Se encontraban ambos dentro de un túnel oxidado, por más que el olor a podredumbre casi los asfixiaba no emitian casi ni un solo ruido. Permanecían en silencio, ya que si los escuchaban probablemente dejarían de ser los últimos agentes vistos con vida.
– Cámara de seguridad número 226, pasillo del sector “C”, del lado oeste –Dijo en voz baja, casi susurrando a su compañero. Una vez que vio que éste habia terminado de anotar, prosiguió. – Número de la cinta 269432 –Hizo una pausa. – Registro del día 26 de febrero del año 2058.
Steve asintió una vez y la miró. –¿Hora?
– 23:37 pm – murmuró.
Él la miró con sigilo, pero había una clara determinación en su mirada. Eliza tomó aquello como una afirmación. Sus manos temblorosas colocaron la cinta en el reproductor portátil.
Cuando estuvo a punto de seleccionar el botón de inicio, el agarró su mano, interponiéndose en su camino.
– ¡Alto! – Dijo lo más fuerte que pudo, pero no lo suficiente como para ser escuchados. Ella apartó la mano para mirarlo con confusión, invitándolo a dar una explicación. – Primero debemos asegurarnos de bajar el volumen, no podemos llamar su atención.
Ella se congeló por un momento, pensamientos se dispararon en su cabeza, atemorizándola, pero los apartó de inmediato, ya se habia agotado el tiempo para poder permitirse tener miedo. Una vez silenciado aquel dispositivo, apretó el dichoso botón, y sus ojos visualizaron un solo indicio de lo que había pasado.
Aunque las imágenes que emitía la pantalla eran mudas, se percibían con claridad el sonido de los gritos que impregnaban cada una de las habitaciones. Pobres almas inocentes. Aunque habian sido conscientes de que hacía años que el alma humana se había perturbado. Bajo sus pies, comenzaron a experimentar con animales en el medio de la clandestinidad. Pero ellos lo sabían, los rumores circulaban por cada rincón de las calles, y las redes sociales alertaban a través de las pantallas. Si bien deberían haber actuado, el ser humano siempre será así, pueden mostrar una falsa empatía, muy cómodos sentados en el sofá, no haciendo absolutamente nada por buscar una solución. Sin embargo reaccionan solo cuando el mal se acerca acechándolos, allí es cuando se percibe el temor, cuando éstos notaban que su vecino había desaparecido.
Pero realmente notabas el hedor transmitido por miedo verdadero emitidos por sus cuerpos temblantes era cuando sentian los golpes sobre sus puertas, para llevarlos a rastras hacia su fin, porque eso era lo que muchas veces se había encontrado allí abajo.
Aunque hace unos meses todo cambió, cuando sucederia el verdadero caos. El comienzo de una era que iba a marcar a todo el mundo, para darle un fin. Aquél en que Rinhawa despertó luego de escuchar el chillido agudo que provocaban aquellos metales, pares de piezas la rodeaban, podía jurar que sentía dolor, aunque no debería haberlo sentido.
Cuando abrió los ojos no se encontró con nadie. La habitación era oscura, solo quedaba un dejo de luz proveniente de un pequeño foco, que amenazaba con extinguirse a cada momento, pero, aunque creyeras que lo haría, tal vez no iba a hacerlo.
A pesar de que en la habitación se encontraba demasiados objetos desparramados, ella pudo percibirla casi vacía. No se encontraba más vida ahí que la de los insectos que escarbaban en aquellos deshechos. Pero ella si notó que había alguien allí, solo que se trataba de ella misma, porque se sentía viva. Aunque cabe aclarar que, a pesar de todo, ellos también lo creían, es por eso que la encerraron ahí. Es por eso que delante de la puerta que la encarcelaba se encontraba un cartel rojo brillante con letras blancas que formulaban la desagradable y frívola expresión de “PELIGRO, experimento fallido”.
Estiró sus piernas de acero, sintió el sisear que emitían aquellas piezas, como si se tratase de un juguete nuevo. Cada vez que se esforzaba sentía cortos circuitos provenientes de su mente, pero ella seguía comprendiendo, claro que un poco menos, pero su mente estaba parcialmente intacta. Recordaba, eso era lo importante, el único problema era la ira que se comenzaba formar en su pecho de metal. Ellos pensaban que no habían puesto un corazón, pero sin embargo ella lo sentía latir, expandiéndose a través de todo su cuerpo mecánico, llenándolo de sed de venganza.
Se incorporó, sentándose sobre aquella dura camilla. Observó el suelo repleto de piezas de metal, algo oxidadas, bañadas en su mayoría con una especie de aceite viejo, oscuro y espeso. De un color que variaba entre destellos negros y marrón. Pero, si te detenías por un momento, sabias que en el aire se percibía algo más, el desgarrador perfume de la podredumbre. Se desprendía aquél olor metálico que emanaba de los trozos de carne bañados en sangre, lo poco que quedaba de ella.