Una extraña ocasión, no, una extraña propuesta.
—Si ya era cansino nuestro trabajo en medio de la fiesta, en este momento el trabajo que tenemos es el doble de agotador. ¿No es cierto Pierre? — Los dos compañeros que más cercanos se habían vuelto para Cassander se estaban quejando a diestra y siniestra.
El joven Claudine rió cansado, el sueño le hacía malas jugadas y por todos lados veía vestidos verdes y marañas pelirrojas. Cassander, quien no había tenido el placer de ver de cerca a Ethelanta, se hallaba profundamente enamorado de ella con solo avistar su rostro, a la distancia, unas cuantas veces.
Cassander, a pocos metros estaba con una escoba, amontonando y recogiendo los trozos de aperitivos que a algunos de los muchos invitados de la celebración se les habían caído en algún momento. El suelo de madera clara estaba lleno de agua y jabón y, con un cepillo, Pierre se hallaba restregando el suelo para quitar las pocas manchas e imperfecciones que en el quedaban.
—Tienes razón, Locke. Estoy más que agotado y, para nuestra desgracia, si tomamos la iniciativa y nos marchamos ahora, no nos pagaran ni hoy ni en mil años. — Jadeo Cassander en respuesta, a sabiendas de que su compañero Pierre no respondería, pues su concentración en la limpieza era bastante grande y envidiable.
Pierre Ajax era un joven de ascendencia francesa. Había vivido en Inglaterra desde que tenía memoria, pues su madre y hermanos mayores le habían arrastrado consigo cuando apenas era un bebé. Terminaron en ese pueblo por obras del destino y luego de que uno de sus hermanos mayores derrochara todo el dinero de su familia, el resto de los cinco hermanos no tuvieron otro remedio que ponerse a trabajar bajo el mandato de nobles y demás personas que requiriesen de sus servicios.
Los chicos siguieron con su trabajo por horas, ellos tres eran los únicos que se habían quedado después de la fiesta, pues les pagarían un extra por la limpieza y a ninguno le vendría mal. Lo que si les disgustaba era la falta de descanso, pues llevaban trabajando de corridos desde que cayó la tarde del día anterior, y no terminaría su trabajo hasta mucho después de que el sol estuviese en máximo esplendor en medio del vasto cielo azul.
Evitando hacer mucho ruido, amontonaron las mesas y sillas y las movieron al sótano, mucho les costó llegar hasta el piso más bajo de la mansión sin romperse alguna extremidad, las sillas eran pesadas y las mesas lo eran el doble. Las velas se volvieron innecesarias para los jóvenes en cuanto se hicieron las ocho de la mañana, más todavía les era difícil mantener los ojos abiertos.
— ¡Despertad! —Exclamó un hombre de unos veinticinco años aproximadamente, alto, con un aspecto desgarbado y vestido con prendas elegantes, que no diferían mucho de las prendas que utilizaban los invitados en la celebración que se había llevado a cabo la noche anterior — ¿A vosotros se os paga por dormir o por trabajar?
—Discúlpenos señor, el trasnocho nos está cobrando factura y el cansancio nos puede. En un momento volveremos al trabajo. —Dijo Cassander limpiándose el sudor con la manga de su camisa y quitándose del rostro algunos mechones castaños que se le adherían por culpa del sudor.
—Eso espero —dijo dándose la vuelta—. Ahora que recuerdo, mi padre, el señor de la casa, solicitó que un tal "Claudine" fuese hasta su oficina. También dijo que debía conversar con él lo más pronto posible.
Pierre y Locke miraron a Cassander con la intriga plasmada a fuego e n sus semblantes, Edric les dirigió a ambos una mueca maltrecha y, algo apurados, volvieron ambos a cumplir con su trabajo.
Cassander asintió algo desubicado al escuchar su apellido y siguió al hombre, el hijo mayor de la familia, hasta el despacho de su jefe, donde Sir Howard le esperaba con una propuesta que le ayudaría a cambiar, al menos un poco, el estilo de vida de su familia.
...
—Tome asiento. —Fue lo primero que Cassander escucho al colocar un pie dentro de la llamativa oficina y elegante oficina del noble.
Las paredes de colores oscuros y los muebles se veían de lo más cómodos y costosos. Cassander se sintió fuera de lugar, sus harapientas prendas le causaron una gran vergüenza, y temió que si se sentaba en alguno de los muebles los mancharía con la desagradable mugre que se encontraba pegada a los ropajes que llevaba puestos en la ocasión.
Para ser parte de un linaje bastante adinerado en Inglaterra y otras partes de Europa, tal como lo son los Claudine, la pequeña familia, apenas conformada por su madre y tres hermanos, eran víctimas de una situación bastante precaria que obligaba a los 5 miembros que residían en el pueblo a trabajar.
Laphidot conocía perfectamente la situación de la familia, así que pensó que una forma de ayudar a la familia y no perder de vista al joven era el ofrecerles trabajo a todos sus familiares, incluida Margueritte Danton, la madre de los cuatro jóvenes a los que Laphidot, desde las distancias había visto crecer.
—Mi señor, no soy tal para merecer sentarme en vuestros muebles. — Dijo el joven con la mirada baja. Laphidot Howard miró al joven con una ligera sonrisa en la esquina de sus labios.
"Al menos el niño sabe cuál es su posición", pensó el noble en su momento. El ver como Cassander se retraía le dio a Laphidot algo de confianza para decir lo que quería ofrecerle al joven.
Era algo completamente contradictorio, el noble quería al chico lejos de su hija, más pensaba ofrecerle empleo en la mansión en la cual vivía su hija. ¿Quién le entendía?
—Aun así, siéntese joven, tengo una propuesta que de seguro le interesa— dijo Sir Howard dejando de lado su aversión al chico—, bueno, a usted y su familia entera.
Al escuchar la mención de su familia, Cassander se tensó. Si algo abundaba en él, era la fidelidad hacia su familia y el miedo a que algún ser les hiciese daño, miedo que había nacido en el momento en que su padre había abandonado a su madre e hijos y le había ofrecido a él, Cassander, que se marchase junto a él cuando apenas el joven tenía 12 años de edad.