Cada noche, la quietud de mi habitación, susurró tu nombre como una plegaria, esperando que el eco de mi voz a través del vacío y llegue hasta ti. Pero mis palabras se desvanece en el cielo ensordecedor, como si fueran gotas de lluvia que se pierden en el océano.
Aún así, insisto en lanzar al aire estos lamentos que brotan en mi alma, confiando en que, de alguna manera, puedan encontrar el camino hacia ti.
Quizás, en un rincón perdido de tu mente, resuenen como ecos lejanos, recordándote que, en algún lugar, alguien sigue soñando contigo.
Y aunque sé que nunca me escucharás, que mi voz se desvanecerá sin dejar rastro, no puedo evitar seguir clamando tu nombre, aferrando a la tenue esperanza de ser escuchada.