El amanecer tiñó la ciudad con un resplandor naranja pálido.
Entre las azoteas destruidas y las columnas de humo, un par de figuras se movía como fantasmas: Darian Kael, con el fuego dormido en las manos, y Ailén Vega, la híbrida que no debía existir.
Llevaban horas caminando.
El aire olía a ceniza y lluvia vieja, y el silencio entre ellos era más espeso que el humo.
Ailén rompió el silencio al fin.
—¿Hasta cuándo piensas seguir sin decirme a dónde vamos?
—Hasta que lleguemos. —Darian no miró atrás.
—Eso no es una respuesta.
—Es la única que tengo.
Ella apretó el paso, alcanzándolo.
—Necesito saberlo. No pienso seguir ciega.
—Y yo necesito que sigas viva. —Su voz fue seca, sin matices.
Ailén lo miró de reojo.
Él caminaba con los hombros tensos, los ojos fijos en el horizonte, pero en su andar había una fatiga antigua.
No era solo un líder, era un hombre que cargaba demasiadas pérdidas.
—¿Por qué volviste por mí, Darian? —preguntó en voz baja.
Él no respondió enseguida.
Cuando lo hizo, su tono fue tan suave que casi se lo llevó el viento:
—Porque el fuego me lo ordenó.
Ailén se detuvo.
—¿Qué significa eso?
Darian siguió caminando unos pasos más antes de volverse hacia ella.
—El fuego es más que un elemento, Ailén. Es una conciencia. Una voluntad antigua. Y desde que el pacto se rompió, su voz no ha dejado de gritar mi nombre.
—¿Y qué te dice esa voz?
—Que te proteja. O que te destruya. Aún no lo decide.
El silencio se volvió un filo entre ambos.
Ailén tragó saliva.
—Entonces espero que el fuego elija bien.
Una sombra cruzó el cielo en ese momento.
Un destello plateado, rápido como un rayo.
Darian levantó la vista.
—Nos encontraron otra vez.
Antes de que pudiera reaccionar, el aire se agitó con una ráfaga violenta.
Una figura descendió desde lo alto, envuelta en corrientes de viento.
No cayó: flotó.
—No vine a pelear —dijo una voz masculina, calmada pero firme.
Era joven, de cabello plateado y ojos tan claros que casi parecían blancos.
Vestía un abrigo largo que se movía como si el viento lo acariciara.
Ailén sintió la presión del aire a su alrededor disminuir, como si todo el espacio respirara con él.
Darian encendió una pequeña llama en su mano.
—¿Qué quieres, Aeris?
—Hablar. —El recién llegado sonrió levemente—. O quizás advertir.
—No confiamos en los del aire. —La voz de Darian fue un rugido contenido.
—Y sin embargo sigues vivo gracias a nosotros. —Aeris dio un paso más cerca—. Si el Consejo supiera que estás con ella, el fuego entero ardería antes del amanecer.
Ailén se adelantó.
—¿Tú quién eres exactamente?
—Soy Aeris Thane, vigía del Clan del Aire. —Se inclinó con un gesto elegante—. Y tú debes ser la híbrida.
—Tengo nombre. —replicó ella.
—Lo sé. Ailén Vega. El suspiro que encendió la tormenta.
Darian chasqueó la lengua.
—No empieces con tus metáforas, Aeris.
—No son metáforas. —Aeris la observó con una mezcla de curiosidad y respeto—. El aire me mostró tu nacimiento mucho antes de que ocurriera. Eres la grieta en el pacto.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Ailén.
—Ayudarte. —dijo él con serenidad—. Porque si el Consejo te captura, no habrá viento, ni fuego, ni hielo que sobreviva al resultado.
Darian lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué habría de creer en ti?
—Porque el aire no miente. —Aeris sonrió apenas—. Solo susurra verdades que los demás no quieren escuchar.
El viento sopló entre los tres, levantando polvo y ceniza.
Por un momento, los ojos de Ailén se cruzaron con los de Darian.
En ellos había una chispa de duda… y de miedo.
Aeris los observó, y su voz se volvió más grave.
—Hay algo que ambos deben saber. El Consejo se ha dividido. El Clan del Hielo exige tu ejecución, Ailén. Pero el Clan de la Tierra… quiere usarte.
—¿Usarme cómo? —preguntó ella.
—Como ancla del nuevo Pacto. Convertirte en el corazón del equilibrio.
—¿Y eso qué significa?
—Que dejarías de ser tú. Te convertirías en energía pura. —La mirada de Aeris se oscureció—. Un sacrificio hermoso… y final.
Darian dio un paso adelante, el fuego reflejándose en sus ojos.
—Nadie tocará a Ailén.
—Por eso estoy aquí. —Aeris lo miró sin miedo—. Porque el fuego solo no bastará.
Ailén frunció el ceño.
—¿Quieres unirte a nosotros?
—Digamos que quiero evitar que el viento deje de soplar. —Aeris sonrió—. Y si eso implica protegerte, lo haré.
La tensión se disolvió lentamente.
El amanecer los envolvió con su luz tenue, bañando las ruinas con destellos de cobre.
Por un momento, los tres permanecieron en silencio, cada uno con sus pensamientos.
Ailén rompió el momento.
—¿Qué hacemos ahora?
Darian se volvió hacia ella.
—Buscaremos a alguien que sepa más del Pacto.
—¿Quién?
—La única persona que sobrevivió a la Primera Guerra Elemental.
Aeris arqueó una ceja.
—¿Estás hablando de Elyra, la Guardiana de las Sombras?
—Sí.
El viento se detuvo, como si incluso el aire dudara.
Ailén miró a ambos, confundida.
—¿Quién es ella?
Darian respondió en voz baja:
—La única que puede decirnos si el amor entre fuego y hielo salvará el mundo… o lo destruirá.
El viento del amanecer los siguió mientras abandonaban la ciudad.
Aeris se movía como si el aire mismo lo guiara; cada paso suyo parecía empujar las corrientes invisibles que los mantenían a salvo de la vista de los humanos.
Ailén caminaba entre él y Darian, sintiendo cómo la temperatura cambiaba a su alrededor: calor a un lado, frío al otro, equilibrio frágil entre dos extremos.
El silencio duró hasta que Aeris habló:
—La Guardiana no confía en nadie. Vive en las ruinas de Helmir, donde los clanes del fuego y del hielo se enfrentaron por última vez.
Ailén lo miró.
—¿Y por qué habría de ayudarnos?
—Porque tú eres la única razón por la que sigue esperando.