Sustitutos

Capítulo 38

El capitán y Lizbeth salieron de casa hasta el restaurante chino a dos cuadras, era atendido por una pareja asiática que se habían establecido ahí desde hace ya más de diez años, en silencio caminaron hasta llegar al restaurante, donde al ingresar la mujer oriental los recibió pidiendo sus pedidos. El capitán ordeno cuatro, arroz fritos para llevar.

—¡Por favor! Tomen asiento mientras esperan —dijo la mujer asiática, hablaba un perfecto español.

—¡Gracias! —respondió el capitán.

Arribaron a una mesa cerca al cristal, con las cortinas recogidas lo que permitía la vista de la calle y unos metros más abajo su casa. Lizbeth estaba en completo silencio, no tenía nada que decir salvo reprimir sus sentimientos. Aun así, no podía detener los latidos desenfrenados de su corazón. Otra vez solos en un sitio vacío sin nadie a su alrededor. Podría tomarse como otra oportunidad, pero eso ya no era posible, con la llegada de aquel bebé.

El capitán la miro, noto la actitud deprimida, sin animo. Como si el fuego de su cuerpo se hubiera apagado. La chica que miraba frente a él no era Lizbeth la chica introvertida y alegre que conocía. Está Lizbeth era completamente diferente.

—Lo sé Liz. Se lo que sientes —declaro el capitán con suavidad.

Esta revelación tomo por sorpresa a Lizbeth, que solo pudo levantar la mirada conectando con la de él. Dentro de ella intento negarlo, pero solo con verlo a los ojos sabía que no mentía.

—No sé, de qué me habla —respondió ella en hilo de voz. Comenzó a temblar.

Aunque la parte superior de su cuerpo esta normal sus piernas temblaban como si una plataforma vibratoria sacudiera sus pies. Era una señal de que debía salir corriendo de ahí. En su cabeza se veía preparada para afrontar este momento, solo que en su cabeza no temblaba de esa manera y su corazón no parecía que iba a sufrir un ataque por el acelerado pulso. Quería correr. Imaginarlo no era igual que afrontarlo plenamente. Su cuerpo quería correr, todo su ser deseaba correr, ante una respuesta con alta probabilidad de acabarla.

Intento levantarse, en ese instante sintió el agarre del capitán sobre su mano. No podía mirarlo de hacerlo de derrumbaría, aun así, no pudo evitar que las primeras lágrimas cayeran sobre el suelo. Sorbió su nariz despacio.

—No lo hagas. No te lamentes, ni te avergüences de lo que sientes.

Lágrimas recorrieron sus mejillas, reprimió el grito, sollozo suave tomando asiento. —yo… yo… ¡perdón! —expreso limpiándose las lágrimas.

El capitán bufo suave —no hay que pedir perdón por amar. El amor no es un delito, ni un pecado. Es algo que simplemente sucede y no lo podemos controlar.

—Pero debo pedir perdón. Por desear al esposo de mi madre. No imagina cuantas veces yo… —se contuvo de completar esa frase. —me gusta capitán. Me gusta mucho. Lo amo —finalmente aquella frase salió de su boca. No lo pensó simplemente salió de forma natural, era como si una gran carga se hubiera soltado de sus hombros. Aquellas lágrimas brillantes seguían cayendo como cristales.

El capitán se estiro tomando sus manos entre las suyas —gracias —dijo suave —gracias por amarme —no podía decir nada más. Se levantó, para abrazarla mientras ella sollozaba. No podía decir nada más, a veces el silencio puede ser la mejor forma de ayuda ante una situación como está.

Pese su templanza, su carácter fuerte unas lágrimas se escaparon de los ojos del capitán. Decir que esto no le dolía también era mentira. Claro que dolía porque se sentía responsable de esto. Desde hace mucho noto como ella lo miraba, su forma de comportarse cuando estaba a su lado, era la misma que la de su hijo al estar cerca de su esposa. Para dos personas experimentadas en relaciones dos jóvenes inexpertos en ese terreno eran claramente trasparentes. No había forma de que no se dieran cuenta de lo que ellos sentían. Se preguntó en su cabeza.

—¿Cómo le estará yendo a Diana con Diego?

—Su orden esta lista —escucho a la mujer oriental que los observo.

El capitán no respondió en ese momento sintió que su deber era confortar a su hija, porque eso era lo que ella era su hija.

En casa con la señora Diana miro que su esposo e hija salieron a comprar la comida era el momento adecuado, para llevar a cabo lo que habían acordado con su esposo ayer en la noche. Dirigió su vista hasta Diego que se encontraba en la cocina sirviéndose un poco de agua. Debía aprovechar este momento, para que pudiera soltar lo que sentía.

Diego levantó su vaso de agua mirando de reojo a la señora Diana, al igual que Lizbeth estaba pasando por lo mismo, una oportunidad perfecta para decirlo, pero ya no podía ser egoísta consigo mismo, solo podía ser un cobarde, debía aceptar la realidad de esta situación debía dejar ir aquel amor, por el bien de ese niño por nacer. Termino de beber dejando el vaso sobre el mesón emprendió los primeros pasos para salir de la cocina e ir a su habitación, siendo detenido por la voz suave de la señora Diana.

—Diego. Ven ¡por favor! —hablo ella deteniendo su avance.

De pie miro la serenidad con la que ella hablaba, estaba relajada, pero algo dentro de él le decía que algo muy grave estaba a punto de pasar. Su primer instinto su marcharse, pero ante su mirada serena, la calma que tenía lo hizo dudar de marcharse. Era su corazón que le decía quédate, pero era su cabeza quien decía lárgate de una vez y no escuches nada. Siendo el idiota que es, además de un enamorado romántico sin esperanzas decidió escuchar a su corazón. Decidió quedarse y afrontar lo que pasara entre ellos en este preciso momento.




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