Ninguno de los dos esperaba ese final. Ella espera terminar aquella cita con él de su lado, acompañándola. Seguramente pensaba que el día de clases se mostraría con orgullo y felicidad ingresar del brazo de Diego por las puertas del colegio, pero no pudo ser así. Todo lo contrario, entraría igual que siempre, pese usar dos cartas de triunfo solo una, logro lo cometido, la otra, pese a su determinación no la pudo concretar.
Eran más sus temores, si Diego hubiera avanzado hubiera sido el primero de su vida. No lo consumaron por completo, pese a ver la intromisión. Sus miedos lo detuvieron, las lágrimas de sus ojos lo hicieron parar. Diego era un cobarde, merece ir al infierno, pero que la considere de esa forma con que la trato y dijo que lo detuviera no estaba segura, lo hacía ver como un hombre sensato.
Con una sonrisa alejándose un nuevo aliento de vida estaba en ella —gracias Diego. —dijo con una extraña sensación de felicidad.
Diego ahí de pie observo aquella chica, la primera que se había enamorado locamente de él alejarse. No sintió nada por su distanciamiento. No, sentía una sensación extraña por su alejamiento. Esto se debía a la costumbre. Tanto tiempo que ella estuvo detrás de él, seguramente desarrollo una especie de afecto por ella, pero para alguien como él algo como eso era algo tan simple de borrar. Solo necesitaba darle tiempo, ignorar aquella sensación y volvería a ser el de siempre.
Todavía eran las cuatro de la tarde, no había nada que hacer en casa. Estaba completamente sola, no quiso ir allá por el momento, y empezó a recorrer las calles de la ciudad. Observando casas, vehículos, personas, perros en su caminata. Todos en sus propias vidas. Solo él estaba en su propio mundo, camino hasta el parque donde se recostó sobre el pasto a la sombra de un árbol. Cerca del anochecer volvía a casa caminando. Mientras reflexionaba. El sentimiento que sentía en ese momento, era por causa de ella y no precisamente Camila. Era ella la que abrió la boca y revelo su secreto.
Talvez solo lo revelo a él y no a ella. Esta sensación incomoda por la que pasaba era su culpa, al llegar a casa con las luces apagas todo oscuro en silencio ingreso hasta llegar a su habitación ingresando, sin ningún permiso. Estaba ahí recostada cubierta por las sabanas, con la ligera luz de los postes alumbrando el espacio.
Sus cabellos cubrían parte de su rostro. En verdad era el reflejo de ella, pero no era el momento de pensar en ella, sino de centrarse en la chica frente a ella.
Esta chica hermosa que se movió y abrió los ojos encontrándose con la presencia de Diego de pie junto su cama.
—¡Diego…! ¿Qué haces aquí? —se levantó de la cintura para arriba. Sin permiso e ignorando la protesta de ella se recostó sobre la cama —oye… salte de aquí.
—Esta calidad. Camine un largo tiempo. estoy algo helado.
—No me importa. Sal de mi ca… ¡Ahg…! —gruño cuando Diego la jalo de vuelta a la cama. Frente a frente con sus ojos conectados una brisa cálida, los envolvió.
—¿Por qué se lo contaste? Pensé que era nuestro secreto. Y ahora tengo una extraña sensación que me molesta.
—No tuve otra opción. Ella me estaba viendo como la rival a vencer, cuando no es así. No solo te vendí a ti. También me puse en sus manos. Ella sabe mi secreto. Nuestro secreto.
—No menciona nada al respecto.
—Porque ella si es honesta. No como nosotros. —hubo silencio entre ellos —¿De qué sensación hablas?
—De la sensación de la costumbre. Acostumbre un poco a ella y parece haberse hecho un poco más fuerte con lo sucedido de este día.
—¿Ustedes…? —pregunto Lizbeth con tensión.
—Cerca, pero no. Tomará algo de tiempo, pero desaparecerá.
Lizbeth escondió su rostro sobre la almohada. Dentro de ella quería que desapareciera aquel sentimiento prohibido, pero era imposible mientras más cerca estaban, mientras convivieran bajo el mismo techo. Era imposible. Tenía la esperanza en Diego, para aliviar ese dolor, él era su analgésico y viceversa. Solo esperaban por la graduación, marcharse a estudiar en la Universidad más alejada, para ir menguando ese amor.
—Quisiera desaparecer este sentimiento —expreso tenue —quisiera arrancarlo, pero todo me recuerda a él. Y tú eres el peor recuerdo.
—Digo lo mismo de ti. Tu eres como una maldición, que me recuerda lo que nunca podre tener.
El silencio nocturno se volvió a instalar y de vez en cuando era interrumpido por el sonido proveniente de pitido de algunos autos provenientes de la calle y uno que otro perro ladrando. Cerca, con las miradas conectadas era como una especie de calor emergiendo abrigándolos mucho más que las sabanas. La pasión era palpable. Una pasión por quienes jamás tendrían, los acerco hasta sentir aquel roce.
—Esta erecto —expreso Lizbeth. Diego tenso su cuerpo, pues era cierto —tu… —Diego la aprisiono contra él —¡oye…! —se quejó al sentirse estrujada entre sus brazos —¡duele! —expreso y Diego libero el abrazo.
—¡Lo siento! —manifestó. Sentía su rostro arder.
Lizbeth se sentía de la misma forma y de cierta forma sabía algo. La fisiología del cuerpo humano aquella reacción parasimpática —¿duele? —pregunto cohibida.
—¡Lo siento! —se volvió a disculpar.
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Editado: 29.03.2025