Sunny

DOCE

—¿Doritos? ¿Pizza para cenar? ¿En qué se supone que estabas pensando, por amor a Dios?

Sunny se quedó de pie. Ni siquiera había terminado de entrar en la casa de los Taylor cuando Kristal apareció dispuesta a reclamarle. Al parecer alguien no había podido mantener la boca cerrada, y por “alguien” obviamente se refería a Betty que se encontraba de forma estratégica parada tras Kristal.

Bien, ya sabía que la mataría. Menos trabajo.

»¿Y cómo se te ocurrió dejarla sola?¡Pudo perderse! ¿Entiendes eso? —continuó gritando, sin darle la oportunidad de responder alguna de sus preguntas, aunque Sunny igual no tenía nada que decir— Sé que este es un trabajo demandante, pero no es difícil, todo es tan simple como seguir las reglas. Lo único que tenías que hacer era llevarla a algún parque, comprarle una paleta y encargarte de que cenara antes de irse a la cama.

Sunny no hizo amago de querer intervenir. Suponía que Kristal lo esperaba, que era normal que la gente intentara defenderse, pero no Sunny. Muchos años de práctica familiar le habían enseñado que cuando se está en esas situaciones lo mejor era callar mientras la otra persona descargaba todo lo que tenía que decir.

Siempre que esa persona no fuera Susan, la técnica le funcionaba de maravilla.

» Tiene once años, no puedes dejarla a solas para ir por Doritos, no puede comer Doritos, Sunny. Yo entiendo tu... desdén por las reglas, pero necesito que comprendas que las cosas no funcionan así en esta casa y al menos que quieras mantener tu empleo debes cumplir con las exigencias de Kat. Para tu suerte no voy a contarle lo sucedido, solo por esta vez.

Quiso decirle que, de hecho, si le contaba a Kat Taylor lo que había sucedido y está la despedía, le estaría haciendo un gran favor, pero no lo hizo. Tomando en cuenta la discusión que sostuvo con su madre el sábado por la noche, volvía a estar en el mismo lugar en el que se encontraba el día que aceptó esa pesadilla de trabajo: peleada con Vivi y con fondos limitados. Y bueno, los empleos no le llovían, así que se limitó a asentir y agradecer en silencio. Como si continuar siendo la niñera de Betty Taylor fuera un premio.

Sabía por el rostro de la niña, que había estado esperando que la despidieran. Tenía once años, después de todo, seguro ni siquiera sabía lo que era la cara de póquer, así que la sorpresa de ver que no se deshacían de ella quedó pintada en su rostro sin que la mocosa lo notara. Lo que Sunny no terminaba de entender era por qué. ¿Qué le había hecho a Betty Taylor para que la odiara tanto? Además de ser la persona que por obligación la forzaba a hacer cosas que no quería hacer, obviamente.

Le dedicó a la niña la más falsa de todas las sonrisas que poseía en su repertorio.

—Bueno, no quiero iniciar el día llevando a Betty tarde a la escuela, así que... —extendió la mano hasta la mocosa insufrible, que necesitó de un suave empujón de Kristal para avanzar los siete pasos que las separaban.

Sunny la tomó sin decir nada más, se giró y tomó las llaves del auto. Se sintió orgullosa de sí misma, porque, aunque lo que quería era chillar, maldecir y matar a alguien, su imagen exterior decía todo lo contrario. Caminó hasta el auto y ayudó a la niña a meterse en asiento trasero, aunque no lo necesitaba. Mientras daba la vuelta para ocupar su propio lugar, vio como el clon de lucifer sacaba su ridículo teléfono rosa y comenzaba a teclear.

Se despidió de Kristal, de pie en el marco de la puerta, por última vez y se metió al auto antes de que su sonrisa falsa dejara ver su verdadera cara.

La ruta que ya había sido trazada por la señora Taylor, o tal vez por Kristal, le decía con precisión los lugares por los que debía conducir; lugares seguros, pero a la vez poco transitados para evitar que la llegada a la escuela se retrasara por el tráfico. Además Sunny sabía que Kristal se quedaba de pie en la puerta cual halcón hasta verlas torcer tres esquinas más arriba.

Le lanzó a la mocosa una mirada a través del retrovisor; la pobre tecleaba sin parar, como si estuviera intentando contactar con los servicios de emergencias, o peor aún, como si estuviera escribiendo una apresurada carta de despedida. Sunny contuvo la risa mientras por fin doblaba a la esquina y salía del campo de visión de Kristal.

Detuvo el auto apenas cinco metros después provocando que Betty alzara la vista hacia ella. Verla asustada le causó una mezcla entre placer y remordimiento, pero no dijo nada. Si iban a despedirla al menos se encargaría de hacer el momento memorable.

—¿Por qué...?

—Ah, fíjate, es lo mismo que iba a preguntarte —la interrumpió, dando un salto en su asiento para poder quedar de frente al engendro— ¿Por qué le dijiste a Kistal? Se supone que teníamos un trato, yo te daba pizza y tú cerrabas el pico. ¿Qué diablos te pasa? ¿Qué hay de malo contigo?

A diferencia de lo que había esperado, Betty no respondió. Debía estar demasiado espantada todavía como para decir cualquier cosa en su defensa.

Sunny continuó.

—La única cosa que he hecho desde que te conozco es intentar agradarte, bueno... Tal vez no tanto, pero no he sido una perra contigo, y créeme, puedo lograrlo —No le puso la menor atención al hecho de que se le hubiera escapado una palabrota frente a la niña, lo más probable era que la pequeña se supiera unas cuantas más—. Tal vez no te agrade el tener que ir a estúpidas clases de música o de ajedrez o de cualquier cosa ridícula que se le ocurra a tu madre, pero eso tampoco es mi culpa. Yo solo hago mi trabajo porque necesito el dinero. Así que te agradecería si dejas de hacer el tonto. O logras ya mismo que me despidan y así me libro de ti de una vez por todas o me dejas en paz.




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