¡Hola a todos! Primero que nada voy a presentarme. Mis nombres y apellidos completos son Mandy Valentina Carpio Shelley. Soy una joven estudiante que actualmente se encuentra cursando el cuarto año de secundaria. ¿Qué como soy? Pues soy una chica alegre, divertida, muy amigable, y sobre todo muy guapa. De mi madre heredé una espectacular cabellera castaña y ondulada, en tanto de mi padre las cejas curvadas y mi redondeada nariz. Tengo los ojos cafés como mi madre, pero con la forma de los de mi padre; la combinación es de lo mas sexy. Pero bueno, para no alargarme demasiado con la descripción de mi agraciada figura, resumiré el tema en una sola frase: soy un bombón. Ahora pasemos a mis hobbies, estos son… ¡al diablo! ¡No puedo seguir con esto! ¡Me acaba de ocurrir una desgracia muy desgraciada! ¡Me quiero moriiir! ¿Quieren saber de qué se trata? Pues continúen leyendo, amigos.
***
El día anterior a la desgracia:
–¡Ya estoy lista! –con el uniforme puesto (chaqueta verde, blusa blanca con rozón rojo a modo de corbata, falda negra) y la mochila colgada de un hombro, Mandy se apareció en la cocina de su casa. Solo encontró allí a su padre, quien estaba lavando los trastos del desayuno.
–Tu madre ya se fue con tus hermanos. Dijo que no podía seguir esperándote, pues llegaría tarde al trabajo –un hombre de aspecto bonachón, mostacho negro y calvicie incipiente le habló a Mandy.
–Ay nooo –se lamentó la joven.
–Mandy, ya te ha dicho tu madre que dejes de ir a la escuela con esa vieja gorra.
–Pero si es mi gorra de lana, papá. La necesito para protegerme del frio. Mira que estamos en pleno invierno.
–Bueno, bueno. Luego discutiremos eso. Ahora corre al colegio que llegarás tarde. ¿Quieres que te llame un taxi?
–No, pa. Me iré en la patine… je je. ¡Papi! ¿Me das plata para el taxi? Tomaré uno afuera.
–No hija, que mejor te llamo a uno de confianza.
–Necesito dinero, papá.
–Ay mi niña, eso te pasa por andar haciendo renegar a tu madre.
–¡Papááá!! ¡Porfis, porfis, porfis!
–Ok, ok, está bien. Pero que tu mamá no se entere que te di dinero.
–Mi boca es una tumba, papá.
–¡Adiós papá! –al poco rato Mandy se despidió de su padre.
–Hija, ya te ha dicho tu madre que no vayas al colegio en patineta, que es peligroso.
–¡Papá, no seas así! Además, ni que el colegio estuviera tan lejos. ¡Son solo unas pocas cuadras!!
–Bueno, bueno. Ya luego lo discutiremos. Ve con cuidado, hija. Ya sabes que en la calle los carros no respetan nada.
–Tranquilo, pa. Sabes que con la patineta mi destreza no tiene igual.
Se ajustó la mochila en la espalda y se acomodó el gorro de lana. Este último era de color gris y tenía un puño bordado con hilo blanco en la cara delantera. Ya montada sobre su patineta, Mandy bajó embalada la avenida. El tráfico era infernal a esa hora, por lo que sin ningún reparo ella decidió ahorrarse las molestias usando la vereda.
–¡Ten cuidado, mococha del demonio! –una anciana con su bolsa de pan tuvo que hacerse a un lado para evitar ser atropellada por Mandy y su patineta.
–¡Wujuuu! Lo siento, señora Fabi.
–Lo chiento, lo ciento, ¡siempre es lo mismo con esta niña malcriada! –refunfuñando, la anciana continuó con su camino.
Llegó al cruce de la avenida y con una temeridad que a quienes la veían les encogía el corazón, Mandy sorteó autos y taxis, combis y microbuses.
–Lo lograré, llegaré a tiempo –Mandy consultó la hora en su celular.
¡BUM! Su distracción provocó que se choque con un joven oficinista, a quien le hizo caer su portafolio, que se abrió y como consecuencia todos los documentos que contenía se esparcieron por el suelo.
–Lo siento. Lo siento –Mandy se apresuró a subir sobre su patineta y antes de que el joven pudiera reclamarle algo, ella partió a toda velocidad.
–Ya me falta poco, llegaré a tiempo –Mandy logró divisar el colegio al otro lado del parque. Atravesó el camino del parque a toda velocidad, pero cuando ya estaba a punto de alcanzar la pista del otro extremo, algo la hizo desviarse intempestivamente.
–¡Noo, otra vez ese saco de pulgas nooo! –aterrada y apretando los dientes, Mandy huyó del peludo y corpulento perro que comenzó a perseguirla con la lengua afuera y soltando ladridos amigables de vez en cuando.
–¡Otra vez tarde, señorita Carpio, esto es el colmo! –la tutora del salón, con los brazos cruzados y continuamente chocando la punta de su zapato contra el suelo, regañó a Mandy. La tutora estaba de pie bajo el umbral de la puerta del aula.
–Lo siento, profesora Flor, pero es que un perro me comenzó a perseguir y yo…
–¡No quiero excusas, señorita Carpio! Y encima mira como estas, toda sudada y desarreglada. Un desastre completo.
–Lo lamento, no volverá a ocurrir –Mandy bajó la cabeza.
–Entra de una vez, que me estás haciendo perder el tiempo. Ya conversaremos de esto en el primer recreo.