¡Mierdaaa, ya no puedo esperar! Ya es más de medianoche y no soy capaz de pegar pestaña. Así de ansiosa me encuentro, a la espera de que mi cuerpo vuelva a la normalidad. Estoy segura de que apenas amanezca por fin me habré librado de la maldición. Pero ya no aguanto las ganas, ¡quiero verme de una vez en el espejo! Pero mejor no, algo me dice que debo esperar a que amanezca. No sé porque, pero tengo el presentimiento de que si me veo antes de que salga el sol mis buenas acciones ya no tendrán ningún efecto. ¡Que estrééés!
***
“Tic, tac, tic, tac”, las manecillas del despertador se oían como una letanía incansable.
Mandy se movió para un lado de su cama, se movió para el otro, se tapó la cara con la almohada, se destapó, abrazó su almohada, la botó hacia sus pies, miró hacia el techo, soltó un suspiro. Volvió a coger el reloj despertador. –Las cuatro y treinta y dos de la mañana. ¿Por qué esta noche el tiempo se pasa tan lento?
Dejó el reloj en su sitio. Cogió su teléfono. Estuvo revisando sus redes sociales y sus chats. Tenía numerosas conversaciones sin leer. Se puso a leerlas todas y a responder las que le apeteciesen, aunque a esas horas evidentemente nadie le contestó. –Qué amigas para más vagas tengo. ¡Rayos, esta espera ya no la soportooo!
Tic, tac, tic, tac.
Cuando por fin salió el sol y los pajarillos comenzaron a trinar, Mandy estaba profundamente dormida.
–¡Los ladrones nos disparan, al suelo Xian!! –Mandy gritó de pronto, en tanto se levantó intempestivamente de la cama.
¡Toc, toc, toc! Alguien llamó a la puerta.
–¡Fiuu! Solo fue una pesadilla –Mandy exhaló aliviada. Miró la hora.
–¡Mierda, mierda, otra vez llegaré tarde! –a toda carrera, ya con el uniforme puesto, Mandy bajó a la cocina. Una vez se sentó en su lugar comenzó a engullir todo su desayuno de forma frenética.
–¡Es el colmo! –su madre negó con la cabeza–. ¿Cuándo será el día en que estés lista a tiempo para ir al colegio? ¡¿Cuándo?!
–¡Acabé! –Mandy exclamó. Aún tenía la boca llena y mascaba sin cesar.
–Hermana, hermana –Robin se le acercó y le jaló la manga de la casaca del uniforme–. ¿Por qué sigues morada, si ayer nos dijiste a todos que ya habías encontrado la solución para volver a la normalidad?
–¡PFUUU! –Mandy botó todo lo que tenía en la boca a la cara de su hermanito.
–¡WAAAA! –Robin se puso a llorar a moco tendido.
–¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser! –Mandy subió corriendo a su habitación–. ¡IIAAAAAH! –desde la cocina todos oyeron el desesperado grito que ella lanzó.
La señora Susan se encontraba manejando por una transitada avenida. En el asiento del copiloto iba Mandy y atrás sus hermanitos. Una canción pop sonaba en ese momento por la radio.
–¡No te pases de la raya, hija! –la señora Susan le reprochó a Mandy–. ¿En serio piensas ir así al colegio?
Mandy en ese momento vestía un abrigo grande y de cuello alto, chalina con la que se cubría medio rostro, lentes de sol de luna ancha, y su infaltable gorro de lana con el puño estampado al medio. También llevaba guantes de lana en las manos.
–Por mí ni ir al colegio. Eres tú la que me obliga a tener que vestirme así, mamá.
–Por todos los cielos, hija… ¡Eres incorregible!
Mandy llegó al colegio. A regañadientes bajó del vehículo de su madre. A último momento quiso subirse de nuevo, pero su madre le dio un empujón y le cerró la puerta en la cara, tras lo que arrancó a toda velocidad. –¡¿Y así te haces llamar mi madre?! –Mandy le gritó indignada. Por toda respuesta la señora Susan le agitó la mano derecha en gesto de despedida, y se alejó calle arriba.
Todos los estudiantes que llegaban a esas horas al colegio, muchos acompañados de sus padres, se quedaron observando la escena montada por Mandy. –¡Diablos! No debo llamar la atención, no debo llamar la atención –Mandy apresuró el paso en dirección a su clase. Quiso pasar desapercibida, pero su vestimenta tan estrafalaria provocaba que todas las miradas se depositen en ella.
Subió las gradas que llevaban a su salón. Se detuvo en el pasillo de afuera del aula. –¡Pstch, pstch! –llamó a una de sus amigas como quien no quiere la cosa. Su amiga la miró como a un bicho raro–. ¡Soy yo, Mandy! –Mandy le susurró con cierta irritación.
–Ah, Mandy, ¡eres tú! ¿Qué es lo que te ha pasado, porque has venido vestida así? –su amiga se le acercó. Inevitablemente sus otras amigas también se le acercaron.
–¿Tienes sarampión? –le preguntó una.
–¿Te ha vuelto a salir un grano? –le preguntó otra.
–¡Ya sé! Te has caído de cara y ahora tienes el ojo morado –dijo la otra.
–¡Nada de eso, trío de estúpidas! –les replicó Mandy–. Es algo mucho peor –ella agregó en un susurro apenas audible.
–¡¿Qué has dicho?! –le preguntó una de las chicas.
–Algo mucho peor.
–¡¿Qué?!
–¡Que me ha sucedido algo mucho peor, sorda de mierda!