Supernova

[12]

Mi papá me había dicho que las energías no nos habían elegido porque sí, tendrían que haber tenido una razón. Pero caminando entre el montón de gente que pasaba y sobrevivía en ese campamento, me pregunté cuántas razones podría haber tenido la supernova para otorgar tantas energías. Parecidas o no, ¿Qué propósito teníamos todas las personas que estábamos ahí?

Claire señaló hacia una tienda más grande que estaba cerca del centro del campamento y se giró hacia mí. Habíamos pasado como media hora paseando y ella me mostró cada lugar que era importante. Me mostró donde estaba el lago, donde estaba la cocina y el comedor por el donde la gente pasaba para retirar dos o tres platos de comidas diarios.

Me había parado en el momento que pasamos por delante, mirando a la gente de adentro cortar lo que parecía ser unas verduras.

— ¿Cómo consiguen comida? —Pregunté—. ¿Acaso cazan o algo así?

Su rostro se frunció en un gesto de asco, rápidamente agitando la cabeza.

—No, no cazamos ni nada de eso. Es un límite al cual no queremos recurrir todavía —respondió, y en el momento que quiso seguir, un tipo pasó por detrás de ella cargando una caja que parecía estar hecha de polifán. Una mujer que cocinaba ahí tomó la caja con cuidado y al abrirla, me sorprendió ver las toneladas de carne que había dentro.

— ¿No era que no cazaban?

—Robamos, que es diferente —al instante, me volví hacia ella. Se encogió de hombros y agregó—: Uno de los nuestros era hijo del carnicero, y su pobre papá no quería perder a su único hijo, con lo cual nos esconde tres cajas de carne semanales. A veces suelen ser sobras, pero vivimos de lo que podemos.

Adiós a los buenas hamburguesas. Mi cara debió delatar mi pensamiento porque Claire se largó a reír y tuvo que tomar una de mis muñecas para continuar caminando. Las cosas iban a ser más diferentes que un plato de comida y me iba a tener que acostumbrar a eso.

—Por lo menos dime que vienen acompañadas de algo bueno…

—Puedo hacer una buena ensalada…

—Ya me deprimí.

Escuché que siguió riéndose y terminé sumándome con ella. Probablemente ella estaba ahí desde hacía semanas y estaba más que acostumbrada –y agradecida– por la comida de ahí. Yo sonaba como un bebé que le acababan de sacar el chupete. Fue pensar en eso que mis ojos encontraron un bebé entre el montón de gente y un escalofrío me pasó por la espalda. No debía de tener más de dos años y estaba en pañales caminando a quien debía de ser su papá. Ninguna mujer estaba cerca para aclararme que era la mamá, pero la cicatriz en el brazo del bebé me hizo mirar para otro lado.

Llegando a otra tienda que tenía más o menos el mismo tamaño que el comedor, me llamó la atención como estaba tapada. Tenía miles de telas cubriendo los costados y raíces salían de la tierra para ajustarlas como una costura al pasto.

—Esa es la enfermería —habló Claire, saludando de paso a una mujer que había pasado cerca de ella—. A nuestra sorpresa, un par de personas obtuvieron unas energías curadoras… sanan.

¿Iba a poder acostumbrarme alguna vez a lo que estaba a mi alrededor? Probablemente no.

— ¿Pueden curar todo? —Pregunté—. ¿Heridas bobas? ¿Graves? ¿Enfermedades terminales?

Ella asintió.

—Una muy mala jugada para los no-anómalos esto de querernos encerrados o cazados —ironizó, una sonrisa acompañándola—. Tienen la cura a una de las enfermedades más jodidas del planeta y deciden cazarla en lugar de aprovecharla.

Fue un inconsciente mirarme las manos después de escucharla. Los anómalos podrían ser la cura a las enfermedades, más allá de la biología y medicina, y en lugar de aceptarla e incluirla para buscar una solución, decidieron atacarla. ¿Podría ser así? ¿O nosotros verdaderamente podríamos ser una bomba que en cuestión de tiempo estallaría?

Unos pasos a nuestras espaldas me llamaron la atención, y al darme vuelta me sorprendí al reconocer al tipo que me había hablado cuando entramos al campamento. Claire lo saludó con la mano.

—Hola, Jay —él le sonrió, unos dientes blancos que se destacaron de su piel oscura, y sus ojos marrones cayeron en mí.

—La chica pellizco —me reconoció, señalándome con su dedo y sonriéndome. Se giró hacia Claire al hablar—. Ya veo que tienes una nueva compañera.

—Sí señor, ya no duermo sola en la tienda —bromeó, y apoyó una de sus manos en mi hombro—. La chica pellizco se llama Taylin, y Taylin, él es Jacob.

Tendió su mano para poder estrecharla con la mía, y cuando estiré la mía para hacer lo mismo, un anillo que olvidé que tenía en mi dedo anular voló a su mano hasta pegarse en la palma y no moverse. A mi sorpresa, confirmando que lo que estaba en mí dedo no era acero quirúrgico, dejé mi mano en el lugar.

—No soy adivina, pero creo que manejas algo relacionado al metal —agregué por más que fuera obvio, y él volvió a sonreír, jugando con el anillo en sus manos en un baile sobre sus nudillos. Hizo unas vueltitas más antes de lanzarlo en mi dirección, el cual lo atrapé de suerte—. Ahora entiendo porque era tan barata esta cosa…

—Se llama magnetismo —me corrigió, cruzándose de brazos—. El Doctor López dice que tiene que ver por haber estado clases particulares de química y que al estallar todo, el magnesio cayó sobre mí.

Podría haber preguntado sobre que hacía un sábado haciendo química, pero el nombre del doctor me llamó más la atención.

— ¿Doctor López? —Repetí—. ¿El mismo Doctor López que nos avisó de la catástrofe por las noticias y medio mundo se le rio?

—El mismo —Aclaró—. Fue de los primeros en correr fuera de la ciudad apenas ciertas anomalías comenzaron a aparecer, la suya inclusive. Se encontró con Sue Lee y fue cuestión de tiempo que empezaran a rescatar a muchos de nosotros.

—Yo fui una —agregó Claire, un tono bastante melancólico en cierto lado—. Me encontró escondida en un arbusto que traté de hacer y me trajo acá hace unas cuantas semanas. Vivía a base de fruta que me hacía crecer en algunos árboles.



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En el texto hay: romance, guerra, poderes

Editado: 02.05.2023

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