Super Purple: One Cursed Girl

Capítulo 4: ¿Alguien en apuros? ¡Saluden a la Mandy de buen corazón!

A mamá le prometí que este lunes que viene iré al colegio así llueva o truene. Pero, ¿saben? Eso no me preocupa en lo más mínimo, porque ya tengo la solución para resolver mi problema. Y me queda todo el domingo para ponerme manos a la obra. ¡Ya verán como el día de mañana volveré a la normalidad! Una lástima, Daysy, pero aquí se acaba tu estúpida maldición. ¡Dile adiós para siempre a tu ridícula venganza, muajajaja!

***

Era un soleado y tranquilo domingo por la mañana.

–Fiu, fiu, fiu, ¡fiuuu! –Mandy silbaba una alegre melodía mientras bajaba a la cocina a desayunar. Allí su familia ya se encontraba en la mesa.

–¡Ah, es una mañana tan hermosa la del día de hoy! –Mandy comentó, y se sentó a la mesa. Continuó silbando.

–La hermana está muy contenta –observó Tabata.

–¡Mandy está así de feliz!! –Robin se tocó las mejillas con los dedos índices y esbozo una sonrisa de oreja a oreja.

–Desde ayer cuando regresaste de la calle te noto muy animada, hija –señaló el señor Harold.

–Me parece muy sospechosa tanta alegría. No estarás maquinando alguna treta para mañana faltarte a la escuela, ¿no? Porque mañana irás sí o sí. Ya me lo has prometido –le advirtió la señora Susan.

–Lalalaaa, ¿así que quieren saber el motivo de mi alegría? –Mandy terminó de comer su plato de rodajas de naranja. De inmediato cogió su sándwich de mantequilla. Dio un mordisco. Se demoró en pasar–. ¡Ah!, ¡qué bien te quedó todo, papá!

–Gracias, hija.

–Vamos, ya déjate de tanto rodeo y desembucha, Mandy –la apremió su madre.

–Está bien, les contaré. Estoy tan feliz porque he descubierto la forma para por fin poder librarme de mi maldición.

–¡¿Cómo?! –los padres de Mandy preguntaron al unísono. Se miraron entre ellos, sorprendidos por lo que acababan de escuchar.

–Tal como lo oyen. Dentro de poco volveré a ser una chica normal, ya lo verán. Pero ya fue suficiente, por ahora no diré nada más.  

El señor y la señora Carpio se miraron nuevamente entre sí, ahora mucho más asombrados y confundidos que antes.

–Bueno, me voy. Provecho con todos –Mandy dijo tras apurar su taza de café con leche. Se levantó de su asiento y abandonó la cocina canturreando una alegre melodía.

“¡Lalala bye bye heartache lalalaaa!”, sus padres y hermanitos oyeron la voz de Mandy cada vez más lejana. Ella subió las gradas hacia su habitación. Oyeron la puerta cerrarse. Al poco rato la oyeron abrirse. Luego oyeron los pasos de Mandy bajando por las escaleras. –¡Estoy lista, me marcho! –Mandy se apareció en la cocina vistiendo vaqueros de color celeste claro, zapatillas urbanas rojas con plataforma blanca, y un polo color blanco con un estampado en negro de una vaca rapera. Sobre la cabeza llevaba puesta su gorra de lana gris, y en la espalda llevaba colgada una pequeña mochila de cuero. Bajo el brazo derecho cargaba su patineta.

–¿Se puede saber a dónde piensas irte tan campante un domingo por la mañana? –le preguntó su madre.

–Eso es… ¡un secreto! –Mandy señaló, y tras guiñar el ojo y soltar una risita picara se marchó.

–¿Y a esta que mosco le ha picado? –la señora Susan se preguntó en voz alta. Todos en la cocina se miraron extrañados y negaron con la cabeza, en tanto se encogían de hombros.

Mandy paseaba sobre su patineta por el centro de la ciudad. Sorteó a los transeúntes con los que se topó en la calle Mercaderes, en tanto con la mirada buscaba algo sin cesar. –¡Allí hay uno! –señaló de pronto. Se acercó a donde un mendigo pedía limosna y le mostró una gran sonrisa. El mendigo la miró extrañado, aunque en ningún momento dejó de agitar su latita para las limosnas.

–Tome –Mandy buscó en su mochila y sacó unas cuantas monedas. Todas las depositó en la latita.

–Gracias, niña. Dios te bendiga –con voz carrasposa le habló el mendigo. Ella volvió a sonreírle y se despidió agitando la mano, en tanto reanudó su marcha en la patineta.

–¡Apóyame, por favor! –un mendigo sin manos se encontraba pidiendo caridad en una esquina.

–¡Oh, allí hay otro necesitado! –Mandy de pura alegría realizó una atrevida pirueta con su patineta. Se acercó al mendigo con un puñado de monedas en la mano–. Mmm, pero ahora, ¿dónde te las dejo?

–Bolsillo, señorita.

–¡Claro, que buena idea! –Mandy depósito las monedas en el bolsillo mencionado, aunque unas cuantas se cayeron al suelo–. ¡Ups! Jaja, lo siento. Ya está, toma –Mandy recogió las monedas y se las tendió al mendigo. Se preguntó porque él no las cogía–. Jajaja, dios mío… ¡Es cierto, no tienes manos, perdona, perdona! –la joven púrpura soltó una risita nerviosa y, avergonzada, se sobó la nuca–. ¡Qué tonta soy! –ella le dejó las monedas en el bolsillo–. ¡Adiós! –acto seguido se despidió, en tanto reanudó a toda velocidad su carrera en la patineta.

–Que niña para más rara –el mendigo se despidió de ella agitando su brazo derecho, en tanto observaba a la singular muchachita de color púrpura alejarse.

Transcurrió cerca de una hora.

–Bien, ya he gastado todos mis ahorros para dárselos a todos los mendigos con los que me he topado en mi camino. Han sido bastantes, así que estoy segura que con esta noble acción de desprendimiento y caridad ya he hecho más que suficiente. ¡Ahora mismo mi corazón debe ser el más puro del mundo! –Mandy se encontraba descansando sobre una de las bancas de la plaza San Francisco. Tras beber el último sorbo de la botella de té helado que compró, se levantó de la banca y abandonó la plaza montada sobre su patineta. Varias palomas levantaron el vuelo cuando la joven se abrió paso entre ellas.



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Editado: 30.12.2022

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