Sustituible

Prólogo

Era de noche y una tormenta estaba a punto de estallar. Los constantes truenos retumbaban en los oídos de Enzo, y aún así parecía no importarle. El repiqueteo de las gotas al golpear el vidrio de su ventana era como una especie de música melancólica que apaciguaba un poco su despedazado corazón, y que de alguna manera le permitía establecer cierta conexión con el clima, pues advirtió que representaba a la perfección la desesperación que se había estado sumiendo días tras día.

»Seis meses. Ha pasado seis meses desde ese entonces«. Pensó el muchacho. «Aún así, ¿por qué no sales de mi cabeza? ¿Por qué me hiciste algo tan cruel?«

Más preguntas sin respuestas. No importaba dónde estuviera o qué hiciera, Azrael siempre iba a permanecer en su conciencia pasara lo que pasara, y para Enzo, aquello era una tortura donde derramar lágrimas hasta caer rendido era algo habitual.

Le dolían los ojos y los tenía demasiado inflados. Su cuerpo no temblaba por el frío, si no por la inquietud de saber que nada volverá a ser lo mismo; nunca más iba a poder experimentar el dulce sabor del amor; renegaría cualquier tipo de sentimientos amorosos hacia cualquier persona y sería imposible olvidar el sentimiento de traición que le acompañaría hasta la muerte. Tenía miedo de volver a ser herido y fallar, así que, de ahora en adelante, no permitiría que nadie más lo lastimara.

Sí, se prometió a sí mismo no volver a confiar en nadie más.

—Pensé que era importante para ti ¿tan fácil soy de desechar?— Preguntó una suave voz desde el fondo de la habitación. Eso fue suficiente para dejar sin aliento a Enzo.

La figura que había hablado estaba sentado en la cama, mirándole con aquellos penetrantes ojos azules y en la comisura de sus rosados labios, tenía dibujado una sonrisa ladina, malvada. Su cabello azabache como la misma noche hacía contraste con su delicada piel de porcelana y oh, aquel magno cuerpo digno de ser envidiado sería algo de lo que Enzo no podría volver a tener el gusto de probarlo una vez más.

Se estiró en la cama con gracia como lo haría un minino.

Enzo abrió los ojos como platos y por unos instantes se olvidó de respirar. Sabía de sobras que su cabeza le estaba gastando una broma de mal gusto y mentalmente se repetía que debía dejar de delirar. No bebía, tampoco fumaba y mucho menos se drogaba. Sin embargo, no estaría de mal disipar la ilusión de su antiguo amante del campo de visión en aquel momento.

—¿Recuerdas? —Volvió a preguntar Azrael mientras que con el dedo índice acariciaba las sábanas blancas— Hicimos el amor en esta habitación cuando todos estaban fuera de casa. Fue tan maravilloso... Yo no recuerdo cuántas rondas fueron, ¿y tú? —Curioseó, imitando una diabólica inocencia tanto en su voz como en su mirada.

Enzo no contestó y dejó que el silencio fuera la única respuesta para él. Pensando en cómo deshacerse de una ilusión creada por su subconsciencia, recordó las lecciones del profesor Tedd en la clase de pedagogía sobre los tipos de delirios y en cómo luchar contra ellos.

—¿No vas a responderme, Enzo? —Cuestionó Azrael una vez levantado. Se acercó peligrosamente donde el otro chico se encontraba y quiso acariciarlo, tocarlo—. Enzo, llevas dos meses viéndome y no importa qué tipo de cosas diga, nunca me contestas. ¿Sabes lo solitario que me haces sentir?

Miró a su alrededor como si estuviera buscando algo importante y evitó a la ilusión de su anterior amante con éxito. Cuando finalmente encontró el deseado cuaderno de cuero que se hallaba en la estantería, lo tomó con manos temblorosas y acarició la portada con suavidad. Sonrió y caminó hacia su escritorio, abrió la lámpara, se sentó enfrente de la mesa y, cogiendo un bolígrafo, se dispuso a escribir.

»¿Será suficiente? ¿Funcionará? ¿Y si todo lo que haré simplemente será perder el tiempo?«

Inseguro, escribió el primer derramamiento de sentimientos que tenía guardado meses atrás, y dejó que sus emociones se convirtieran en letras que nunca iban a poder ser borradas de su memoria. La punta del bolígrafo danzó sobre las finas hojas del diario y el hecho de extraer con fuerza recuerdos que quiso olvidar, hicieron que varias lágrimas humedecieran sus mejillas y como consecuencia, mojaron las hojas.

»El profesor Tedd me dijo que la escritura era uno de los mejores métodos para desahogarse y sin la necesidad de contar mis problemas a otras personas. Dejar que alguien cargara mis preocupaciones sería un acto tan desvergonzado, y con solo pensar en confiar mis asuntos privados a gente que dentro de poco iban a estar fuera de mi vida, me produce cierta inquietud.«



#25822 en Otros
#7889 en Relatos cortos
#9913 en Joven Adulto

En el texto hay: tragedia, boyslove, oneshot

Editado: 24.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.