Sunny

VEINTINUEVE

Sunny se llevó la mano a la cabeza y una maldición escapó de sus labios cuando vio la cama vacía de Betty. Apenas eran las seis y cuarto, ¿En qué maldito momento se había escapado?

Miró a todos lados sintiendo como los nervios iban escalando desde sus piernas y congelándole el pecho. Intentó respirar profundamente para pensar con claridad, pero no pudo. ¿Dónde se había metido esa niña? ¿Había vuelto a escaparse al cementerio a esas horas? Solo de pensarlo tuvo escalofríos, no quería ni pensar en lo que podría pasarle a una niña caminando por las calles de San Francisco a saber a qué horas de la madrugada. ¿Esta vez al menos tendría justificación ante un juzgado?

No lo sé, señor juez. La dejé en la cama en la noche y a la mañana ya no estaba. Yo estaba dormida.

Sunny ni siquiera estaba del todo despierta, se frotó los ojos para confirmar que realmente Betty no estaba bajo sus sábanas. Hizo una pausa para intentar mantener los nervios a raya y tras confirmar que el demonio escurridizo no estaba en el baño, volvió a sentirse histérica. ¿Se había escapado porque no quiso hacer lo de la pijamada?

¿Acaso tendría que llamar a la policía? Ya se imaginaba la cara de Kristal, pensaría que era una inepta que no pudo hacerse cargo de una noche con Betty; la señora Taylor se aseguraría de que fuera a la cárcel si le pasaba algo a su hija y Max...

Antes de terminar con sus divagues, Sunny salió de la habitación de Betty y fue hasta la puerta al final del pasillo. La habitación de Max. Tocó una, dos y tres veces intentando controlarse y hacer ejercicios de respiración. Una voz en su interior le decía que debía estar más calmada, que la niña estaba acostumbrada a hacer esas cosas, pero ella simplemente no podía.

La puerta se abrió en medio del cuarto toque y un Max adormilado y en calzoncillos apareció ante ella. Sunny se sintió horrible por el hecho de que apartar la vista de él le supusiera un esfuerzo. ¿Por qué siempre estaba medio desnudo, para empezar?

—Lo siento —balbuceó—. Lamento despertarte a estas horas, pero creo que Betty volvió a escaparse. No estoy segura, pero no está en su cama y apenas son las seis, ¿A qué hora debió marcharse? No sé si le pasó algo o si... No sé si debo llamar a la policía. Creo que ni siquiera recuerdo el camino al cementerio. En serio lo siento, yo...

Antes de que pudiera continuar con su monólogo, Max la tomó por los hombros y la sacudió, haciéndole cerrar la boca.

—Sunny... está dormida —murmuró.

El muy imbécil debía continuar tan dormido como Sunny lo había estado minutos atrás, porque no había entendido nada.

—No me estás escuchando, no está en su cama...

—No en su cama, debe estar en la cama de papá —dijo, pero señaló la habitación de invitados—. Te lo dije el otro día.

Sunny se quedó de piedra. No recordaba que le hubiera dicho nada, pero no pretendía ponerse a discutirlo ahora. Si era cierto y Betty estaba dormida en cualquier cama mientras ella tenía una crisis nerviosa, juraba que le cortaría tres dedos.

Murmuró un par de agradecimientos, pero Max continuaba sin soltarla.

—Oye, cálmate. Ella está bien, lo hace cada día —le explicó—. Es solo que es el último lugar de la casa en el que papá durmió antes del divorcio y el... ya sabes, accidente.

Sunny asintió, por supuesto que tenía que ver con su padre. Todo lo de Betty Taylor siempre tenía que ver con él.

—Entiendo...

—Solo actúa normal con ella.

—Lo haré.

Solo entonces, él la soltó. Sunny se dio la vuelta sin decir nada más y caminó hasta la habitación de invitados. Max la interrumpió.

—Oye, Sunny —la llamó, haciéndola girar hacia él—, bonito pijama.

Ella se detuvo en seco para mirar sus pantalones de chándal de los Metz y la camiseta que casi le llegaba a medio muslo, había sido uno de esos regalos torpes de parte de Vivi mientras estuvo trabajando para una obra en Austria, mandaron a hacer camisetas para la fiesta de despedida tras la última función y su madre tuvo el detalle de pedir camisetas extra para Susan y ella, que se habían sentido parte del equipo por ayudar llevando botellas de agua de acá para allá.

Esa fue una de sus mejores vacaciones, la camiseta era el recuerdo y la hacía sentir como si aún fuera la misma niña de quince años que perseguía a su madre con emparedados y botellas de agua por todo el teatro. Tal vez eso era lo que pasaba con Betty.

Porque, de vez en cuando, todos necesitábamos sentir que nada había cambiado.

—¿Estás segura de que quieres ir, Sol? —cuestionó Patrick recorriendo la habitación por tercera vez.

Sunny no levantó la vista hacia él, no asintió ni emitió ningún sonido, porque eso ya lo había hecho mientras su mejor amigo le hacía la misma pregunta al menos cinco veces según pasaba la semana. Continuó intentando meter sus pantuflas en el poco espacio que quedaba en su maleta.

»¿Qué vas a ganar con esto?

—¿Tengo que ganar algo, Patrick? —Inquirió, intentando no perder la calma— ¿Tú qué ganas desesperándome?

Escuchó como su amigo volvía a recorrer la habitación.

—¿No te parece una idea apresurada? Hace una semana no tenías dinero para pagarte un hotel de mala muerte y hoy vas a volar a Detroit.




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