Supernova

[10]

Un gruñido se escapó de mi garganta al tratar de estirar mi espalda contra el tronco detrás de mí, todo mi cuerpo incómodo. Aparte de temblar por el frío y la humedad que había entre los árboles, sentía todo tipo de rama o piedra debajo de mi cuerpo incrustándose en mi piel. Estábamos seguros bajo unas enormes raíces de viejos árboles que actuaban como una pequeña cueva, que era lo bueno, con la desventaja de no poder pegar un ojo por más que quisiera. Tom, a diferencia de mí, estaba prácticamente desmayado a mi lado. Se vio bastante contento y desplomado al mismo tiempo cuando dije que haría la primera guardia.

No tuve el corazón de despertarlo cuando pasaron las dos horas acordadas, guiándome por el reloj digital que brillaba en la oscuridad al pasar cada hora y punto. Se lo notaba agotado, más allá de haber sido por la corrida, también por hacerse cargo de llevarme a mí a rastras de vez en cuando. Me había cuidado como había prometido, en cierto lado, ahora me tocaba a mí.

Tenía la linterna en mis manos, con la orden suya de sólo usarla en caso de emergencia, y con cada pequeño ruido me tenía que recordar que eran ruidos del bosque. Entre las aves, el vaivén de las ramas y hojas por el viento, y seguramente otros animales e insectos moviéndose; terminaría gastando la única luz que teníamos en la noche. Por ahí si veía una sombra enorme, seguramente pensando en un oso, no sería la luz lo que lo alertara a Tom, sino hubiesen sido mis gritos.

Incluso con los sonidos a mi alrededor que me hacían respingar, también había un silencio que de a poco me iba atormentando junto a mis pensamientos, porque le daba el lugar para que no me dejaran tranquila. Cómo recordar que lo último que Jamie había dicho antes de ser disparada había sido mi nombre, que minutos antes Asher había estado burlándome y después no había nada más que odio en su corazón al pensar en mí. En cómo mis papás me habían tenido que dejar ir porque no podían sacrificar el bienestar de mi hermana. La imagen de Morgan con sus dos brazos en mi dirección, rogándome para que me quedara.

Terminé apoyando la frente contra mis rodillas. ¿Cómo iba a poder superar las heridas que no habían dejado de sangrar en mí? ¿Cómo poder cerrar los ojos y dormir cuando lo único que veía y oía en la oscuridad eran ellos? Me picaron los ojos al pensarlo, cansándome aún más. Quería dejar de llorar, yo ya comprendía lo que tenía que hacer y lo había hecho. Penosamente, mi corazón no sabía qué más hacer que dejar que doliera por un tiempo. Solo un tiempo más.

Habíamos pasado horas y horas caminando, aparte de la horrible secuencia en la estación de servicio que nos hizo alejarnos aún más. A muchos kilómetros de la ciudad, cuidadosos de no dejar ningún rastro obvio y en silencio hasta estar seguros de que nadie estaba cerca; todavía sentía que no podía respirar. Con el peso de los sucesos, nerviosa porque me estaban buscando, y desconociendo el poder que llevaba en mi manos, sentí que me iba a volver loca en cualquier momento.

En la oscuridad y con la tenue luz de la luna, traté de verme los dedos de las manos, sucias por la tierra en la cual me apoyaba y con los raspones curándose en la palma. Me acordé del reflejo cristalino, un destello que había surgido de mí y los pinchazos en la piel y cabeza. Como una fina capa que me había defendido. ¿Qué tipo de energía era esa? ¿Y por qué había decidido aparecer en mí?

Un crujido fuerte en las hojas me hizo sobresaltar, seguido por unos quejidos que me hicieron girarme hacia Tom, su boca modulando y removiéndose entre las hojas en las cuales estaba acostado. Balbuceó unas cosas que no llegué a escuchar, y decidida a acercarme a él, apenas me agaché para levantarme, terminé sentada nuevamente cuando lo vi sentarse de un salto. Todo su alrededor se aclaró -y enfrió- en una escarcha que llegó hasta por debajo de mi cuerpo.

Jadeé por el frío que traspasó mi ropa, levantándome lo más rápido que pude.

— ¡Tom!

Me encontré con sus otros ojos, el mismo celeste claro que había visto una vez brillando en la oscuridad y sólo desapareció cuando pareció reconocerme en la oscuridad del bosque y recordó donde seguíamos. Parecía agitado, perdido por cómo miraba a su alrededor y notando la escarcha en sus dedos. Meneó la cabeza al darse cuenta de lo que había pasado.

Se pasó la mano por la cara, despertándose del todo.

—Cómo lo siento, Tay, no quise darte frío... —fue lo primero que dijo, sus facciones frunciéndose por la preocupación—. ¿Te lastimé?

—No, estoy bien. No me despertaste tampoco —le sonreí, instantáneamente todo su rostro relajándose—. ¿Te encuentras bien? Sigues bastante... rígido.

—Sí, no es nada... —suspiró, ojeando lo que había causado—. Es solo que no puedo controlarlo a veces. Menos cuando-

— ¿Cuándo tienes pesadillas? —adiviné, su cabeza asintiendo. Me acerqué a pisar con fuerza la escarcha, rompiéndola bajo mis pies y volviéndome a sentar donde estaba—. Está bien, no eres el único. Yo hacía lo mismo y no lo sabía. Tuve muchísimas pesadillas después de la supernova.

—Yo también —se miró las manos, el reflejo de la escarcha desapareciendo de su piel—. Es revivir lo que pasó; la fiebre, el no poder respirar, él no entender. El gritar y que nadie me escuchara.

Ponerme a pensar en él, encerrado en aquella heladería y gritando por la ayuda que nunca llegó hasta tarde, me apretaba el corazón. Estuvo solo, sufrió las consecuencias en cuestión de horas, sus papás sin poder encontrar a su hermano y encima con el mismo tipo de pesadillas que tenía yo. Era verdad que más del ochenta por ciento de la población sufría post-trauma del suceso, lo hacía más real y comprensible al escuchar las experiencias del resto. Me hacía entender que verdaderamente no estaba sola en toda la situación. Que alguien más cargaba lo mismo que yo, en diferentes formas y variaciones.



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En el texto hay: romance, guerra, poderes

Editado: 02.05.2023

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