Sunny miró la pantalla de su celular por sexta vez y rechazó la llamada al confirmar que por sexta vez se trataba de su madre. Seis llamadas en todo el día eran un buen número, después de todo, su madre era muy conocida por su intensidad y su obsesión por no permitir que nadie la ignorara. Sunny llevaba mes y medio huyendo de ella sin mayores consecuencias, pero al parecer la paciencia de la buena de Savannah Wilson, o Vivi, como le gustaba ser llamada ya se había agotado.
Su madre era un ser excéntrico y un poco insoportable con el que a Sunny le gustaba cruzarse lo menos posible, pero por desgracia, no siempre lo lograba. Para fechas como sus cumpleaños o las navidades necesitaba un poco más de imaginación para lograr escabullirse. En esa ocasión, tenía el día de su cumpleaños a la vuelta de la esquina y aunque para ella nunca había significado nada más allá de que el tiempo se le estuviera pasando, para su madre era un gran acontecimiento.
Cuando aún vivían juntas, antes de que Susan y ella se fueran a la universidad, Vivi gozaba con hacer enormes festejos e invitar a todos sus amigos raros a tomar champaña y comer canapés mientras ella y su hermana se escondían en rincones separados y fingían que no estaban allí.
Con el tiempo Susan se acostumbró a desfilar por el salón con una copa que nunca bebía mientras sostenía conversaciones sin sentido con un montón de desconocidos, Sunny nunca lo logró, así que, con el puro interés de no volver a bostezar en la cara de otra amiga de su madre, había estado evitando las fiestas de Vivi por los últimos tres años.
Echó un vistazo al pequeño demonio falsamente en paz que tenía enfrente. Llevaba una semanas con Betty y en todo aquel tiempo la niña no había desaprovechado un solo momento en que pudiera demostrarle que la odiaba, y Sunny al menos debía agradecerle que hubiera despertado su estado de alerta. Nunca se confiaba del monstruito, por eso ahora, mientras le servía la merienda y rechazaba las llamadas de su madre, continuaba mirándola de reojo para confirmar que no estuviera tramando algo que la llevara a la tumba.
Colocó el plato de fruta cortada en cubos perfectos frente a Betty y le dedicó una sonrisa falsa.
—Oye, Betty ¿Qué quieres hacer hoy? —cuestionó sentándose junto a ella en la isla y mirando el horario que Kristal le entregó su primer día.
Le había pedido que lo sugiera al pie de la letra, como si de una biblia se tratase, seguramente porque era demasiado evidente que a Sunny no le parecía lógico el nivel de responsabilidades y pendientes que Betty manejaba. Justo porque lo consultaba cada cinco minutos, sabía que ese día la niña estaba "libre" lo que quería decir que debía sacarla de la casa para que hiciera algo de la lista de actividades de recreación que alguien le había elaborado.
—Nada, gracias —susurró sin levantar la vista del plato, aunque tampoco parecía interesada en comer lo que estaba en él—. Todo lo que está en esa cosa es basura.
En eso estaba de acuerdo, pero no podía darle a entender a Cruela que tenía la razón.
—Bueno... Hmmm... Podemos ir al zoológico o al museo. Aquí dice que es uno de tus lugares favoritos —señaló— También son mis lugares favoritos.
Tener que fingir esa voz de ternura o que sonreírle a Betty cuando lo que quería era arrastrarla hasta el sótano y atarla a una viga de madera le daba dolor de estómago, pero era lo que tenía que hacer si no quería terminar con una demanda por malos tratos. Se repetía cada día que dos meses pasaban rápido.
—Me gustaba el zoológico cuando tenía seis.
Y ahora tenía once, que gran diferencia; pensó Sunny con ironía.
Volvió a mirar el estúpido horario. A ella tampoco le emocionaba la idea del zoológico, conociendo a Úrsula frente a ella, era capaz de empujarla hacia las víboras en cualquier descuido.
—¿Y qué te parece si tomas tus patines y vamos al parque? —intentó de nuevo.
—Ya no tengo patines, los lancé por mi ventana a la casa de los vecinos —respondió con un gesto de aburrimiento—. Cayeron en su jardín trasero, no creo que puedan encontrarlos, ni aunque en serio quieran buscarlos.
Sunny hizo una mueca. Piensa en que no la verás mañana, Sunny. Piensa en dos días completos sin verla y ahuyenta las ganas de estrangularla.
Antes de que pudiera mirar el horario otra vez, sintió su teléfono vibrando en su bolsillo una vez más. Puso los ojos en blanco y lo tomó, sabiendo que se trataba de Vivi nuevamente. Le dio la espalda a Betty, solo por si se le ocurría mirar. En esta ocasión, en lugar de otra llamada, acababa de recibir un mensaje de texto en el que su madre le preguntaba por qué no le contestaba y reafirmaba su enojo con ocho emojis furiosos, muy boomer de su parte.
Sin contestar, volvió a guardar el teléfono en su bolsillo al tiempo que escuchaba abrirse la puerta que llevaba al área de la piscina. Suspiró al pensar que de seguro Betty estaba huyendo de ella sin siquiera comerse su fruta, como de hecho había estado haciendo en los últimos días. Pero la niña seguía en su lugar, mirando el plato como si hubiera una rata muerta en él y la figura de Max Taylor empapado y semidesnudo apareció ante ellas.
Sunny miró a la niña junto a ella, que no parecía interesada en nada que no fuera sí misma. Y luego, muy despacio, volvió a mirar al hombre chorreante que ahora se dirigía hacia el microondas como si ellas no estuvieran allí. Sacó de este un plato de pasta que al parecer había dejado allí momentos antes y caminó hasta la isla nuevamente mientras iba dejando un rastro de agua por donde pasaba.