El fin del bimestre se acerca, y aunque resulte difícil de creer todo apunta a que aprobaré casi todos los cursos. ¡Ash! Pero digo casi, porque lamentablemente en el curso de Ciencias Naturales reprobé el último examen. Y eso no es lo peor. Lo terrible es que el dichoso examen solo lo ha jalado una persona más, y debido a ello a la profesora Inés no se le ha ocurrido mejor idea que juntarnos a los dos para realizar un solo examen de recuperación. “Quiero que los dos me presenten un proyecto de ciencias en el que haya… bla, bla, bla y más bla… de plazo tienen hasta el lunes de la próxima semana”, nos dijo la profesora hace como una semana. ¡Pero los días se han pasado y ya no nos queda nada de tiempo! Que problema, hasta ahora no se me ha ocurrido nada para hacer como proyecto, y en cuanto a mi compañero… pues, aunque él me ha dicho que tiene una idea genial, la verdad es que no me da mucha confianza. ¡Ay! Pero lo cierto es que ya no me queda más alternativa: él dice que tiene una idea y que la podemos trabajar fácilmente en su casa este fin de semana, así que tendré que ir hasta allá me guste o no. Y para colmo ese tonto vive en los confines del mundo. ¡Rayos! Aunque eso no es nada en comparación con lo peor. ¡Y es que mi compañero de proyecto no es nada más ni nada menos que-que… que el idiota de Lorenzo, el pervertido loro desplumado! ¡¿Por qué tengo tan mala suerte, que alguien me lo explique?! ¡¿Por qué?!!!
***
Mandy salió de su casa muy temprano para dirigirse a la casa de Lorenzo. Él la había citado a las nueve y media de la mañana para hacer el trabajo, pero debido a que vivía en Characato, un lugar bastante alejado de la ciudad y de la casa de Mandy, ella decidió tomar sus precauciones para poder llegar a tiempo.
“Mientras más pronto acabemos el estúpido trabajo, mejor. Trataré de que lo terminemos antes de la hora del almuerzo, porque de lo contrario seguro que ese loro desplumado con la excusa de invitarme a almorzar se aprovechará de la situación para hacer de las suyas… ¡Rayos! ¿Por qué tendrá que vivir tan lejos ese idiota? A ver, repasaré una vez más las indicaciones que me dio el muy tonto para llegar a su casa. Desde aquí tengo que tomar una combi que me lleve hasta la Av. Independencia, para de allí tomar la combi que me llevará hasta su casa. ¿Cómo se llamaba esa combi? Mmm, recuerdo que me dijo que era una de color…”, mientras caminaba hacia la avenida principal para tomar su combi, Mandy repasaba mentalmente lo que tenía que hacer.
Una vez llegó al paradero se sentó en la banca y esperó.
Pasó una combi, pero la vio tan llena que no hizo ningún intento por pararla.
Pasó otra igual.
Otra y otra más. Todas iban igual de llenas.
–¡Uf pero que llenas vienen todas estas combis! ¡¿Tanta gente vive en Arequipa?! –algo irritada, Mandy se preguntó–. Y esto que es sábado… bueno, ahora que lo pienso bien, hace mucho tiempo que no tomo una combi… ¿qué hago? Si fuera por mí irme en taxi, así me cobre como pasaje de avión. Pero la vida es así: con lo del microscopio que rompí estoy más castigada que nunca, por lo que ahora mi madre con las justas me ha dado para los pasajes de la combi. ¡Qué severa puede llegar a ser esa mujer! En fin, que le voy a hacer… todo sea por aprobar el maldito curso –Mandy levantó la mano cuando vio venir una combi. El vehículo se pasó de largo.
–¡¿Pero qué le pasa a ese chofer idiota?! ¡¿Es que está ciego o qué?! –Mandy rabió.
La combi paró varios metros delante.
–Demonios, parece que lo hicieran a propósito estos bobos –Mandy corrió hacia la combi refunfuñando.
Esperó delante de la puerta. Esta se abrió. Mandy ya iba a subir cuando un tropel de gente bajó de la combi intempestivamente y por poco se la llevan de encuentro.
–¡Baja, baja! –exclamó el cobrador con voz nasal.
Una vez que toda la gente ya hubo bajado, Mandy por fin pudo subir al vehículo.
–¡Pie derecho, pisa, pisa! –exclamó el cobrador.
¡RUM! Ni bien Mandy acababa de subir, la combi aceleró a toda velocidad. Mandy por poco se va de cara contra el suelo.
–¡Salvaje! ¡Aprende a conducir, bruto! –ella exclamó hecha una furia cuando por fin logró mantener el equilibrio tras aferrarse con ambas manos a un tubo del techo. Por respuesta el chofer subió el volumen a la radio, una emisora de cumbia, y se hizo el que no oyó nada.
–Vaya día –se lamentó la joven, cuando en eso sintió las miradas de prácticamente todos los pasajeros, y hasta del cobrador, clavadas en su persona.
–¡Oigan, ¿Qué les pasa?! ¿Es que tengo algo raro en la cara o qué? –se quejó Mandy, y entonces se miró los brazos. Ella iba vestida aquella mañana con polo rojo, short negro y zapatillas. En la espalda llevaba una mochila de cuero–. Claro, soy un fenómeno púrpura. Ya se me había olvidado –ella exhaló resignada.
Desde un comienzo Mandy creyó que terminaría acostumbrándose a que todos la viesen como a un bicho raro, aunque hasta el momento aquello siempre le terminaba resultando demasiado incómodo e insoportable.
–¡Ya dejen de mirarme! ¿Por qué mejor no se ven sus propias caras? ¡Son más raras que un simple tono púrpura de piel y cabello! –ella reclamó.
–Ay con estos jóvenes de hoy en día, ya no saben que más hacer para llamar la atención –una señora sentada justo en frente de Mandy comentó–. Aunque admito que un caso tan exagerado como el tuyo, niña, jamás lo había visto…