El baño fue lo mejor que le había pasado en los últimos dos años, tan relajante que al salir Sunny ni siquiera se preocupó por secarse el pelo o volver a proporcionarle decencia a su aspecto, sino que se envolvió en uno de los albornoces de los Taylor y se metió a la cama. El sueño fue lo segundo mejor que le había pasado en los últimos dos años.
Despertó cuatro horas después más descansada que nunca. Y también más hambrienta. Lanzó una mirada por la habitación, la cajita de leche con chocolate de Betty continuaba estando donde la había dejado y aunque ya no estaba fría a Sunny no le importó tomársela de tres tragos.
La bebida no logró mucho con los gruñidos de su estómago, así que en contra de su voluntad se levantó de la cama y se obligó a pensar en sus opciones, que eran solo dos: podía pedir algo rico y volver a encerrarse en esa habitación hasta que fuera el momento de ir por Betty o, bajar hasta la cocina, asaltar el refrigerador con discreción y volver a encerrarse en esa habitación hasta que fuera el momento de ir por Betty.
La razón por la que la segunda opción resultó elegida no fue solo por la crisis de sus finanzas, sino porque también le quitaba el problema de tener que esperar.
Con la idea en mente Sunny abrió la puerta de la habitación y echó un vistazo al pasillo. Parecía como si el tiempo no hubiera pasado allí, igual que cuando llegó no se escuchaba ningún ruido, lo que la hizo saber que seguía sin haber nadie allí, como la mayoría del tiempo. Sunny no se molestó en ponerse su ropa o calzarse, bajó los escalones de dos en dos y al llegar a la cocina volvió a enterrar la cabeza en el refrigerador. Al menos debía agradecer que en aquella casa si tuvieran más que cervezas, refrescos y sobras para comer.
En su departamento la compra era responsabilidad de Patrick, así como cocinar y lavar la ropa, pero su amigo prefería pasar de sus obligaciones tanto como le fuera posible y comprar cualquier cosa que amenazara con su salud cada vez que sentían hambre. En aquella casa el refri estaba lleno de todo tipo de cosas. Por desgracia ninguna correspondía a sus comidas favoritas, pero al menos ahí estaba la fruta cortada que solía darle a Betty para la merienda. La niña la odiaba, o al menos se repitió esto mientras tomaba el tupper y se servía casi toda la fruta en un tazón, a Betty no le importaría.
Se sentó frente a la encimera y echó un vistazo a su teléfono mientras comía. Había un montón de mensajes sin leer a los que no pensaba mirar, varios de Vivi, de Susan, incluso de Pat, diciendo que le daría su número a Venus por alguna razón que Sunny no pensaba averiguar. Había uno de Kristal en el que, como cada día, le recordaba lo que tenía que hacer después de ir por Betty a la escuela, como si ya no lo supiera, gracias al horario que debía llevar consigo a todas partes. Le envió un emoji al azar e ignoró a todos los demás.
—¡Oh! Hola Sophie.
Sunny gruñó antes de levantar la cabeza. ¿De dónde diablos había salido? Estaba a punto de hacerle esa misma pregunta hasta que sus ojos chocaron con los de Max Taylor y más tarde con su cuerpo sudado y semidesnudo.
—Oye, cúbrete, qué puto asco. ¿Tienes problemas con la ropa o algo?
Él no se detuvo a mirarla, siguió de largo hasta el refrigerador, para segundos después meter la cabeza de la misma forma en que ella lo había hecho un momento atrás. Salió con una lata de Coca-Cola en las manos y Sunny se preguntó cómo carajo ella no las había visto.
» Te hice una pregunta —insistió. Su otra opción era preguntarle de dónde había sacado algo lleno de azúcar en esa casa, pero no pensaba hacer eso. Ya la buscaría ella misma más tarde.
—Estoy en casa —replicó él, encogiéndose de hombros y dando un largo trago a su bebida.
A Sunny le provocó rabia que el maldito comentario ni siquiera fuera suficientemente grosero. Ese simio en serio consideraba normal andar encuerado por ahí como si quisiera dejar ciego a cualquiera que se atravesara en su camino.
—Sí, yo también estoy aquí ¿Si lo notas? Y no creo merecer este tipo de tortura, estoy comiendo.
Max le dedicó una repulsiva sonrisa ladeada y enarcó una ceja. ¿Acaso ese era su concepto de gesto sensual? Porque si así era Sunny auguraba que le iría muy mal. Aquella era expresión cargada de chulería barata que parecía gritar "No te creo" era la cosa más nauseabunda que le había tocado ver en toda la semana, idiota presumido.
—Se supone que no habría nadie.
—Pero hay, corre a vestirte ¿Quieres?
Él asintió, pero en lugar de marcharse tomó asiento a su lado y ladeó la cabeza.
—¡Qué curioso qué tú digas eso cuando estás igual o más desnuda que yo en mi cocina!
—No seas enfermo, estoy cubierta. Yo no soy la que anda por ahí en calzoncillos mostrando las vergüenzas.
—De todos modos, no creo que un albornoz sea parte de tu uniforme —contraatacó él, sin inmutarse— ¿Qué haces aquí de todos modos? ¿No se supone que Betty está en clases?
—Sí, ella está en clases y yo estoy... aprovechando unas horas libres.
Max entrelazó los dedos de sus manos y apoyó la cabeza en ellos, como si fueran un par de amigas en una sesión de confesiones.
—Estás huyendo de tu familia —afirmó.
Sunny no cambió su expresión.