Max se apoyó contra el ventanal que separaba la sala de estar del balcón y le dio unos golpecitos al cristal, que ellas decidieron ignorar. Sunny y Betty estaban concentradas en los toques finales del cuadro, ambas completamente absorbidas en el proyecto.
—Muy bien, ustedes dos —insistió Max—, es hora de guardar esos pinceles y dejar que el arte respire un poco. ¡Tenemos que cenar!
Betty, con una mancha de pintura en la mejilla, levantó la vista y le dedicó una de sus miradas de hastío, porque aquella era la tercera vez que Max se acercaba a la puerta para apurarlas. Eso solo quería decir que él estaba muriendo de hambre.
Lástima que la mocosa estaba demasiado emocionada con la perspectiva de terminar su pintura esa tarde y colgarla en la habitación de la que se había adueñado en el último mes. Patrick tendría pesadillas si viera el desastre de rosa y lavanda que Betty había creado allí. Por suerte, Patrick estaba demasiado feliz en Boston como para prestar atención a lo que Betty hacía con su antiguo cuarto.
—Todavía no, Max. ¡Quiero terminar este último detalle! —respondió Betty, volviendo su atención al cuadro.
Sunny, que había estado observando en silencio, sonrió y dejó su pincel sobre la mesa.
—La gran artista ha hablado —bromeó, poniéndose de pie—. Pero tiene razón, Betty, ya es hora de comer. Además, si no terminas ahora, siempre puedes seguir la próxima semana.
Betty frunció el ceño por un momento, pero luego asintió, dejando a regañadientes el pincel a un lado.
Sunny sonrió. En el último par de meses, después de que Max y su madre tuvieran mil discusiones sin llegar a un acuerdo sobre Betty, ella había propuesto lo más lógico: Betty podía quedarse con ellos algunos fines de semana, y tras un mes, eso se convirtió en todos los fines de semana. Al menos, eso había acabado con las discusiones entre Max y su madre.
Bueno, eso y que Max y su madre ya no vivían juntos. Porque claro que su intento de hacerse la dura fue en vano y su “semana de prueba” había terminado a los tres días.
—Supongo que puedo terminar mañana —suspiró Betty, mirando el cuadro con una mezcla de orgullo y expectativa.
—Ese es el espíritu —respondió Max, guiñándole un ojo mientras le quitaba los pinceles y los guardaba antes de que se arrepintiera.
Con el sol de la tarde entrando suavemente por la ventana, el ambiente en la casa era cálido y tranquilo. Betty se dirigió al sofá, estirándose con una exageración teatral.
—Entonces, ¿qué será para la cena? ¿Pizza otra vez? —preguntó, mirándolos con ojos esperanzados.
Sunny y Max intercambiaron una mirada divertida antes de sentarse a su lado.
—¿Otra vez pizza? ¿Qué te parece si aprendemos a cocinar algo nuevo por una vez? —bromeó Max, revolviendole el pelo.
Betty fingió horror.
—No, gracias. Ya vi cómo quedó la última vez que intentaron hacer pasta. No me arriesgo.
Sunny soltó una carcajada, y Max hizo un gesto dramático de derrota.
—Bueno, bueno, pizza será —dijo él, levantando las manos en señal de rendición.
Se levantó del sofá para ir por su teléfono y pedir la pizza. Al pasar junto a Sunny, se inclinó para darle un pico en los labios, solo para molestar a Betty un poco. La mocosa se limitó a poner los ojos en blanco.
—Ya no me importa que se besen. Solo prometan que no tendrán bebés, ¿sí?
Sunny agradeció no haber estado bebiendo nada, de lo contrario, habría escupido de la sorpresa. Le dedicó una mirada de espanto a Max. ¿De dónde diablos le había salido esa idea a Betty?
—¿Por qué querría tener bebés?
—No lo sé, pero son ustedes dos; hacen un montón de cosas sin sentido.
Max volvió a despeinarle el cabello, justo porque sabía cuánto Betty lo odiaba.
—No necesitamos bebés si ya te tenemos a ti.
—Tengo casi trece años, eso es casi una adulta.
—Eso es casi una adolescente, no pidas más —se burló Max.
Betty le dedicó una de sus típicas miradas asesinas y Max soltó una risa suave. Sunny se vio obligada a intervenir antes de que la niña lo empujara por el balcón.
—Bueno, siempre serás nuestra niña, sin importar cuántos años tengas —dijo—. Pero hoy te dejaremos elegir la pizza y una película, ¿qué te parece?
Betty se quedó pensativa por un segundo, como si estuviera sopesando sus opciones, y luego asintió lentamente, con una sonrisa traviesa en el rostro.
—Vale, pero esta vez quiero la pizza con doble de queso.
—Doble de queso será entonces —dijo Sunny.
Betty ya había tomado el control remoto para buscar una película y Sunny la arrastró más cerca de ella para hacerle un espacio a Max en el sofá. Pensó en todo lo que había cambiado en los últimos meses: la mudanza de Max, las risas y las peleas tontas, y ahora, los fines de semana con Betty, que ya formaba parte de su pequeña y peculiar rutina.
—Deberíamos hacer de esto una tradición —murmuró Betty con los ojos clavados en la televisión, como si admitir que disfrutaba de aquellos momentos le avergonzara—. Sábados de pizza y películas y yo elegiré siempre.
—Esa última parte la discutiremos después de evaluar tu elección de hoy —replicó Max, tomando el espacio que Sunny había dejado para él—. Todo lo demás estoy de acuerdo.
En el momento en que los tres estuvieron en el sofá, Sunny sintió que todo estaba en su lugar.
—¿Saben algo? —dijo Sunny, con una sonrisa tranquila—. Tal vez no lo admita, pero me gusta esto.
Betty la miró de reojo, levantando una ceja.
—¿Ese fue tu intento de ser sentimental? —preguntó, fingiendo estar horrorizada.
—No lo sé, ¿fue cursi? —replicó Sunny, dándole un leve codazo.
Betty sonrió de medio lado y, en lugar de responder, simplemente se acurrucó un poco más en el sofá, tirando del brazo de Sunny hasta que quedó abrazada a ella. No dijeron nada más. A veces, las palabras sobraban.
FIN