Y de la noche a la mañana ya es fin de semana. ¡Uf! El tiempo sí que se pasa volando. Menos mal, porque ya no podía seguir esperando más: ¡Llegó el momento de irme de fiesta! ¡Wuju! Y es que este sábado es la celebración de sus quince años de mi gran amiga, la única, la inigualable… ¡Tatararaaa! ¡Roberta! ¡Hurra! Y por supuesto yo, Mandy Carpio, su mejor amiga, seré una de sus damitas de honor durante la ceremonia del baile. ¡Oiii, que emoción! ¡Ya no puedo esperar más! Aunque, ¿saben qué es lo malo? Pues que para variar estoy castigada, así que ni se imaginan cuánto, ¡cuánto! me costó convencer a mamá para que me deje ir a la fiesta. Solo para que se hagan una idea, al final me tuve que comprometer a lavar los platos, a limpiar la casa, a lavar la ropa de los bobos de mis hermanitos y a no sé qué lista de incordios más por todo un mes. ¡Qué injusticia! De solo mencionar tanto trabajo ya hasta me comienzo a agitar. ¡Qué agobiante puede llegar a ser mi vida, por todos los cielos!
***
Mandy bajó las escaleras que daban al primer piso de su casa con pasos ceremoniosos y afectados. “Haciendo un derroche de glamour”, como ella misma diría. Para la fiesta de quince años de aquella noche Mandy llevaba puesto un elegante vestido rojo de falda larga y que le dejaba la espalda y los brazos al descubierto. También vestía guantes rojos que hacían juego con el vestido, y una delgada correa de brillantes plateados ceñida a la cintura. Por otro lado, la joven púrpura se había arreglado el pelo en un elaborado y elegante moño en el que destacaba una hermosa rosa roja con sus hojas verdes prendida en el lado derecho.
–Abran paso, que la diosa Mandy ya está aquí –ella dijo cuando bajó el último escalón. Sus padres y sus hermanitos se le quedaron observando boquiabiertos–. ¿Y bien? ¿Cómo me veo?
–Hija, déjame decirte que estás preciosa. ¡Estás realmente preciosa, mi princesita! –le dijo su padre.
–Mandy se ve bien a pesar de ser una ogra morada –comentó Tabata.
–Es cierto, es cierto: ¡los milagros existen! –asintió Robin.
–¡Ja!, no me afectan sus desatinados comentarios, niños tontos. ¡Sé que estoy regia!
–Ay, hija –la señora Susan se secó una lágrima que le había asomado por uno de sus ojos–. Te ves tan hermosa, mi niña… parece que hubiera sido ayer cuando te tenía entre mis brazos, tan tierna, tan pequeñita: ¡Como se ha pasado el tiempo!
–Gracias, mamá –Mandy respondió con una conmovida sonrisa.
–Toma hija, no te olvides de tu rosa para entregarle a Roberta durante la ceremonia –la señora Susan le tendió a su hija una rosa de tallo largo–. Con cuidado, que tiene espinas.
Mandy se acercó y cogió la rosa. La hizo girar con los dedos en tanto la observaba fijamente. –¿Nos vamos? –ella levantó la mirada. Su madre asintió.
–Regreso en un rato, cariño –la señora Susan se despidió de su marido–. Les das de cenar a los peques. ¡Adios, niños!
–Sí, amor. No te preocupes –el señor Harold se levantó del sofá y se despidió con un fugaz beso en la boca de su esposa, y luego con un beso en la mejilla de su hija.
–¡Adiós! –Mandy enrumbó a la cochera agitando la mano derecha.
–¡Chau Mandy! –Tabata y Robin se despidieron agitando sus manitas en el aire.
El auto se detuvo delante de una elegante fachada iluminada por tradicionales farolas negras. Buganvillas crecían sobre las paredes rojas del local.
–¡Qué bonito! –Mandy comentó con las manos juntas y los ojos muy abiertos.
–Hija, ¿y tú cartera?
–¿Mi cartera? ¡Ay, no! ¡Me la olvidé!!
–Ay, hija, ¡Ay, hija! Menos mal que decidí guardarte yo tu pase. Ten.
–¡Eres la mejor, mamá! –Mandy cogió el pase y lo sostuvo como un tesoro con ambas manos.
–¿A qué hora vengo a recogerte?
–No sé, yo te llamo.
–Está bien… ¡oye! ¿Cómo se supone que me vas a llamar si no has traído tu celular?
–¡Verdad que lo guardé en la cartera! Pero no te preocupes, mamá, te llamaré del celular de Roberta o del de alguna otra de mis amigas.
–Así lo espero, hija: ¡no te vayas a olvidar, ¿eh?! Que sino a las doce me aparezco aquí y nos vamos sin rechistar.
–¡Pero mamá, si a la una recién pensaba llamarte!
–¡¿Qué cosa?! ¡Recuerda que todavía eres una niña! No me vengas con que vas a amanecerte como si fueras una universitaria descarriada. A las once y media me llamas, ¿entendido?
–Sí, entendido. A la una te llamo.
–¡Once y media!
–¡Adiós, mamá, te quiero! –Mandy se alejó corriendo hacia la puerta de ingreso.
–Ay con esta niña, como le encanta sacarme de quicio… pero bueno, tratándose del quinceañero de su mejor amiga, por esta vez le pasaré su chiquillada –la señora Susan la vio alejarse cruzada de brazos. A continuación, ella regresó a su auto y se marchó.
Una vez llegó a la entrada, el hombre de seguridad le pidió su nombre y su pase. Cuando Mandy le dio su pase él lo leyó y asintió. –El quinceañero es en el salón de la derecha. Por aquí, señorita –señaló con la mano la bifurcación del camino que iba hacia la derecha. Mandy asintió y avanzó. Una vez ella le dio la espalda al hombre de seguridad, él se la quedó observando perplejo–. Debe ser parte del show para la hora loca –se dijo asombrado.