La fiesta navideña estaba cerca y su ambiente se reflejaba dentro de casa. La señora Diana se esmeró en adornar de mejor manera la casa, las ventanas con las luces, el árbol de navidad bien decorado y un pequeño pesebre al inicio del árbol. La convivencia familiar parecía estable, tanto Diego como Lizbeth ya no sentían tanto el sentimiento de amor hacia sus progenitores. Había cesado, pero no desaparecido.
Talvez se debía a las personas con las que se estaban involucrando. Diego tenia a Aleni, la chica que tomo su primera vez. Ella era su maestra la que lo metió en el mundo de las relaciones sexuales. No era que Diego desconociera ese, solo que ella le doy el impulso a explorarlo. Ella lo conocía bien, sabía que no era de los que se enamoran fácilmente, sabía que Diego solo se involucra con alguien que le demuestre algo y de eso él amaría sin medida.
Desde aquel día que la descubrió, ella solo buscaba algo para pasar el tiempo, librarse de su complejo, de salir de ese altar donde todos la tenían. No era una chica buena, tenía su lado oscuro y Diego solo quería escapar de todos, eran compatibles, pero totalmente opuestos. Su relación solo se basó en lo físico no se involucraron sentimentalmente, esa era la regla entre ellos incluso ahora. A pesar de entregarse mutuamente los sentimientos eran nulos en ellos.
Lizbeth por su lado estaba saliendo con Mariano, se estaba dando la oportunidad de conocerlo, pese a su fama de conquistador, Camila y Gaby le dijeron que no lo hiciera pues ella sabía perfectamente la historia de Mariano, pese eso ella decidió empezar algo con Mariano. Aún recuerda lo que Camila y Gaby le dijeron.
—Definitivamente estás loca —expreso Camila.
—¡Loca! esta demente —comento Gaby.
Cualquiera diría lo mismo o algo incluso peor. Pues se debía estar demente para salir con alguien, saben muy como es. Lizbeth era negligente. No obstante, ella no salía con Mariano, para iniciar una relación sentimental, al ser lo que menos necesitaba en este momento. No buscaba amor, solo necesitaba distracción algo que la hiciera olvidar aquel sentimiento, por lo menos hacer que se duerma completamente. Eso era lo que Mariano haciendo. Ser un analgésico para el amor de ella por el capitán Ross.
En el espacio donde reposaba el auto el capitán Ross estaba hablando. Diego lo ayudaba con el auto pasándole las herramientas a la vez que aprendía.
—¿Qué ocurre Diego? —pregunto el capitán.
—Nada… solo, que…. pensé que pasaríamos navidad con los abuelos —explico.
—Sí, hubiese sido lo ideal, pero esta es la primera navidad juntos. Quiero disfrutarlo con ustedes. Lo entiendes hijo.
—Supongo que sí.
El capitán lo miro —no supongas Diego. Afírmalo. —dijo con firmeza a la vez que lo miraba ferozmente. —pásame el líquido de frenos. —Movió la cabeza mirando el frasco inclinado lo tomo y se lo entrego a su padre y lo coloco en su lagar —hijo, deja de suponer, de creer con duda. Asegúralo y veras que todo se vuelve más sencillo.
—Papá…
—Y si las cosas no salen como querías, vas a tener la satisfacción de haberlo intentado y vas crecer y madurar —lo interrumpió pues sabía lo que Diego planea decir. Era su hijo y lo conocía bien —si tu excusa que es tienes miedo a errar. No te preocupes. Eso no importa.
—¿Por qué dices eso? Todos tenemos miedo a los errores —repuso Diego.
—Hijo. Cometer errores, es parte de la vida pues son ellos los que nos ayudan a salir adelante. Si no comentes errores no aprendes, sino aprendes no cambias. Sino cambias hijo. Vas a estar en el mismo lugar siempre. Así que no tengas miedo de cometer errores. —lo miro audazmente —vamos enciende el auto.
Camino hasta la cabina para encender el auto mientras susurro despacio —no tener miedo a los errores —encendió el auto, pero como no tenerlo si todo, lo que hacía era un error.
—Amor —aquella mujer importante para él apareció y por su mente paso la posibilidad de que enamorarse de ella también era un error. O talvez no.
—Dime cariño —respondió el capitán.
—Acompáñame a comprar algo de vino. —hablo la señora Diana.
—Claro. Justo a cabo de revisar el auto.
—Bien en marcha.
Diego bajo. Permitiendo que su padre y la señora Diana ingresaran dentro. Parecía más hermosa seguramente por el embarazo, aunque todavía no se notara su barriga, ella relucía. Se preguntó si todas las mujeres en este estado tenían esa expresión ese brillo en sus rostros.
—Diego. Lizbeth —llamo la señora Diana. Lizbeth apareció en la puerta.
—Si mamá —hablo ella.
—Chicos ¡Por favor! Denme revisando el pollo en el horno —pidió la señora Diana.
—Claro —respondió Diego. Aunque bastara con se lo dijera a él.
—Hijos. ¡por favor! Vigilen ese pollo —repuso el capitán acercándose a la puerta grande.
El capitán se bajó y abrió la puerta para salir. Se marcharon a buscar esa botella de vino mientras los dos jóvenes estaban en el umbral de la puerta, la primera en ingresar fue Lizbeth acercándose al horno bajando la puerta saliendo algo del calor escuchando como el pollo se cocinaba.
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Editado: 29.03.2025