Diego la tenía contra la puerta, sintiendo aquellos labios consiente de que ya no era ella la que besaba. La que sentía en estos momentos era su hermanastra Lizbeth. Sabía que era ella, pero no sentía nada en aquel beso, tal vez solo la luz de una falsa esperanza, una ilusión para borrar aquellos sentimientos prohibidos por la mujer de su padre.
Lizbeth sentía los labios de Diego sobre los de ella. Besaba bien, de hecho, lo hacía de una forma tierna y brusca a la vez. Una sensación embriagadora, que la pudo sentir por primera vez. Preguntándose en su cabeza así seria, si capitán, en un día no muy lejano, un futuro distante la besaría de esa forma o talvez mejor. Pero lo que sabía ahora era, que Diego era quien sentía en sus labios.
Sintió como la mano de Diego bajo hasta su rodilla levantándola, talvez su cabeza o la tensión del momento, pero pudo sentir esa sensación de la que sus amigas hablaron. Especial las palabras de Camila. Diego se separó unos centímetros, mirándola detenidamente a los ojos, una mirada neutra que no reflejaba nada, pero si un brillo y profunda mirada cautivadora. Este Diego era el desconocido del que Camila hablaba.
Ella sintió un desafío con su mirada que le reflejaba indiferencia, como si no sintiera nada, pero la mano que acariciaba su pierna, de manera sutil trasmitiéndole calor le daba entender otra cosa. Esa mano y como la tocaba le demostraba que era un hombre de pasión desbordante, que necesitaba ser libre, pero se reprimía. Sabía exactamente lo que sentía.
—Te reprimes —pensaron ambos la misma frase.
Ambos se dieron cuenta de lo que pasaba, pero no lo demostraban.
Lizbeth era una chica igual a Diego. También era apasionada. Tenía un fuego interno con el cual deseaba quemarse. Lo dejo salir. La mirada de Diego se abrió ligero. Ella de un movimiento hábil, sacando una fuerza que no entendía de donde salió, lo tomo de la camiseta haciéndolo girar estampándolo contra la puerta. Diego sorprendido. Mirándose fijamente. El fuego, la pasión de ese momento que los guía peligrosamente a una encrucijada con sus labios. A milímetros de la fusión de sus labios, los golpes en su puerta los detuvo.
—Hijo ¿Estás bien? —dijo el capitán.
Se separaron —si —respondió.
—Liz ¿Está contigo? —pregunto la señora Diana,
—Sí, aquí esta —la manija de la puerta se movía. Diego se apartó haciendo que ellos ingresaran dentro.
—¿Qué sucede aquí? —pregunto el capitán.
Ambos estaban nerviosos, no querían que se dieran cuenta de sus labios hinchados, por lo que Diego se adelantó en hablar —Lizbeth, me está diciendo que me aleje de su amiga. Camila… creo que se llama. —Diego la miro para que siguiera la corriente.
—Si… —dijo ella cohibida.
—¿Qué sucede? —pregunto el capitán.
—Tal parece su amiga tiene interés por mí —el capitán miro con cierto brillo a su hijo —, pero no me interesa en lo absoluto —ahora lo mira con duda.
—¿¡Qué!? —dijo padre.
—Lo que sucede es que… —intervino Lizbeth —a mi amiga le gusta Diego, pero él no… la ignora siempre que se le acerca.
—¿Qué sucede hijo? —dijo el capitán. Diego noto cierto desdén en sus palabras.
No fue el único la señora Diana también se dio cuenta por lo que pellizco a su esposo en el brazo haciendo que se quejara.
—¿No te gusta nadie Diego? —pregunto directo la señora Diana.
Diego abrió los ojos ligeros. Dentro de su cabeza gritaba. Me gusta usted. Eran palabras que no podía decir así a la ligera.
—No me importan esas cosas —respondió desviando la mirada —además ella pierde su tiempo conmigo. No me interesa para nada.
—Por eso mismo deberías decírselo —soltó Lizbeth.
—Hijo. Si ella no te gusta deberías hablar con ella y aclararse lo —opino el capitán.
—No tengo que decir algo, que es evidente. Si no lo entiende es su problema. No el mido —dijo retirando de ellos abriendo un cajo de su armario sacando su pijama —cierren la puerta ¡por favor!
Ellos salieron, pero su padre se quedó unos momentos —no deberías cerrarte a la posibilidad de amar hijo.
—Hay algo más importante ahora. Que un simple noviazgo, que no me interesa —respondió cortante.
El capitán miro a su hijo. No parecía ser el niño alegre que fue una vez. Era muy cerrado incluso con su familia —desde mañana iras con Lizbeth a sus clases de defensa personal. La acompañaras durante dos semanas. Así que te olvidaras de los entrenamientos de futbol.
—Ya me lo imaginaba —respondió Diego sacándose la camiseta tirándola en la cama.
El día siguiente después del colegio ambos se fueron para el dojo para practicar defensa personal. Estaba cerca de la universidad, justo frente al complejo deportivo de natación. Llamaron al timbre unos dos veces hasta que un tipo salió para abrirles la puerta. Por lo que pudieron observar no es que este lugar reciba muchos estudiantes.
—Buenas tardes —saludo Lizbeth —estamos aquí para aprender defensa personal.
El hombre de cabellera corta hablo —ustedes deben ser los hijos del capitán Ross. Los estaba esperando. Vamos pasen.
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Editado: 29.03.2025