La decisión de revelar sus sentimientos a sus progenitores, era una decisión difícil, pueda que sea fácil decirlo de boca para afuera, pero llevarla a cabo era todo lo contrario. Tendrían el valor necesario para pararse frente a quienes ellos amaban y decirles lo que sentían. El tan solo pensar en eso hacía que su corazón se agitara con pulsaciones fuertes. Si tan solo el estar bajo su mismo techo y no decirles lo que sienten, les era un castigo intolerable.
¿Cómo se pararían frente a ellos y revelar lo que sentían?
Pueden que se desmayen, que empiecen a tartamudear o simplemente salieran corriendo para no tener que enfrentarse a la dolorosa verdad. Talvez sería mejor. Seguir amando en secreto cumpliendo su deber de sustitutos. Simplemente saciarían su deseo de amor no correspondido entre ellos.
Lunes en la mañana era un silencio en la cocina mientras todos ellos desayunaban tranquilamente y el sonido de la radio con la música haciendo breves interrupciones dando paso a los anuncios. La señora Diana y el capitán Ross parecía incluso más felices. ¿Por qué tal felicidad?
Mientras ellos demostraban su felicidad y su amor mutuo, ellos dos retenían la amargura y envidia brotando de sus cuerpos. Querían eso para ellos. Querían que ese amor profesado entre ellos fuera para ellos. Un deseo egoísta, pero el amor para ellos en ese punto era egoísta. Deseaban tener ese amor o tornarlo en odio.
—Gracias por la comida —hablo Lizbeth levantándose tomando su plato, lavándolo y dejándolo que se escurra.
—Gracias —fue lo único que Diego articulo haciendo lo mismo.
Haciendo lo que debían hacer tomaron sus cosas saliendo de casa en dirección al colegio. ¿Cuánto dolor? ¿Cuánto más debía soportar esto? Una presión asfixiante, estaba presente en su pecho. La envidia la ira, la sensación de no tener aquellos sentimientos, les era una tortura y ahora ese sentimiento era incluso más grande. Tanto que sin decir palabra o señal ambos se metieron en un pequeño callejón y como dos amantes desesperados se lanzaron el uno con el otro. En un beso desenfrenado donde expresaban todo lo que sentían en ese momento. Sus labios envueltos en una guerra sin fin tratando de aliviar aquel sentimiento.
—¡Aff…! —jadeantes con sus alientos mezclándose cierto alivio surgió en ellos.
Diego sujeto el labio inferior de ella entre su pulgar e índice deseando que aquellos labios fueran de ella. Lizbeth observo los labios de él deseando lo mismo. Deseaban sentir aquellos labios sobre los suyos. Deseaban que aquellos labios recorrieran todo su cuerpo, pero no era más que un deseo.
Acercándose de nuevo a otro beso abriendo sus labios solo sintieron la sensación la presión de la pasión emergente en el espacio de sus labios. hasta que el sonido del claxon de los autos en la calle los, saco de su burbuja.
—Sal primero —dijo Diego.
Lizbeth se acomodó su uniforme saliendo del callejón y Diego salió poco después. Ambos en sus cabezas pensaron.
—¿Por qué tiene que ser así?
¿Por qué es el corazón quien decide a quien amar? ¿Por qué es tan terco es tan terco al querer aferrarse a ese sentimiento? Si el amor fuera una cuestión lógica y de pensamiento en su totalidad, era claro que Diego escogería estar con Camila. Ella le proporcionaba un amor incondicional. Seguro y estable. Desde el punto de vista lógico era la mejor solución. Lizbeth también tenía ese pensamiento podrían escoger lógicamente a cualquier chico del colegio y proporcionarse esa estabilidad. Sin embargo, fue su corazón quien tomo todas las decisiones de a quien amar y pese los hechos de ser algo imposible, se aferraba con fuerza a ese amor.
En clases Lizbeth estaba sentada en su asiento, pero noto que Camila no llegaba todavía. Preocupándose por lo ocurrido entre ella y Diego en su cita del sábado, pensó que estaría devastada por el rompimiento de aquella ilusión. Su deseo no podría llevarse a cabo. Ese deseo de estar con Diego de ser novios había desaparecido. Ella también cometió el mismo error que ella y Diego, pero a diferencia de ellos dos. Camila si lucho sin cuartel por lo que quería.
—Liz. ¿Qué paso con Camila? —pregunto Gaby.
Noto que también ella estaba preocupada por ella, generalmente ellas siempre se encontraban en la entrada del colegio, para saludarse e ir juntas al salón de clase, pero este día no fue así. Camila no apareció como de costumbre, por lo que ellas dos se apresuraron a ir a clases.
—No lo sé —respondió Lizbeth.
—¡Awww…! —Gaby gruño bajo —Diego —lo nombro —si le hizo algo lo va a lamentar.
Lizbeth sabia por las actuaciones de Diego ese día., que ellos dos casi lo hicieron. Seguramente ella estaba nerviosa, por presentarse al colegio y encontrarse de nuevo con el chico que casi fue su primera vez. Seguramente ella o cualquier otra chica se sentiría de la misma forma. Si el chico con quien casi o tuvo su primera vez y no funcionara estuviera ahí. Era claro que Camila necesitaba tiempo para recuperarse de aquella decepción.
Golpes en la puerta. La sacaron de su pensamiento. La profesora se acercó abrir la puerta y reconoció la voz de Camila, pero era diferente. No parecía que estuviera angustiada, triste, desanimada de la vida. Era todo lo contrario. Su voz era segura, llena de alegría y felicidad.
—Buenos días licenciada. ¿puedo pasar? —su voz era calmada segura. ¿De verdad era ella?
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Editado: 29.03.2025