Supernova

[44]

Por más que me removiera entre los brazos que me retenían, la fuerza en ellos no me permitía moverme. Ni levantarme, ni gritar más, ni nada. Las risas de los soldados seguían rebotando en mi cabeza como ecos incesantes, el dolor en el pecho dejándome sin aire y prácticamente jadeando en busca de alguna forma que me sacara de mi agonía.

Era como ser acuchillada con veneno que se esparcía como odio puro por todas mis venas. Esparciéndose tan rápido que me retorcía más por el ardor de ello que por el calor que trataba de traerme de vuelta a la realidad.

—Sé que duele, Tay, lo sé —Noah habló con su boca contra mi oreja, lo más cerca posible para que pueda escucharlo por sobre mis gritos—. Pero tenemos que levantarnos, tenemos que tratar de irnos- te lo ruego, por favor levántate.

Las risas no cesaban, mi dolor pareciendo ser un show de circo para ellos, y a pesar de que traté de obedecer a Noah y me logré parar, mis pies no quisieron cooperar conmigo. Se quedaron quietos, mientras que los demás integrantes de a poco y tan lento para parecer desapercibidos al dirigirse hacia donde escaparían, yo no pude. La tensión en mi pecho mezclándose con un odio tan profundo que hasta llegué a saborearlo.

¿Irnos? ¿Volver a escapar? ¿Cuánto más íbamos a correr? ¿Cuántos más humanos iban a sacrificarse por nosotros? También éramos humanos, no habíamos dejado de serlo nunca a pesar del apodo que nos habían impuesto. ¿Tendría que correr toda mi vida? ¿Con mi hermana? ¿Con mis amigos?

¿Por qué no de una vez por todas afrontar lo que tanto quería encontrarme?

Hasta Thomas se paró con cuidado al lado de su gemelo y trató de tirar de mi mano con suavidad, algo que Noah había tratado de hacer y no me había movido tampoco. No solo no podía, tampoco quise.

—Vamos, Tay...

Quise preguntar a donde podríamos escondernos, dónde más habría que huir para que pudiéramos sobrevivir un tiempo más. Me apenaba el campamento, los rostros llenos de miedos y ojos inciertos, me dolía pensar que había sido todo por mi culpa. Yo los había hecho comenzar a correr, pero la realidad era que yo no era quien los perseguía. Yo no era su miedo, ni su odio ni impotencia. Solo fui el peón que se animó a meterse en el tablero del contrincante.

—No... —meneé la cabeza, sin mirarlos a ellos y girándome hacia los soldados que ya estaban comenzándose a acercar, viendo que eran como cinco veces la cantidad que nosotros éramos. Sin ningún tipo de miedo alguno que me hizo envidiarlos, una necesidad de que sintieran lo que nosotros surgiendo hasta en la punta de mis pies—. No me voy a ningún lado. Esto... Esto se termina acá.

Mi hermana había sido empujada dentro de la carpa por Sue Lee, quedándose con los demás dentro, sabía que estaría segura ahí y que pasara lo que pasara, yo había tratado lo mejor por ella. Todo había sido para su seguridad. Pero me tocaba elegir a quienes me rodeaban, a quienes me habían apoyado alguna vez y que necesitaba que volvieran a hacerlo. Solo una vez más. 

Algunos anómalos ya estaban cerca del límite del campo de entrenamientos, listos para dar la corrida de su vida y sentí la forma en la cual me miraron al verme dirigirme hacia los soldados y pararme frente a ellos, que ya levantaban sus armas desfilando en hileras prolijas y de ataque. El Coronel se rio con sorpresa, como si no se esperara que me parase ahí.

—¿Ni vas a tratarlo? ¿Correr? —se rio con más fuerza, señalando a sus hombres para que apuntaran directamente hacia mí. Iba a morir de todas formas, en unos días, semanas, meses o años, y seguramente en manos de ellos. ¿Por qué no hacerlo tratando de defender lo único que sabía que era lo correcto? —. Bien.

La tensión en mi pecho pareció estallar en un mar de emociones que lo único que pude sacar de él fue una sensación de paz, de estar de acuerdo, algo que nunca me había pasado con mi anomalía hasta que aparentemente concordamos con algo. Pelear por nosotros y por quienes nos habíamos vuelto. Fue como un suspiro, la sensación de libertad de vuelta en la punta de mis dedos y me hallé con rostros sorprendidos que hasta les temblaron las armas.

Si querían ver a una anómala, me iban a ver como verdaderamente era. Emanando mi energía, en mi absoluto control y de nadie más.

Se me llenó el pecho de orgullo al haber estirado los brazos en el momento que una oleada de balas había sido enviada en mi dirección, el haz de luz expandiéndose por el largo del campo de entrenamiento y llegando a cubrir todo el camino que podrían tener para atacarnos. Llegué hasta estirarlo tanto que no hubo ojos que no hubieran visto el enorme campo de luz que había formado. Las balas rebotaron contra el haz y cayeron como tal pelota rebotando contra una pared.

La boca del Coronel se abrió por la sorpresa, subiendo mi ego hasta por las nubes y el odio alimentando el brillo en mi anomalía. Había una realidad y era que nosotros siempre habíamos tenido el arma más fuerte, solo que teníamos la decencia de no lastimar a nadie. El problema era que seguíamos creyendo que con bondad solucionaríamos todo y nos olvidamos del hambre que la sociedad tiene por querer lo que uno no tiene.

El calor contra mi brazo me hizo mirar de costado, los ojos rojos de Noah habiéndome encontrado en el medio y el frío en el otro brazo no hizo más que hacerme sonreír levemente. Thomas me sonrió, a diferencia del fuego en los brazos de su hermano, la escarcha en los suyos apareciendo como el trazado que yo ya conocía. La cereza del desastre fue cuando reconocí a Claire, los ojos de Coronel tensándose al verla, pero no sabiendo por donde mirar cuando prácticamente el campamento entero se había dado vuelta contra ellos. No supe por qué, qué fue lo que los convenció o si siempre habían querido hacerlo, pero lo agradecí. Esto iba a terminarse ahí mismo.

—Jacob —se me deslizó de la boca, nuevas ideas en mi cabeza que me hicieron preguntar porque no lo habíamos pensado antes—. Esas armas se ven muy bonitas... ¿de qué serán?



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En el texto hay: romance, guerra, poderes

Editado: 02.05.2023

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