Sunny

VEINTICINCO

Sunny fijó la vista en la pared que se encontraba frente a ella y en la puerta que cubría un tercio del espacio, suspiró antes de darle, por fin, la primera calada al cigarrillo que había encendido unos segundos atrás y dejó caer la cabeza contra el respaldo de la cama. Según el reloj junto a ella, estaba a dos minutos de romper el récord de pasar dos horas mirando a la nada. 

No era una persona dada a sobre pensar las cosas y, por consiguiente, tampoco había sido especialmente susceptible al insomnio, sin embargo, esa noche había terminado por asumir que el peso de su estupidez y su impulsividad presionaba contra su pecho cuando intentaba recostarse y amenazaba con asfixiarla.

Tampoco era el tipo de persona que pasaba su tiempo libre regodeándose en sus errores y repitiéndose lo estúpida que era; como ella veía las cosas, las personas eran forjadas por cada tontería que cometían y le importaba más bien poco meter la pata. Sin embargo, aquella vez se sentía diferente.

Lo gracioso era que aquella no era su primera sandez, ni la peor. Es decir, había hecho cosas en su vida peores que besar a un imbécil y nunca se había sentido tan culpable.

Y lo que la mantenía despierta a aquellas horas de la madrugada no era el haberse estrujado contra Max Taylor un rato atrás, ni el sentirse culpable por disfrutarlo; mucho menos el haber tardado muchos segundos en apartarse, no dejarle muy claro que aquello había sido un error y que jamás en la vida debían acercarse uno al otro o haber fingido que se había quedado dormida tan pronto él se metió al baño para evitar tocar el tema a como diera lugar. No.

Lo que la mantenía despierta y con la sensación de ser la peor basura del mundo era la imagen del rostro decepcionado de Betty en la cabeza. La idea de que hacía apenas unos días le había jurado a esa niña que no tenía ningún interés en su hermano y ahora se había convertido en la peor mierda mentirosa de toda la ciudad, tal vez de todo el país.

En el interior de Sunny se libraba una batalla entre su cerebro y su sentido de la decencia. Una voz le decía que besar a alguien no era algo tan grave, que solo había sido una tontería que no se repetiría y que la niña ni siquiera tendría que enterarse. Otra le gritaba encolerizada que ninguna de esas cosas haría que fuera menos mentirosa, ni menos imbécil.

Betty Taylor era una niña triste y sola, y el trabajo de Sunny, además de llevarla a clases y cuidar que no desapareciera o se matara, era hacerla sentir segura y especial; y en lugar de andar haciendo esas cosas, allí estaba, escondida en aquella habitación, luchando con estúpidos dramas familiares y besuqueandose con el hermano de la niña que se supone debería cuidar y a la que explícitamente le había prometido hacer lo contrario.

Lanzó una mirada al cigarrillo medio consumido que sostenía en la mano y harta de estar revolcándose en su estupidez sin obtener ningún resultado, se levantó de la cama y fue hasta el cuarto de baño. Le dio la segunda y última calada y lo dejó caer al inodoro antes de tirar de la cisterna. No quería ponerle la cereza a su pastel de retraso mental incendiando aquella casa.

Se lavó el rostro para ver si lograba aclarar sus ideas y volvió a la cama aún más frustrada al comprobar que no era tan fácil.

Volvió a la habitación y fijó la vista en el bulto sobre el suelo. Hizo una mueca.

Aquella noche Max había tomado la decisión de tirarse al suelo con una bolsa de dormir, según sus propias palabras "no quería despertar las sospechas de Kristal si lo volvía a encontrar dormido en el sofá del salón" y Sunny estaba casi segura de que esa era una de las razones por las que no podía dormir.

A la oscuridad de la noche ella apenas podía distinguir la sombra de Max vuelto un ovillo en el suelo y sintió un pinchazo de culpa, ella ni siquiera debería estar allí, incomodándolo en su propia casa.

Ella tenía una casa, en la que debería estar en ese momento, durmiendo plácidamente arrullada en su cama; no allí sintiéndose incómoda y una mala persona. La idea de que todo aquello era culpa de Vivi le hizo hervir la sangre por un momento. Si su madre no se hubiera aparecido en el departamento sin avisar, arrastrando más atrás a Ian como hormiga tras el dulce, ella no se habría visto obligada a dejar su cómoda, calentita y privada habitación a merced de Patrick y Susan para irse a meter a casa de los Taylor y a traicionar la promesa que le había hecho a Betty.

Sin embargo, esa furia se evaporó tan pronto como surgió, porque en su interior, tan al fondo que casi podía ignorarlo si se esforzaba lo suficiente, había una voz que le susurraba que era la única culpable de cada una de las cosas que le sucedían. Nadie le había pedido que se fuera del departamento, ella, con razones o no, lo decidió sola. Nada tampoco la obligaba a permanecer allí.

Ella era quien no toleraba pasar un solo segundo bajo el mismo techo que Ian, con razones o no, y Vivi ni siquiera lo había traído con ella, él apareció sin ser invitado así que técnicamente no debería estar enojada con ella. Pero lo estaba, y una vez más experimentaba esa frustración que le generaba un nudo en el estómago.

Intentando contener esa sensación de que le faltaba el aire, tomó su teléfono y abrió su conversación con Patrick. Escribió las tres palabras que llevaban rondando su cabeza durante toda la noche y ni siquiera tardó diez segundos en que la idea de que había sido una estupidez llegara a su cabeza. Estuvo a punto de borrar el mensaje, pero entonces se dio cuenta de que su amigo estaba respondiéndole.



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En el texto hay: romance, niniera, comedia juvenil

Editado: 09.04.2023

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