¡Y por fin estamos domingo! Ah, el día perfecto para descansar. Por algo domingo se escribe con “d” de dormir. Mmm… no sé porque, pero me parece que me estuviese olvidando de algo. ¿Qué podrá ser? Qué raro… haber… estamos domingo, y los domingos nunca se hace nada. Vaya, que será… ¡Uhaaa! Qué más da, seguiré durmiendo… ¡Un momento! ¡El gimnasio! Es cierto, Roberta me dijo que hoy día también iría con las chicas. ¡¿Qué hora es?! ¡Uf, aún estoy a tiempo! Hora de alistarse. Ayer ya no pude ir por culpa de ese fastidioso vendedor, pero ahora así llueva o truene iré. ¡Voy porque voy!
***
–Señorita Rina, el desayuno ya está listo –una mucama tocó la puerta de la habitación de Rina.
–Ya bajo, Dilma –con voz amodorrada, Rina respondió desde su cama.
–Entendido, señorita –se oyeron los pasos de la mucama alejándose de la habitación. Al poco rato sonó la alarma del celular de Rina. Ella se levantó y de la pared que tenía en su delante corrió las cortinas beige claro con bordados en hilo de color oro. Una puerta doble de vidrio quedó al descubierto. Rina la abrió y salió al balcón que daba al enorme patio de su mansión. Soltó un bostezó tras apoyar los codos sobre la balaustrada del balcón. Abajo observó a dos hombres del servicio de limpieza cepillando las paredes de la piscina que había sido secada previamente. Más allá un jardinero trabajaba incansable podando los setos que separaban el área de la piscina de la cancha de tenis. En esta última vio a sus padres jugando un partido con una pareja de amigos que seguramente se habían traído a la casa tras una velada en quien sabe que fiesta de sociedad.
–Umm, revisaré la agenda para hoy –Rina regresó a su cama y se sentó en el borde cercano a su mesa de noche, un elegante mueble de madera pintado de blanco y con finos detalles que recordaban a la fachada de una iglesia barroca. Cogió una tablet y allí revisó sus pendientes–. ¡Diablos, hoy había quedado para salir con mi prima Doris! –ella exclamó–. Qué remedio, tendré que alistarme para ir a recogerla.
Rina desayunó sola en la cocina. Desde su lugar en la mesa, por la ventana que daba al patio podía ver el partido de sus padres con sus amigos. Una vez terminó su tazón de cereal importado cogió una campanilla que había sobre la mesa y la hizo sonar una vez. La mucama llegó al poco rato. –Dilma, ya puedes recoger la mesa.
–Entendido, señorita –la mucama muy solicita atendió a lo solicitado. Rina se levantó y regresó a su habitación para alistarse. A los minutos salió ya cambiada. Vestía leggins deportivos plomos, zapatillas y polo de deportes azul. El pelo se lo había recogido en una cola de caballo con una coleta también azul. Colgado del hombro llevaba un pequeño maletín deportivo. En la cocina sacó una botella de agua importada de su refrigeradora y la guardó en su pequeño maletín. Cogió su celular y llamó–. René, espérame en la cochera y ya listo en el auto. Iré en un momento para que me lleves –la joven dijo, y colgó la llamada. Salió de la casa. Sus padres no parecieron fijarse en Rina cuando pasó por un costado de la cancha para dirigirse a la cochera. Allí, con el uniforme negro de chofer, un elegante terno negro con un kepi también negro para la cabeza, René la estaba esperando ya en el asiento del conductor.
–Buenos días, señorita. ¿A dónde la llevo? –saludó el hombre.
–A casa de mi prima Doris –respondió Rina–. Luego de recogerla nos dejas en el gimnasio… ubicado en la calle…
–Muy bien –el chofer asintió, y encendió el elegante auto Mercedes negro.
El auto estaba detenido frente a un edificio de apartamentos. Rina volvió a coger su celular. –Dodo, ¿ya vas a bajar? ¡¿Hasta qué hora crees que voy a estar esperándote?! –ella habló impaciente una vez le contestó su prima. Colgó pasando el dedo por la pantalla con fuerza. Se cruzó de brazos a esperar.
Diez minutos después Doris salió del edificio. Ella era una jovencita de catorce años de edad. Su pelo era largo y ondulado, y de un castaño que resplandecía de lo limpio y bien cuidado que estaba. Sobre la cabeza portaba una vincha rosa con un rozón. Vestía un conjunto deportivo color rosa y en un pequeño maletín llevaba a un diminuto chihuahua, el que asomaba la cabeza fuera del maletín y observaba todo con la lengua afuera.
–¡Rina, primita querida! –apenas entró al auto, Doris se lanzó sobre su prima con los brazos abiertos y la saludó con una oleada de abrazos y besos.
–Buen día, señorita Doris.
–¡Hello, René!
–¡Oye, Dodo! ¿Se puede saber porque tardaste tanto? –le reclamó Rina. El auto ya se había puesto en marcha.
–Es que estaba alistando a miss Elizabeth –indicó Doris.
–¿Te demoraste tanto porque estabas alistando a la pulgosa? –Rina no se lo podía creer–. ¡Es el colmo!
–Es que… ¡owww! ¿No es una ricurita? ¡Mírala, con su bucito se le ve tan tierna! –Doris sacó a su perrita del maletín. En efecto, miss Elizabeth llevaba puesto un pantaloncillo rosa y diminutas zapatillas en cada una de sus patitas.
–¡Dios mío! Doris, explícame una cosita, por favor. ¿Se puede saber por qué razón has traído a tu perrita, si se supone que vamos a ir al gimnasio a entrenar? ¿Me lo puedes explicar?
–Es que mis padres dijeron que iban a salir y no quería dejarla sola. Además… ¡Eli también necesita ejercitarse! Ella quiere estar tan fitness como su ama, ¿no es así, Eli? ¿Eh, lindurita? Ven aquí, cosita hermosa –Doris abrazó a su perrita y le comenzó a dar besitos en el hocico.