Entrar a mi tienda fue como recibir otro golpe más, directo en el rostro y descolocándome de mi lugar. Más que nada por las flores que seguían colgando de la hamaca de Claire y que sus pétalos caían contra la tela. La miré de reojo, avanzando como podía dentro hasta llegar a la mía y sentarme en ella solo por unos segundos. Necesitaba solo unos minutos.
Las fotos seguían encuadradas al lado de mí hamaca, la sensación de vacío al ver la foto de Jamie, Asher y yo siendo otro cachetazo más. Después le siguió el de mi familia, lo único bueno en ella era que Morgan ahora estaba conmigo. ¿A que precio? Muchísimo.
Las tomé con muchísimo cuidado, cada cosa que tomara iba a ser menos tiempo que me quedara ahí antes de tener que unirme a los demás que también estaban tomando lo que podían de sus cosas. No solo yo ya no tenía nada más que llevarme, lo que más quería era esconderme de las miradas de todos. Había sido quien atrajo a los militares y también era quien los había incitado a pelear y que demasiados de nosotros fallecieran o fueran dormidos en el intento.
Por una cosa buena había sacrificado muchas más.
Sin importar que ya había agarrado lo que necesitaba, mis ojos no dejaron de ver las flores que rodeaban la hamaca contraria. Tragar se sintió difícil con el nudo formándose en mi garganta y la culpa carcomiendo la punta de mi corazón.
La silueta de alguien apareció en la entrada de la carpa y yo ni quise girarme.
—¿Tay? —escuché a Noah, el ruido de su mochila en su hombro también interrumpiendo—. ¿Estás lista?
No tuve ni el coraje de responder, cualquier cosa que dijera me rompería a la mitad. Solo asentí, levantándome con cuidado de mi hamaca y caminando para salir. Siquiera quise mirarlo a él, quería evitar todo tipo de tacto que agravara la grieta que se estaba armando en mi pecho, y para mi mala suerte, su mano me detuvo antes de que saliera.
Sus dedos agarraron mi costado y con suavidad me empujó dentro de vuelta, un momento más de privacidad que agradecí, y apenas sentí como me agarraba la barbilla para que lo mirase, tuve que morderme el labio inferior para que dejara de temblarme. Su mirada almendrada me miró suave y compasivamente, sin necesidad de preguntar que era lo que estaba sintiendo y porqué, y no agregando nada más, tironeó con cuidado de mi para llevarme a su pecho. Decir que estallé me hubiese quedado corto.
Lloré como había llorado meses atrás, desde que todo comenzó. Lloré por mi familia, por mis amigos, por la pérdida de cada persona alrededor de mí. Sollocé por lo que me volví, por lo que tuve que hacer para salvar tanto mi vida como la de mi hermana, y estallé con todo tipo de razón al, de igual forma habiendo entendido mis acciones, sentirme asquerosas por la sangre que siempre estaría en mis manos. Nunca había querido herir a nadie, menos asesinar, y ahí mismo me hallaba con una lista que nunca habría pensado tener.
Manos limpias o no en una guerra, la culpa era algo que venía de la mano cuando uno nunca pidió lo que le tocó.
Cuando mínimamente me pude relajar, me alejé de Noah para tratar de limpiarme lo más posible las mejillas. Apreté con fuerza la mandíbula al regular mi respiración, tratando de reponerme, y él una vez más se acercó para agarrarme la cara entre sus manos.
—Está bien, Tay, no tienes porqué guardar nada —susurró, sus pulgares retomando el trabajo de limpiarme las lágrimas—. Nadie te juzga. Habremos sobrevivido hoy pero también perdimos. Está bien que llores.
No tenía porqué llorar. Todo era mi culpa. Lo había hecho yo. ¿Por qué lloraba si lo había hecho yo?
No hice nada más que asentir, verdaderamente no tenía que decir. Sobre nosotros, las raíces que formaban la carpa comenzaron a desenlazarse, en su danza volviendo a meterse dentro de la tierra y llevando todo lo que había dentro para meterlo debajo del césped y simular que nunca había estado ahí. Reconocí a la única anómala de agricultura que quedaba, Kira, moviendo sus manos y haciendo lo que muchas ya no podían.
Sin soltarme del rostro, Noah se inclinó a dejarme un casto beso, el gesto tan suave que me hizo sentir solo un poco mejor y me agarró la mano para tirar de mí y comenzar a caminar hacia donde todos nos reuniríamos para seguir de largo. ¿Dónde? No teníamos la menor idea.
Caminando entre los integrantes que quedábamos, no me animé a levantar la vista, y como una niña pequeña, me pegué al brazo de Noah quien apretó su agarre en mi mano. No solo no quería contar la poca cantidad que quedábamos, ya sabía que no podría ni pensarlo, sino que no tenía el valor de encararlos. Todo tipo de dedo me señalaba a mi como culpable y yo lo sabía, lo tenía claro y tatuado en la cara. No estaba preparada para todo el odio y resentimiento que vendría hacia mí por más que lo entendía.
Al empezar a pasar por lo que alguna vez fue el campo de entrenamiento, mis ojos encontraron los cuerpos esparcidos de forma ordenada que habían sido esparcidos para poder taparlos. Tanto soldados como anómalos, no hicieron diferencia una vez que habían cruzado el más allá. Todos habíamos sido hijos de la Tierra, y una vez terminada nuestra vida, volveríamos hacia ella como iguales.
El reflejo que me pegó en el ojo de uno de los cuerpos me llamó la atención, por su cara tapada no reconociendo quien era hasta que recordé quien sería el único que llevaría un broche en el costado de su pecho. No me animé a soltar la mano de Noah y lo llevé conmigo hacia él, no animándome a destaparle la cabeza donde estaba su herida mortal, y solo agachándome a tomar el broche que era de Jamie. Mi mano se detuvo en el aire, reconociendo que no podía separarlo de él, y con muchísimo cuidado, no solo saqué el broche, arranqué el bordado del nombre de Asher y lo uní con el broche para llevármelo. Los quería juntos así.
Me besé la punta de los dedos y los apoyé con suavidad en su cabeza. Tapado y todo, sentí el frío de su piel lo cual me apretó el corazón.