En la penumbra de un adiós eterno, se desvanecen los días radiantes que compartíamos, Lucy Ramos, mi faro de amor. El eco de tu risa aún reverbera en los recovecos de mi alma, pero ahora, en este sombrío sendero de despedida, se despliega una melancolía insondable.
Las lágrimas, como gotas de lluvia en un cristal, dibujan las huellas de la tristeza en mis días. Tus manos, una vez cálidas, ahora solo persisten en mi memoria, un eco frágil de las caricias que ya no puedo sentir. El silencio pesa, como un manto oscuro que cubre la cotidianidad, recordándome la ausencia que se cierne como sombra perpetua.
En el rincón de la casa, donde solías tejer historias y coser sueños, yace un eco de tu esencia. Cada objeto se convierte en un relicario de recuerdos, desgarrando la realidad con la dolorosa certeza de que ya no compartiremos risas ni secretos. El reloj marca las horas con crueldad, recordándome que el tiempo avanza implacable, pero sin llevar consigo la esperanza de que regreses.
Las lápidas de la tristeza se erigen en el jardín de mi corazón, cada una marcada con el nombre de la añoranza. Atravesando este campo de lamentos, busco respuestas en el cielo estrellado, donde imagino que has encontrado un reposo sereno. Pero, oh Lucy, tu ausencia se convierte en un eco doloroso que resuena en la sinfonía de mis días grises.
En la penumbra de este primer capítulo sin ti, me aferro a los versos que no pudieron ser escritos, a las conversaciones que no llegaron a ocurrir. Las lágrimas, cual tinta en el papel de mi existencia, narran la poesía triste de tu partida. En cada suspiro, en cada latido, busco la conexión que se desvaneció, pero solo encuentro el eco de un adiós que resuena en el silencio de mi corazón herido.