheos de su madre estaban a punto de obtener un contrato sorprendente. Y allí estaba ella a 4300 kilómetros de distancia, de niñera de Betty Taylor.
—Te recuerdo que tú dejaste de enviar dinero, no podía quedarme de brazos cruzados hasta que se te pasara el coraje —gruñó.
—Solo tenías que disculparte...
—No voy a disculparme por la verdad —la interrumpió alzando la voz—. Tú deberías disculparte por siquiera pensar en casarte con la sanguijuela de Ian.
—Sunny, no te permito que...
—¿Es que no entiendes que no tienes que permitirme nada? Haz lo que te dé la gana, viste a Ian de blanco y llévalo al altar, váyanse a vivir a la luna, alquílale su colección privada de prostitutas, cómprale un casino para él solo; no me importa. Solo no menciones más el tema y desde luego no esperes que sea parte de tu circo siendo tu dama de honor o siquiera yendo a ver cómo te pones en ridículo casándote con ese idiota.
Finalizó la llamada antes de que su madre pudiera replicar y después hizo lo que debió haber hecho desde mucho rato atrás, apagó el celular. Sabía que si lo dejaba encendido Vivi continuaría insistiendo, odiaba que la dejaran con la palabra en la boca.
Se dejó caer contra un muro de aproximadamente medio metro de altura y resopló. Tal vez la rabia se le había ido de las manos, ese era el efecto que Vivi tenía en ella. Corrección, ese era el efecto que el parásito de Ian tenía en ella. Con solo escuchar su nombre le hervía la sangre, pero sabía que, llegada a ese punto, patalear no le serviría de mucho.