Lizbeth estaba en una video llamada con sus amigas. Con Camila relatando lo sucedido este día, como escapa del inspector, el partido relata que el entrenador no tiene buen concepto de Diego y lo sucedido en el colegio.
—La que te espera mañana Cami —comento Gaby.
—Mi mamá es la que está más furiosa. Me castigo el fin de semana para limpiar toda la casa yo sola. Mi papá también me regaño.
—No puedo creer que Diego te haya defendido. Acepto la culpa. Eso quiere decir, que tiene cierto interés por ti Cami —continuo Gaby —¿Tú qué dices Liz?
—No lo sé Diego es muy impredecible. Además, parece que el capitán Ross la va armar —opino Lizbeth.
—Me siento mal por él. —intervino Camila —debería hablar con su papá y aclarar todo.
—No lo hagas —intervino Lizbeth.
—¿Por qué? —intervino Gaby.
—Él tomo una decisión y no le gusta que interfieran. Déjalo así. Te aseguro que estará bien.
—Aun así… —Camila arrastro esas palabras con tristeza —lo castigaron sin culpa. Y su papá… sabes lo que le hará.
Lizbeth no dijo nada porque ella tampoco sabía lo que iba a suceder en estos momentos. El capitán Ross no llegaba todavía a casa, pero ya debía estar al tanto de todo.
En la cocina Diego estaba junto a la señora Diana ayudándola a preparar unas empanadas de queso. Mientras amasaba la masa, no perdía la oportunidad cada tres minutos de observarla. De detallar las hebras rojas de su cabello, ver como sus manos que parecía rusticas al ser una mujer trabajadora en realidad eran suaves. Lo sabía pues las había sentido.
Verla formar las empanadas y como colocaba el queso de manera delicada era extravagante. Su sonrisa, sus ojos. Todo de ella le encantaba. Dentro de él deseaba decirle con todo su corazón, con la voz más fuerte que la amaba, pero se detenía al pensar en su padre. La mujer que tenía al frente, era la felicidad de su padre. No quería arruinar esta familia que se había formado.
—La masa es muy suave —comento la señora Diana.
—Tengo mucha fuerza —respondió Diego que siguió amansando.
—Sí. Lo sé —la señora Diana estaba al tanto de lo sucedido. —piensas ablandar a tu papá con esto.
—Eso piensa. Simplemente decidí ayudar —amaso una cinco veces más la masa. Sus brazos estaban hinchados notándose las venas y la musculatura de ellos. Tomo un plato para hacer sus empanadas.
La señora Diana sonrió —lo sé. No eres el chico que algo bueno para suavizar un castigo. Me pareces un chico que acepta el castigo de otros —comento ella con una sonrisa colocando el queso. Diego la miro y ella conecto su mirada con la suya, sonriendo —acerté verdad.
—Tuve que ver en parte —respondió cortando el borde de la masa marcada por el plato. Puso el queso realizando la primera.
—Sí, pero aceptaste la culpa. Eso te hace un buen chico —estiro su mano para tomar otro pedazo de masa tocando la de Diego que también hizo lo mismo.
Diego sintió una electricidad recorrerle el brazo, con ese ligero toque. Era una señal de que amaba a esa mujer, que la deseaba con todo su ser, pero era prohibida. Era la mujer de su padre. Una mujer madura formada con años de experiencia, trabajadora e independiente. Podía describir un monto de cualidades de ella. Cualidades que lo enamoraban. Sintió un nudo en su cuello, aquellas palabras prohibidas querían salir.
—Señora Diana yo… —su voz interna le gritaba decir esa palabra y terminar con esto. Una lucha en su garganta se desataba entre las verdaderas palabras que querían salir contra las que debía decir, para mantener la armonía familiar —yo…
—¿Qué sucede? —dijo radiante ella.
El corazón le decía que lo dijera, que esta era la oportunidad. Pero su cabeza le decía que no lo haga —yo… talvez me equivoque. En asumir la culpa. Me precipite —fueron las palabras que dijo. Escucho a su cabeza. Escucho su razón.
—Lo hecho, hecho esta. Un hombre no puede retractarse de sus palabras. Espero que no lo hagas Diego —lo llamo por su nombre de una forma que no lo llamo antes, cambiando algo en él. Haciendo que aquel sentimiento florezca más.
Tomo las empanadas de la cacerola. Coloco la sartén con aceite abundante y cuando hirvió coloco las empanadas. El silencio perduro solo se escuchaba el crujir de la masa en el aceite caliente. Y poco después la tetera pitando frenéticamente por el agua caliente.
Todo lo que pudo hacer en aquel momento fue contemplarla, con su rostro apoyado en los nudillos verla moverse de un lado para otro, era una sensación maravillosa para sus ojos. Ese momento se encontraba en calma, el amor que sentía lo inundaba a cada instante. La miraba detenidamente, hasta que sus ojos miraron con descaro la firmeza de sus glúteos.
—Mamá —Lizbeth ingreso a la cocina —déjame hacerlo.
Ella se acercó a la estufa tomando un cucharon regando el aceite sobre las empanadas. Diego gruño baño para no ser escuchado cerrando los ojos.
—Te cuidado hija. el aceite está caliente —dijo la señora Diana.
—Lo he hecho muchas veces. No te preocupes —respondió Lizbeth sonriendo.
La señora Diana puso la mano en el hombro de su hija sonriéndole, acercándose a la tetera, llenando tazas de porcelana, con café y el azúcar necesario tal como le gustaba a cada uno de ellos. Se escuchó el sonido del motor el capitán llego a casa e ingreso dentro portando aquel uniforme militar que no solo a su esposa llamaba la atención verlo vestir de esa manera. También Lizbeth que se quedó prendada de su atractivo.
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Editado: 29.03.2025