Super Purple: One Cursed Girl

Capítulo 23: ¿Tanto frío tienes? ¡Otro maldecido llega a la escuela!

¡Hola amigos! ¿Eh? ¿Qué les pasa? ¿Me parece o los noto algo sorprendidos? ¡Ah! Ya sé, seguro pensaron que al ser perseguida por todos esos barristas iracundos ya no la iba a contar. ¡Pues ya ven que no! La verdad es que ni yo misma sé cómo, pero de algún modo me las arreglé para escapar de esos salvajes ¡En serio que no recuerdo ningún otro momento de mi vida en el que haya tenido que correr tanto! Pero bueno, lo importante es que aquí estoy, vivita y coleando. ¡Ah! Aunque lamentablemente no todo puede ser buenas noticias en esta vida, pues… ¡Waaa, que daño!  Las vacaciones se han terminado y otra vez tengo que volver al colegio: ¡que flojera que me da! Snif, snif.

***

Era una mañana fría y algo nublada la de aquel día. Al colegio Yaraví los alumnos ya comenzaban a llegar, algunos en sus movilidades, otros traídos por sus padres, otros viniendo solos en bus o a pie. Después de varios días las aulas, los patios y la cafetería volvían a poblarse del típico bullicio de los estudiantes. El colegio una vez más rebosaba de vida.

–… ¿Y dices que tu mamá te castigó porque te desapareciste durante la parada militar y no volviste hasta ya muy tarde? –Estela le preguntó a Mandy. Ambas amigas iban juntas al salón. Poco después se sumaron al grupo Roberta y Bianca.

–No pude evitarlo. Ya les conté cómo sucedieron las cosas –Mandy hundió las manos en los bolsillos de su chaqueta del uniforme.

–Pero mujer, aunque sea hubieras llamado –opinó Roberta–. Tus padres seguro que estuvieron muy preocupados. Mira que si yo les hiciera eso a mis padres: ¡ay mamita! la que me esperaría…

–Es que no tuve ninguna oportunidad para llamarlos, ¡lo juro! Todo sucedió tan rápido, era un problema tras otro, que les juro que terminé más cabezona que una ballena.

–En conclusión, pasó lo de siempre. Oye, Mandy, sácame de una duda –Bianca se tomó el mentón–. ¿Con qué cosa más te puede castigar tu mamá? ¿Eh? ¡Si siempre paras castigada!

–Que desgraciada es mi vida: ¡ya no la soporto! Y para empeorar las cosas encima tengo que cargar todo el tiempo con esta estúpida maldición… ¿saben a qué conclusión he llegado? Creo que todos los embrollos en los que últimamente me he visto involucrada son culpa de la maldición. Les juro que estoy empezando a creer firmemente en ello. ¡Todo me ha salido mal desde que me volví una chica púrpura!

–¡Bah, no nos vengas ahora con esas! –Roberta puso una cara de “eso ni tu misma te lo crees”–. A ti siempre te han pasado desgracias porque te encanta meterte en problemas. Voy a serte franca, amiga: hacer tonterías es tu don.

–Un gran poder requiere de una gran responsabilidad, hombre araña –Estela le tomó el hombro a su amiga con la mano derecha.

–¿Y así dicen ser mis amigas? ¡No quiero ni imaginármelas si fueran mis enemigas! Mejor ya me matan.

“¡JAJAJA!”, las tres amigas de Mandy se rieron al unísono. Poco después sonó el timbre que anunciaba el comienzo de las clases de la primera hora. Todos los estudiantes ingresaron a sus respectivos salones acompañados de la bulla y el desorden de costumbre.

–Muy buenos días, queridos alumnos –la tutora del salón saludó a sus estudiantes–. ¿Qué tal sus vacaciones? ¿Bien? Me alegro. Espero que les haya servido para venir recargados a estudiar. Por cierto, antes de comenzar con las clases tengo que hacerles un anuncio muy importante. Se trata de la llegada de un nuevo compañero, quien a partir del día de hoy estudiará con nosotros. ¡Ven! ¡Pasa, pasa! –la profesora llamó a alguien que se encontraba del otro lado de la puerta.

–Bien –una vocecilla tan suave y débil como un susurro de bebé se oyó por respuesta. A continuación, al salón ingresó un muchacho de lo más extraño. Encima del uniforme él se había puesto un largo abrigo café. En el cuello llevaba una chalina anaranjada muy larga que le tapaba la boca y cuyos extremos le caían por la espalda. Su cabeza la cubría con un chullo. Su nariz lucía enrojecida y sus ojos negros se notaban pequeños y vidriosos como dos canicas.

–Les presento a su nuevo compañero de clases. Se llama Rigoberto Quispe. Él anteriormente estuvo estudiando en un colegio de Lima, pero por motivos familiares tuvo que trasladarse a nuestra ciudad. Rigoberto, muy buenos días y bienvenido. ¿Algo que quieras compartir o decirles a tus compañeros?

–Pueden llamarme Rigo –el nuevo estudiante habló con aquella vocecilla tan propia de él. A Mandy le recordó a cuando pasaba cerca de un confesionario en alguna iglesia.

–Bien, Rigo. Si no tienes nada más que decir, toma asiento. Haber, un lugar libre… –la profesora comenzó a buscar con la mirada. La única carpeta vacía que encontró estaba detrás del asiento de Mandy. “Cielos, pobre de Rigo. Pero no queda ningún otro lugar. Solo espero que no se contagie de los malos comportamientos de la chacotera de Mandy…”.

–Tengo algo más que decir. Perdón, si no es molestia.

–No, claro que no. Adelante –lo invitó la profesora.

–Es un pequeño favor. Como ya se habrán podido dar cuenta, yo soy alguien muy friolento. Así que, si es posible, durante las clases me aliviaría bastante que puertas y ventanas estén cerradas. Muchas gracias por su comprensión.

–Oh, bueno, sí, no hay problema. Aún estamos en invierno, después de todo. No te preocupes, Rigo, ventanas y puerta cerradas. Por supuesto –la profesora le mostró el pulgar. A continuación, lo invitó a tomar asiento–. Pues bien, hora de comenzar con las clases, chicos. Haber, saquen sus cuadernos. Haremos un repaso de todo lo que hemos visto el bimestre pasado…



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Editado: 30.12.2022

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