En la oscuridad de la noche, en el abismo del tiempo,
se forja la pasión que trasciende el sufrimiento.
Cristo, el Salvador, en su misión redentora,
llevando la cruz, llevando nuestra historia.
En el Gólgota, donde el cielo se tiñe de sombras,
se despliega el drama, las lágrimas y las obras.
Con su mirada llena de amor y compasión,
Jesús carga con nuestros pecados, sin condición.
Cada paso doloroso, cada herida en su cuerpo,
es un acto supremo de amor, un gesto sincero.
La corona de espinas lacerando su frente,
los clavos que atraviesan sus manos inocentes.
En cada suspiro, en cada gota de sangre derramada,
se revela la pasión de Cristo, su entrega desinteresada.
En su sufrimiento encontramos la esperanza,
la promesa de salvación, la fe que nos alcanza.
Los latigazos que desgarran su espalda,
son la prueba del amor que nunca se desvanece ni se apaga.
El peso de la cruz que lleva sobre sus hombros,
es el símbolo del amor que nos redime y nos cobija.
Y en el último aliento, en el susurro del viento,
se escucha la voz del Salvador, su mensaje sediento.
"No teman, yo he vencido al mundo", nos dice,
su amor y su gracia, por siempre nos dice.
En la pasión de Cristo encontramos la redención,
su sacrificio nos invita a la reflexión.
Que su ejemplo de amor y humildad,
nos inspire a vivir con bondad y caridad.
En la pasión de Cristo, en su dolor y agonía,
encontramos la fuerza para enfrentar cada día.
Que su amor infinito nos llene de esperanza,
y nos guíe hacia la luz, en cada nueva mañana.
En el silencio de la noche, en un rincón del universo,
se despliega la pasión de Cristo, poderoso e inmenso.
Que su sacrificio nos inspire a amar sin medida,
a vivir en su luz, a seguir su senda de vida.
En cada verso y estrofa, en cada palabra escrita,
homenajeamos la pasión de Cristo, eterna y bendita.
Que su amor nos envuelva, nos guíe y nos proteja,
y que en su pasión encontremos la paz y la certeza.