Supernova: Plaga Mortal

11

La ligera caminata de la explanada al almacén fue suficiente para que me abordara una nostalgia incomprensible, del tipo de sentimientos que recorre tu cuerpo cuando estás a punto de hacer un viaje largo; una sensación de incertidumbre en la que ya estás extrañando tu hogar antes de partir. Era curioso porque nosotros no habíamos estado más que un par de días en la metrópolis de Yinfa, y todo este caos ocasionado por los tóxicos nos ha obligado a crecer como personas en cualquier ámbito existente, pero el simple hecho de pensar que ya extrañaba a los Supernova a pesar de que nos conocimos hace unos días fue algo que me dejó anonadado. Había una persona que pasaba por mi mente de quien no quería separarme: Lucía. Creo que me estaba haciendo muchas ilusiones injustificadas en mi cabeza.

Llegamos a nuestro destino y, tras un breve análisis, me di cuenta que ninguna de las luminetas que estaban ahí reaccionaba a la cercanía de mi traje; Nicolás me había enseñado a identificar mi transporte gracias al traje, pero esta vez ningún sensor me marcaba la posición de dicha motocicleta especial. Antes de poder siquiera preguntar sobre el paradero de mi transporte, Lucía se apareció de repente con una lumineta que jamás había visto antes, pero que tenía un detalle en su costado que llamó mi atención al instante: tenía pegada lo que parecía una estampa de tamaño considerable en forma de relámpago color plateado. Uno de los sensores de mi traje empezó a reaccionar.

— ¿Y esto qué es? —cuestioné cuando Lucía se acercó a nosotros.

— Es un pequeño regalo que te tenía preparado para cuando regresáramos de la operación de Paulina —aseguró al bajarse—. Me habías dicho en nuestro encuentro en la fuente que el collar que llevas en el cuello es muy preciado para ti y que te lo dio alguien muy especial, por lo que creí que un detalle así te podría motivar en tus misiones de ahora en adelante para que no olvidaras a esa persona.

— Es un detalle asombrosamente lindo —manifestó Paulina con un notorio nudo en la garganta al dirigirme una mirada—. Se refiere a ese collar de...

— Sí, exactamente a ese —afirmé al sonreír—. Muchas gracias, Lucy, es un regalo que no me esperaba, pero que me alegró todo el día.

— Sabía que te iba a gustar —expresó al acercarse a mí—; ahora debes prometerme que regresarás vivo y que tendrás más oportunidades en el futuro de usar este vehículo exclusivamente modificado para ti.

— Te lo prometo —dije con firmeza. Al decir esto, Lucy se me abalanzó en un fuerte abrazo que me tomó por sorpresa; pude sentir cada parte de su cuerpo con la ternura de alguien que de verdad se preocupaba por mí.

Muchas gracias —me susurró al oído y me soltó.

— Después de este encuentro motivacional —empezó Enzo con serenidad al aparecer en una lumineta—, es hora de partir. Espero que no le importe mucho a Dante que tome prestado su vehículo.

— No creo —aseguró mi hermana al acomodarse en el suyo—. ¿De qué tanto hablaron tú y Lucy?

— Es un asunto que teníamos pendiente —aseguró Enzo.

— Odio que siempre te comuniques con secretos —expresó mi hermana—. Como sea, ya vámonos.

— Llegó el momento de hacer historia, ¿cierto? —expresé al abordar mi nuevo transporte.

Enzo fue el primero en acelerar y acercarse a la plataforma elevadiza que nos llevaría a la superficie; una mirada furtiva hacia atrás hizo que me percatara del movimiento de manos de Lucía en un intento de despedirse de nosotros y desearnos buena suerte. Llegamos al ascensor y Enzo rompió el silencio.

— Chicos —empezó—, antes de subir, quiero aprovechar el espacio de aquí dentro en donde no hay cámaras de seguridad para entregarles esto —dijo al darnos un auricular diferente a cada uno.

— ¿Y esto? —preguntó mi hermana confundida.

— Cámbiense el que tienen puesto por el que acabo de darles, son especiales para esta misión —aseguró.

— ¿Éste fue el objeto por el que pasaste a tu oficina? —cuestioné.

— Uno de varios —respondió—. Háganlo, funcionan de la misma manera, pero tienen una diferencia que descubrirán durante la misión.

— Está bien —dijo Paulina al reemplazar el aparato, y yo hice lo mismo.

— Tranquilos, todo saldrá bien —expresó al darnos una palmadita en la espalda a cada uno de nosotros. Por alguna razón, sentí un calambre casi imperceptible en donde me había tocado.




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