Pude reconocer el sonido que surgió de mi garganta como propio, habiéndolo escuchado tantas veces todas las noches en las últimas semanas me había facilitado oírlo y saber que provenía de mí. Era el mismo tipo de grito que me despertaba de mis pesadillas, que espantaba a mi familia y me recordaba lo que me atormentaba todas las noches. Lo diferente de ese grito a los demás, era que no desperté. Lo que estaba frente a mí no era un sueño, no era una pesadilla a pesar de que se sintiera como una. Era real.
Al haberse quedado parada, tuve la mínima esperanza que la bala no le había llegado a ella, que había seguido de largo. Fue cuando sus piernas temblaron, su mano, habiendo tapado el agujero que había visto antes, cayendo en su costado y la sangre empezando a caer de la herida, que entendí que estaba equivocada.
Había dejado caer su mochila junto a su novio, los brazos de él estirados para poder agarrarla y detener su caída cuando sus rodillas cedieron ante su peso. Mi espalda había chocado con el pecho de Tom después de que Jamie me empujara, el gemelo me había atajado al deslizarme torpemente por el hielo y el sonido del disparo parecía haberme ensordecido tanto hasta escuchar el pitido contra mi tímpano. Ni el hielo en mis palmas me logró detener al gatear hacia ella.
Mis oídos se cerraron a todo tipo de sonido. Estirando mis brazos para poder agarrarle la blusa rosa o para poder agarrarla de algún lado así poder sacudirla, sentí el quiebre de la escarcha bajo mis rodillas por el peso al agacharme. No la escuché ni golpear contra el suelo, solo pude apoyar mis manos sobre su pecho y apenas el líquido caliente tocó mis manos, su blusa se teñía de rojo tan rápido que me dejó boqueando horrorizada. Había sido directo al corazón.
—Ja-Jamie... —me sentí modular una y otra vez. No sabía ni qué estaba diciendo o si estaba repitiendo algo más.
Por más que estuviera sorda, la vi respirar por la boca en jadeos, su cabeza ladeándose de lado a lado hasta que quedó en mi dirección y me miró fijo. Su boca pareció balbucear mi nombre, en un esfuerzo más por querer llamarme, pero reconocí el último segundo de su vida pasar frente a sus ojos cuando toda facción en ella se suavizó. Sus párpados relajándose me quebraron la última parte de mi corazón que temblaba en mi pecho.
Fui yo la siguiente que pareció no poder respirar, mis manos comenzando a agitar su cuerpo para que volviera a reaccionar, para que continuara intentando respirar. Mis dedos se aferraron a su blusa por encima de donde estaba la bala, buscando su latido, algo que me trajera a mi amiga de vuelta. Con otra punzada en el corazón ante el silencio, y sin darme cuenta, me sentí gritar un sollozo, mi garganta ardiendo y mi cabeza presionándose en un dolor constante. Grité para poder oírme, para que ella me escuchara, pero Jamie no volvió a respirar. Se había ido en cuestión de segundos.
Un momento estaba agitando su cuerpo, las lágrimas empapándome las mejillas y todavía diciendo su nombre como un rezo, y en un parpadeo mi espalda chocó con el piso en un empujón. Aún dispersa pensé lo peor, y al levantar la mirada esperando al soldado que había disparado, me quedé quieta cuando reconocí el cuerpo de Asher encorvado sobre Jamie, sus manos llevando la cabeza rubia a su pecho y alejándola de mí en patadas. Su boca se movía, los ojos llenos de furia mirándome, y parpadeando unas cuantas veces para recuperar mis sentidos, fueron más cuchillazos al pecho empezar a escuchar lo que me estaba diciendo:
— ¡Monstruo! ¡Anómala!
Sus palabras fueron lo primero que escuché y fue instinto menear la cabeza, el dolor punzante en el corazón. Yo no era un monstruo, no lo era, era sólo yo. Quise acercarme de vuelta y él siguió alejándose con el cuerpo de mí una vez más, su espalda hasta llegando a la pared opuesta. Terminé comprendiendo que no era bienvenida, porque entendí que había sido mi culpa. Me mordí el labio inferior para no volver a gritar, el cuerpo temblando por el llanto al caer en mis antebrazos. Había matado a mi mejor amiga, la había matado yo.
— ¡La mataste! —Lo volví a escuchar a Asher—. ¡Esto es tu culpa! ¡Monstruo!
Mis manos se apoyaron contra el piso, el sollozo rompiéndome el pecho con fuerza y no teniendo ni el valor de mirarlo. Su voz estaba tan quebrada como la mía, él también llorando, y a mí alrededor pude escuchar los quejidos de las personas totalmente paralizadas por la escena frente a nosotros. Yo no me podía mover, no podía reaccionar. No fue hasta que unas manos se apoyaron en mi espalda, tan frías como el hielo, que me giré hacia la persona.
Tom parecía tan estupefacto con lo que había pasado, sus ojos pasando de Jamie a mí con una mueca de puro espanto. Se agachó a mi lado, lo cual me permitió ver una tercera escultura que reconocí como el soldado que había disparado, y me tomó de los antebrazos. Asher empezó a gritarle lo mismo a él, todavía doblándose por los sollozos que soltaba y sin dejar de aferrarse a su novia. Se me apretó el doble el corazón, la sangre en mis venas volviéndose ruidosa contra mis oídos y escuchando solo el bombeo de ella pasando por mi cuerpo rápidamente.
Tom tiró de mí para que lo mirara al mismo tiempo que las personas a nuestro alrededor empezaron a correr espantadas gritando por auxilio. Ya habían visto suficiente daño.
—Tay, tenemos que irnos... —fruncí el ceño—. Están enviando a más soldados, nos vienen a buscar.
No podía pensar en el verdadero riesgo que estaba tomando por quedarme quieta teniendo a un grupo militar en nuestra búsqueda. El ruido de la radio del último soldado congelado, una voz llamando del otro lado, confirmándome lo que Tom había supuesto. Desesperada, llena de dolor y temor, me terminé aferrando a la tela de su remera.
No podía dejarla, no tenía que dejarla, no debía dejarla. No quería dejarla, nunca así. No a Jamie.