En el jardín trasero hacía tanto calor como en el interior de la casa, pero había mucha menos gente y más espacio para deambular. Sunny lanzó un vistazo al cenador en el que había estado con Max la noche anterior, pero un grupo de jóvenes estaban reunidos allí así que giró los ojos buscando el rincón más oscuro y cuando lo ubicó, al lado de un árbol y sin nadie cerca, se encaminó hacia allá.
Se dejó caer de espaldas contra el árbol y suspiró. Al menos tenía su primer momento de paz de todo el día, suponía que debía agradecer eso. Y lo hizo, agradeció dando un largo trago a la botella que tenía en las manos. Se lo merecía después de haber pasado aproximadamente treinta y seis horas sin mandar a nadie al diablo, por mucho que lo hubiera deseado.
Dio otro trago. En esos momentos no tenía ganas de insultar a nadie, más bien quería llorar, pero logró contenerse y comenzó a quitarse la maldita peluca. Suponía que si la dejaba tirada allí pasarían un par de días antes de que Vivi la encontrara hecha un asco. Le parecía un desquite válido así que la dejó a un lado y comenzó a quitarse las horquillas que le sostenían el pelo hasta que lo sintió caer sobre sus hombros y su espalda.
Estaba a punto de dar el tercer trago a la botella de la consolación cuando sintió una sombra a sus espaldas. Se giró, dispuesta a mandar al carajo a cualquiera que pensara que era un buen blanco para ligar, pero se quedó en silencio cuando se encontró con el rostro de Max.
Él pareció aliviado cuando confirmó que era ella y entonces se acercó con pasos más largos.
—¿Qué haces aquí? —inquirió haciendo una mueca.
—Buscándote, obviamente.
Él no pareció afectado por su pregunta, así que ella enarcó una ceja.
—Se supone que estoy escondida aquí.
Max le dedicó una sonrisa dulce.
—Lo sé. Así es como te encontré.
Ella no entendió qué quería decir con eso, pero tampoco quiso preguntar. Lo lamentaba mucho por él y agradecía que se tomara la molestia, pero no estaba de ánimo para lo que fuera que quisiera Max. Dio un cuarto trago a la botella y la dejó a un lado antes de girarse del todo hacia él y dedicarle una sonrisa forzada.
—Estoy bien aquí sola, tenía mucho calor, pero volveré en un rato. Regresa a la fiesta y ya nos veremos en un rato.
Max ladeó la cabeza antes de inclinarse hasta quedar a su nivel y poder mirarla directamente a los ojos.
—Vamos, Sally, no puedes ofender mi inteligencia así —se burló.
—Pensé que ya era Sunny.
—Lo eres cuando no me tratas como un estúpido. Ven —dijo, extendiéndole una mano que ella no se molestó en tomar. Max volvió a enarcar una ceja—. Pensé que querrías salir de aquí.
Esta vez fue Sunny quien enarcó una ceja.
—¿Tú qué puedes hacer para que yo salga?
Él ensanchó su sonrisa y abrió la palma de la mano, mostrando unas llaves que Sunny no reconoció.
—Estas son las llaves de Ian, me ha prestado su auto y lo único que tengo que hacer es sacarte de aquí y llevarte a donde no mates a nadie.
—Tú no conduces.
—Creí que habíamos aclarado eso.
Ella se cruzó de brazos.
—Perdón, déjame arreglarlo: la última vez que condujiste arruinaste mi auto.
—No está arruinado.
—No me hagas…
—¿Quieres salir de aquí o no? —la interrumpió.
Sunny no lo pensó dos veces antes de tomar la botella y ponerse de pie. Max comenzó a negar con la cabeza.
»Ah no, tienes que dejar esa cosa aquí.
—¿Pero por qué?
—Porque no quiero que me detenga la policía y encuentre una botella de vodka en el auto,
—Si conduces bien no te detendrá la policía.
—Solo deja la botella, Sunny, o le diré a Vivi donde estás. Te anda buscando y cuando te encuentre quiere darte abrazos y apapachos.
Solo esas palabras fueron suficientes para que Sunny le diera un último trago a la botella antes de vaciar el resto del contenido sobre la peluca que continuaba en el suelo y tirar la botella.
—Estoy lista, salgamos de aquí antes de que se le ocurra venir al jardín.
Con una sonrisa en el rostro, Max la tomó de la mano y comenzó a caminar entre la gente arrastrándola hasta la salida lateral. Ella intentó no pensar en el cosquilleo en sus manos unidas, podría deberse al alcohol, ¿o no? No tenía nada que ver con él, estaban hartos de tocarse, tocarse demasiado, de muchas formas, algunas realmente inmorales. Tomarse de la mano no era nada fuera de lo común.
Max la condujo hasta el auto de Ian, que ella nunca había visto pero igual no le sorprendió encontrarse con un camaro rojo porque no esperaba más de él.
Por precaución, se puso el cinturón de seguridad nada más meterse al auto y bajó los cristales porque olía demasiado al perfume horroroso del que Ian se embadurnaban veinte veces al día.
Cuando Max puso el auto en marcha, se giró hacia él y ladeó la cabeza.