Sunny levantó la vista cuando la puerta del departamento se abrió y se sorprendió al ver a Patrick aparecer cargando una cara de agotamiento que superaba la que de seguro había en su propio rostro. Por primera vez desde la escuela iba vestido con ropa deportiva y traía en las manos una botella de agua a medio acabar y una toallita naranja que a leguas se veía empapada en lo que ella suponía que era sudor.
Su amigo entró y dejó caer la puerta sin decir una sola palabra, recorrió los pocos pasos que lo separaban del sofá donde Sunny estaba desparramada y se dejó caer a su lado. Ella lo miró unos pocos segundos antes de hablar.
—¿De dónde se supone que vienes, Pat? Parece que te atropelló un camión.
—Esa sería una forma poética de decirlo, si —se quejó dejando caer la cabeza contra el respaldo— ¿Qué haces ahí mirándome, mujer? Dale una cerveza a este hombre para restaurar lo que el agua no puede.
Ella enarcó una ceja, y de su parte era toda la respuesta que recibiría al respecto. Si quería una cerveza ya podía mover sus nalgas sudadas hasta la cocina y buscarla él mismo, ella no se levantaría de ese sofá hasta la mañana siguiente.
—¡No me mires así! Estuve tres horas en el gimnasio.
Eso sí logró sorprenderla.
—¿Fuiste al gimnasio? ¿Desde cuándo se supone que lo haces? —se burló dejando salir una carcajada— Pat, Bob Esponja tiene más actitud deportiva que tú.
—Búrlate ahora, pero luego ya verás.
Sunny llevaba muchos años perdiendo su tiempo con Patrick Miller como para no conocerlo bien. La primera cosa que podía asegurar sobre él era que nunca hacía deporte, jamás, ni siquiera cuando eso estuvo a punto de arruinar su promedio escolar y con ello sus oportunidades de entrar a una buena universidad. La segunda cosa, la más importante de todas, era que siempre, no importaba lo que hiciera, no importaba lo que pareciera, todo lo que él hacía estaba motivado por una mujer.
Todas sus acciones no eran más que el desesperado intento de meterse en la ropa interior de alguna incauta que, de una forma u otra, siempre terminaba cayendo.
—¿Cómo se llama? —cuestionó, intentando no reírse más.
—¿Quién?
—¿En serio piensas perder tiempo intentando negarlo? Dime como se llama —insistió.
Patrick suspiró, giró la cabeza sobre el respaldo, para poder mirarla a la cara y luego volvió a suspirar, como si se rindiera. Buena elección, pensó Sunny. Resultaba mejor para todos cuando le ponía las cosas fáciles.
—Se llama Venus, ¿Puedes creerlo? ¿¡Venus!? Y es... No tienes idea y le encanta ir al gimnasio, así que ahora a mí también me encanta. Pasé hora y media sentado en una bicicleta solo para verla haciendo zumba. Me duelen el culo y las bolas, pero valió la pena —suspiró, con dramatismo—. Pensaré en Venus antes de dormirme.
—No me interesa saber en quien pensarás antes de dormir —dijo, formando comillas con los dedos—. Ambos sabemos que es otro eufemismo para masturbación, degenerado —dijo, golpeándolo con un cojín— Solo trata de no babear mi sofá.
—Calma tus celos, Solecito —sonrió, levantándose de golpe del sofá y encaminándose a su habitación—. Hay PatLove para todas, tú incluida. ¿Quieres un beso? —cuestionó, amenazando con volverse a acercar.
—Eww, no. ¡Qué asco! Ve a ducharte, Patrick —chilló—. No quiero tu amor, quiero que me alimentes.
—Pediremos algo después de ducharme —gritó tras entrar en su habitación. Como era su costumbre, dejó caer la puerta de golpe y al otro lado Sunny lo escuchó gritar "chuza" a todo pulmón.
Volvió quince minutos después, sonriente, sosteniendo su teléfono con una mano y aun secándose el pelo con una toalla, aparentemente más feliz. Sunny quiso pensar que solo se debía a la ducha.
—¿Quieres Sushi? —cuestionó tecleando algo su teléfono.
—¿Para qué me preguntas si ya ordenaste?
—Tienes razón —admitió.
Esta vez se sentó en el sillón frente a ella y, sabiendo lo mucho que odiaba el hábito, subió los pies sobre la mesa de centro.
»Mejor cuéntame cómo te fue en tu primer día de trabajo. Pensé que Kat Taylor te sacaría los ojos, pero al parecer esperará a que pase la primera semana, al menos —se burló.
Sunny hizo una mueca al recordar el día. No había sido el peor de su vida, de eso estaba segura, pero sí demasiado largo y aún más agotador. La mañana dando vueltas tras Kristal no había sido nada en comparación con todo lo demás desde el momento en el que Betty salió del colegió y se metió en el auto hasta el segundo en el que se quedó dormida a las ocho treinta.
La había llevado al ajedrez, luego a la casa de una compañera de clases por un proyecto y al final Kristal le preparó una cena que Betty nunca comió. Sonaba simple, pero no lo era. No lo era en lo absoluto.
—Fue un desastre, Pat. Me duelen los pies y la cabeza solo de pensar que prácticamente seré la mamá de una niña que ni siquiera me dirige la palabra —se quejó—. Me odia.
—¿Tan pronto? Eso sí es romper un récord. Por lo general la gente comienza a odiarte después de dos o tres conversaciones.
Sunny volvió a golpearlo con el cojín, que esta vez impactó de lleno en su rostro. Estaba lista para golpearlo al menos una vez más, pero entonces recordó una pregunta que había llevado en la cabeza todo el día, esperando poder preguntarle cuando lo viera.