Sunny sabía que tenía clases a las que asistir, pero por razones que no tenía forma de explicar, no sentía ganas de moverse a algún lado. Volvió a meterse a la cama y a cubrirse con las sábanas de Max. Era probable que él se encontrara en la universidad en esos momentos así que aprovecharía la oportunidad que le brindaba la vida para intentar hacerse cargo de su vida y de paso organizarla.
Aquella casa era el único techo bajo el que podía dormir y su tiempo ya había terminado, seguía teniendo la opción de hablarle a Kristal por la habitación de invitados, pero Max ya le había dicho que Betty solía pasarse a ella en medio de la madrugada y no creía que a la mocosa le gustara que invadiera su santuario, por muy amigas que fueran.
Volvía a quedarse sin muchas opciones. Tomó su teléfono y deslizó el dedo por su lista de contactos al menos tres veces buscando a alguien a quien pudiera molestar en esos momentos. ¿En esos casos era cuando las personas se daban cuenta de que no tenía amigos? No pensaba mentir, era deprimente enterarse de esa forma.
Siempre habían sido ella y Patrick y eso nunca le molestó. La mayoría de las personas que estuvieron a su alrededor durante toda su vida no eran más que conocidos y además de todo casi todos se encontraban en Nueva York. En aquella ciudad las personas eran por lo general amigos de Patrick con los que compartía en un momento determinado, porque lo de socializar y generar relaciones a largo plazo no era lo suyo.
Así que después de pedirle prestado a su mejor amigo o rogarle a Kristal por un rincón en la habitación de invitados, sus únicas opciones eran acostarse con algún desconocido por una cama o pedirle a Max otra noche de cortesía en su cama. Al menos lo de intercambiar favores sexuales por una cama sonaba peor.
Como si existiera alguna conexión telepática en la que no quería pensar, la puerta se abrió justo en el momento en el que recorría su lista de contactos por quinta vez.
—¡Ahí estás! —entró en la habitación cerrando la puerta a sus espaldas. ¿Eso quería decir que Kristal aún no se marchaba?—. Traje donas y café, de ese local que está antes del colegio de Betty. ¿Lo has visto, el que está de verde?
Sunny se quedó mirándolo unos segundos. ¿Por qué no encontraba una respuesta para una pregunta tan pendeja? ¿Justo por eso, tal vez?
Asintió. La pregunta real era ¿Por qué le llevaba que comer?
—No debiste molestarte. Es decir, gracias, pero no debiste molestarte —habló desde debajo de las sábanas.
—Sí, bueno, estás encerrada hasta que Kristal se vaya y además aquí no hay nada de comer que no sean tazones con fruta —murmuró con una mueca, dejando la bolsa que traía en las manos sobre el sillón en el que Sunny había estado unos minutos atrás—. Y… me gustan las donas.
—¿A las ocho de la mañana? —cuestionó enarcando una ceja.
De hecho, la situación causaba en ella más gracia que otra cosa.
—Me gustan las donas —repitió él, como si Sunny no lo hubiera entendido— Cuando te gustan las donas las comes a cualquier hora.
Sunny prefirió no decir nada al respecto, porque, aunque le pareciera una falta de respeto por la salud, ella, que había pasado los últimos fines de semana de su vida con Patrick bebiendo como si no existiera mañana, no tenía calidad moral para reprocharle a Max sus hábitos alimenticios.
Se irguió por fin, aunque no hizo amago de salir de la cama y agradeció que Max le pasara el vaso de café sin más. Lo observó fijo mientras él dejaba las donas junto a ella y se sentaba al otro extremo de la cama. La sensación de estar mirándolo demasiado la obligó a apartar la vista y dirigirla por un segundo hacia una dona.
Se la llevó a la boca de inmediato, para intentar apartar la idea de que aquello parecía demasiado íntimo para dos personas que apenas se conocían. Por un lado eran solo Max y ella compartiendo una tonta dona y un café frío con exceso de azúcar, por otro lado, era ella, en la cama de Max, aún en pijama (nada cambiaba el hecho de que se tratara de una camiseta vieja y un pantalón tan largo que debía levantarlo para poder dar un par de pasos) desayunando en su compañía.
—¿Irás a clases más tarde?
La pregunta de Max la distrajo. Levantó la vista hacia él y negó.
—Tengo que poner algunas cosas en orden antes.
—¿Se me permite preguntar cuáles son esas cosas?
Sunny sabía que esa pregunta no era algo que significaba un interés genuino en lo que le pasaba. Era, más bien, un pobre intento de mantener algún tipo de conversación y que la escena no se volviera más incómoda de lo que ya resultaba. Además, después de haberle permitido pasar la noche en su habitación, al menos le debía la oportunidad de husmear un poco en sus desastres existenciales.
—Mi vida, para comenzar —se encogió de hombros. Tal vez el “poner su vida en orden” era una frase demasiado dramática para su situación, pero así era como lo percibía ella—. Mi familia es un desastre; mi mamá quiere volverme loca, tengo un repugnante intento de padrastro al que por lo visto tendré que acostumbrarme, mi hermana es una pesadilla y todavía no tengo ningún plan para más allá de las próximas horas.
Él se tomó unos segundos para darle una mordida a la dona que sostenía entre los dedos antes de contestar.