Sunny

CINCUENTA Y NUEVE

—No —Sunny metió la mano antes de que la pintura tocara el suelo y miró cómo el goterón se esparcía en su palma—. Tienes que cuidar que el pincel no esté muy cargado.

Se ganó una mirada de fastidio de Kristal, pero decidió ignorarla mientras se limpiaba con la toalla diminuta que tenían reservada para eso. Ese día estaba de un particular buen humor y no permitiría que Kristal lo arruinara con su aparente obsesión con manchar el piso de su balcón.

—Esa rosa está algo chueca —señaló Betty, mirando el cojín que Kristal llevaba toda la mañana masacrando— ¿No crees?

Sunny se mordió el labio para no reír.

—Eso es porque no es una rosa —replicó Kristal. Habló tan bajo que casi pudo confundirlo con un gruñido.

—¿En serio? ¿Entonces qué es? —La curiosidad genuina en la voz de Betty hizo aquello incluso más cómico y Sunny no pudo evitar que se le escapara la risa.

Lo que le agenció una mirada de odio de Kristal. Otra. La cuarta de la mañana.

Y una vez más, Sunny eligió ignorarla. Lanzó una mirada a Betty y su dibujo y le dedicó una sonrisa.

—Ese sol se ve genial.

—Me conformo con que esté mejor que la flor/lo que sea de Kristral.

Se escuchó otra carcajada, pero esta vez no fue Sunny (eso era un gran logro, no pensaba negarlo). Las cabezas de las tres se giraron hacia el interior, donde Max y Patrick las observaban e intentaban fingir que no les divertía que Kristal se hubiera vuelto el blanco de las burlas.

En teoría, ambos estaban allí en calidad de camareros, como los había llamado Betty o esclavos, como Sunny preferiría llamarlos; pero lo único que habían hecho era llevarles una jarra de limonada con hojitas de menta y una caja de galletas compradas en el supermercado y luego, dedicarse a chismear mientras ellas pintaban.

—Me gustaba más cuando incordiabas a Sunny y yo solo miraba —se quejó Kristal, dejando su pincel a un lado para tomar su limonada y darle un trago.

—No conviene incordiarme cuando le estoy dando clases gratuitas, o las ahogaré en pintura.

Betty se limitó a dedicarle una mirada incrédula y luego se inclinó hacia Kristal.

—La dejé descansar un poco porque Max me pagó veinte dólares para que no la moleste.

—Te daré veinticinco si me dejas ir a casa —replicó Kristal mirando su reloj de pulsera—. Te recogeré a las tres y pretenderemos que esto nunca pasó.

La niña fingió pensarlo un momento.

—Treinta y puedo ver novelas coreanas siempre que mamá no se entere.

Kristal ni siquiera lo pensó.

— Veintiocho y no iremos al acuario en lo que queda de las vacaciones.

—Pero sí me comprarás helado —replicó Betty.

A Sunny le sorprendieron las habilidades de negociación del incordio, pero mantuvo los ojos en su dibujo para no interferir, aunque ya sabía cómo terminaría aquello.

—Hecho —dijo Kristal mientras se ponía de pie y caminaba hacia la puerta. Se giró hacia ellas en el último minuto—. No dejes que haga locuras o se mate. Se supone que la estoy cuidando.

Sunny asintió. Ahora que estaban de vacaciones, Betty tenía una agenda algo más flexible, lo que le permitía salir algunos días con Kristal para visitar parques o ver una película. Ese día se suponía que estaban de picnic, porque explicarle a la señora Taylor aquella actividad, además de incomodar a Kristal, podría ocasionar la prohibición de cualquier salida para la mocosa.

Sunny quiso decirle que podía contar con ello, pero Kristal ya había cerrado la puerta a sus espaldas y desaparecido. Entonces se giró hacia Betty y la encontró de nuevo concentrada en la pintura que ya prácticamente había terminado. Era obvio que solo evitaba su mirada.

—En serio eres diabólica —murmuró.

La risa de Max detrás de ella la sobresaltó, pero fue buena ocultándolo.

—No tienes idea —se burló él—. Y además es una estafadora porque yo no le he dado dinero.

Una vez más, Betty no se molestó en levantar la cabeza.

—Te daré ocho dólares si cierras el pico.

—Me parece bien. ¿Quieres más limonada?

—¿Podemos hacer otra cosa? Ya me aburrí.

Sunny asintió.

—Claro. ¿Quieres ver una película?

—En tu habitación. Y yo elegiré la película —dijo, pero igual ya estaba poniéndose de pie—. Ustedes también están invitados. Por compasión —agregó, dirigiéndose a Max y a Patrick antes de tomar a Sunny del brazo y arrastrarla por el pasillo.

***

Sunny se pasó el dedo debajo del ojo izquierdo con disimulo y se obligó a sonreír. No iba a ser la estúpida que se pusiera a llorar nuevamente, porque ya bastante se había humillado la noche anterior.

Enfocó la mirada en la ventanilla más cercana y respiró profundo. En ese momento Patrick estaba resolviendo algún papeleo final, aunque todavía les quedaba tiempo para despedirse. Tiempo que ella realmente no quería aprovechar porque sabía que terminaría llorando. Bueno, prácticamente ya estaba llorando.




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