Las carreteras en la metrópolis subterránea estaban totalmente libres; las personas estaban acomodadas en los laterales del paso central para permitir que varios vehículos pasaran por el lugar a máxima velocidad. El camino no era muy largo, pero la eternidad con la que mi cuerpo vivía cada segundo me carcomía por dentro. No sé qué era lo que tenía Enzo en la cabeza, pero si estaba confiado en que podía hacer algo con mi hermana para salvarla del mismo destino que sufrió Valeria, entonces debía confiar plenamente en él y dejarle el futuro de Paulina en sus manos. Después de todo, Pau también tenía conexiones de sangre con Enzo y él nunca permitiría que ella o yo muriéramos de esa manera; aún recuerdo cuando nos dijo hace muchos años: «Su papá y ustedes dos siempre serán los únicos que tendrán un verdadero valor en mi vida». Todavía no comprendo cómo un erudito como él se puede preocupar tanto por nosotros. Sigue siendo la persona más fría del mundo, pero está claro que Paulina no puede estar bajo un mejor cuidado en una situación crítica como esta.
Nos acercamos bastante al gigante edificio del Centro General de Operaciones, y la ambulancia se detuvo a la par que Nicolás descendía del vehículo para bajar a Paulina en una camilla. En la entrada del CGO se encontraba Dante y nos hizo una señal para apresurarnos, por lo que ayudé al tío Nico con la camilla y Dante abrió la puerta con una credencial especial. En el vestíbulo nos esperaba Lucy y nos dirigió por un ascensor peculiar para introducirnos y subir algunos pisos, llegando a uno de los pasillos de la Zona Cero, que era donde Enzo tenía a científicos trabajando a todas horas. Seguimos avanzando por el lugar con la ayuda de Dante y Lucy hasta llegar a una puerta doble que se abrió al empujarla contra la camilla, descubriendo una recámara exclusiva para operar a alguien. Ahí, Enzo se encontraba con un grupo de tres personas listas para empezar a trabajar e intervenir en Paulina de alguna manera. Al llegar, Enzo nos hizo un movimiento de manos para que esperáramos afuera, y nosotros no tuvimos más opción que hacerle caso. Pasaron minutos y yo seguía perdido en mis pensamientos sentado en el piso justo afuera del lugar. Me encontraba solo en aquel lugar, hasta que llegó Lucy con una sonrisa y se acercó a mí.
— Mateo, anímate, tu hermanita va a estar bien —decía en una dulce voz, tratando de animarme—. Si la metió al quirófano fue por alguna razón bien fundamentada, es posible que pueda detener el virus en su cuerpo antes de que se propague totalmente —me tocó el hombro—. Ten fe, Mateo, Paulina no morirá.
— ¿Y si lo hace? —dije con la cabeza agachada— Esto ya pasó una vez, ahora la historia se repite con la única persona que me motivaba para seguir adelante. ¿Qué pasa si muere? —algunas lágrimas resbalaron por mi rostro— Nos peleamos mucho, pero jamás he deseado su muerte. No la quiero perder, en serio, no quiero.
— Mateo —expresó Lucy al abrazarme—, debes de confiar. Paulina es extremadamente fuerte y valiente, ¿viste cómo les dio una paliza a esos tóxicos sin ningún tipo de arma? Esa niña es una máquina, va a vivir para contarlo. ¿Y sabes de dónde aprendió ese valor? ¡De ti! Tú has sido su ejemplo por años, Mateo, tú le das el valor a ella.
— ¿Cuántas personas que han sido mordidas se han salvado? —cuestioné.
— Yo… —dijo Lucy, evidentemente en problemas.
— Sé que ninguna —expresé—. ¿Por qué mi hermana sí va a sobrevivir? ¿¡POR QUÉ!? —le metí un sólido puñetazo a la pared.
— Porque es una Zinua —contestó al instante, tomando mi mejilla y alzando mi cabeza para que mi mirada se encontrara con sus preciosos ojos azules—. No necesita más razones para sobrevivir, Paulina es una Zinua y, por lo que tengo entendido, todos los Zinua son una verdadera barbaridad, sin excepciones. ¡Además, estaremos todos en el mismo escuadrón! ¿No es increíble?
— Tienes razón —dije con una serenidad que inundó mi corazón—. Muchísimas gracias, Lucía —manifesté al sonreírle. Nuestros rostros estaban muy cerca. Demasiado cerca.
— ¡Épale, chiflando y aplaudiendo! —expresó Falco al aparecer de repente, asustándonos y haciendo movimientos ridículamente marcados.
— ¿Q… qué haces tú aquí? —cuestionó Lucy.
— Perdón por interrumpir, pero no hay novedades en el cuartel, así que creí que podría ser de utilidad si traía algo de comer —dijo al descubrir una bolsa que, al abrirla, estaba llena de dulces.
— ¿De dónde sacaste todo esto? —pregunté un poco más animado.
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Editado: 10.07.2019